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Abrupto despertar

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 01/06/2023

Sara Jaramillo Klinkert en su nueva novela Donde cantan las ballenas, publicada en el 2021, desde un comienzo logra despertar la curiosidad y el interés en el lector, no solo con el sugestivo nombre de su libro, los enigmáticos epígrafes de Edgar Allan Poe, sino con el párrafo inicial del mismo:

El polvo estaba quieto a lo largo del camino. Quietos los pies descalzos de Candelaria como renacuajos confinados en la estrechez de la pecera. Quietas las ballenas que custodiaban la casa y que nunca habrían de cantar. Quieta el agua del estanque en el que iban a pasar tantas cosas. No es que fuera verano y el viento no soplara, lo que pasaba era que hacía mucho tiempo que nadie recorría el camino hacia Parruca. Pero no era una quietud de las que indican calma, sino de las que anuncian que algo está a punto de ocurrir.

Sara Jaramillo Klinkert (Medellín 1979), es una periodista y comunicadora social de la Universidad Pontificia Bolivariana, quien ha sido colaboradora de los principales medios de comunicación de Colombia. Licenciada en Periodismo por la Universidad Pontificia Bolivariana, estudió el Máster de Escritura Narrativa de la Escuela de Escritores de Madrid, en donde comenzó a concretar su carrera literaria, en la cual irrumpió con su libro autobiográfico Cómo maté a mi padre, y ahora nos ofrece según ella, una novela que rinde tributo de nuevo a su padre, a la naturaleza que la rodeó en sus primeros años, pues se crió en una finca plena de exuberancia de plantas y animales, a autores que la han inspirado, Alejo Carpentier, Edgar Allan Poe, y en general al idioma que le ha permitido exponer su alma a través de la escritura, en la cual es muy exigente consigo misma.

En esta novela de aprendizaje, en donde la protagonista es una niña en pleno crecimiento, pero con la ausencia de su padre, quien le alcanzó a enseñar tantas cosas, como en El Principito, “lo esencial es invisible a los ojos”, a tener confianza en sí misma, a arriesgarse con medida y a amar y respetar la naturaleza. Su morada está en Parruca un sitio alejado de todo, en donde las plantas crecen a su antojo, los animales son libres, y quien llega allí se siente protegido por la soledad del lugar. La acompañan Teresa su madre, Tobías su hermano y la casa, otro elemento importante en su vida, por todas sus singularidades.

Ante la ausencia de su padre, serán los personajes extraños y enigmáticos que se instalarán en la casa, con quienes interactuará buscando su crecimiento y tratando de entender a los seres humanos en sus diversas facetas cronológicas y anímicas y comprenderá que crecer implica tomar decisiones y luego se dará cuenta que los adultos al tomarlas pueden equivocarse y que el arrepentirse de ello, es lo que los humaniza. Esta será otra forma de explorar la ausencia de su padre y empezará a surgir en ella la necesidad de buscarlo, para saber porqué los abandonó.

Para quienes arriban a ese lugar, por diferentes motivos, constituye el sitio ideal, lejos de la indiscreción y de la morbosa curiosidad de los demás y un escondedero perfecto:

Parruca es un buen lugar para esconderse. Viven pocas personas, es difícil llegar y las montañas no hablan, nadie delata a nadie. Así se comportan quienes tienen asuntos que ocultar.  A veces es mejor así: yo no hablo, tu no hablas, las montañas no hablan. Eso es lo que pasa con las personas que andan huyendo, nunca pueden estar seguros de adonde pueden ir a parar, ni lo que les espera a donde sea que lleguen.

A Candelaria, la nostalgia, el recuerdo de la presencia de su padre y las celebraciones que armaban con su mamá y su hermano, en las que todo era alegría, música, baile y diversión, la marcaron definitivamente: su papá con el tamboril interpretado majestuosamente, hacía sonar el corazón de la casa, como llena de vida; sus silbidos que competían con los pájaros, Tobías improvisando e interpretando las letras de las canciones, ella tocando la marimba que le construyó con las botellas de aguardiente que se tomaba y su madre festejando con su vestido rojo que le hacia juego con sus labios y su dicha. Todo lo que sonaba cuando su padre estaba, ahora era silencio.

Pero en medio de ese silencio la vegetación siguió su curso normal y se fue desbordando ya que él no estaba para controlar su crecimiento, fue invadiendo no solo el exterior de la casa, sino su interior e igualmente su cimentación, nada la detenía. Su madre creía que al arrancar los laureles invasores, podría así arrancar el recuerdo de su esposo. Los sonidos regresarían luego con la presencia de Gabi de Rochester–Vergara quien arribaría después de deshacerse de su tercer marido y con el dinero, sin dejar rastro. Esta constituyó un paradigma femenino para Candelaria, antes despreocupada de su figura y su desarrollo, pero al ver la coquetería y la forma de organizarse de Gabi, comenzó a inquietarse de sí misma.

Por primera vez se atrevió a tocarse en los lugares en que las monjas le tenían vetados, y la sangre empezó a circular más rápido en sus venas. Sintió un calor emanado desde dentro que le coloreó la cara con el mismo tono del pelo. Era diferente al que percibía cuando se tumbaba al sol o llevaba a cabo alguna actividad física que la pusiera a sudar. Los pensamientos deambulaban en una espiral sin orden ni lógica dentro de su   cabeza. El corazón le latía más duro y más deprisa, pero esta vez percibió los latidos entre sus piernas y a lo largo de todo el cuerpo. Creía necesario hacer algo a lo que no   sabía que nombre poner. Tuvo la sensación de que se derretía por dentro y se angustió porque lo que estaba sintiendo tenía que ser pecado, pero el solo hecho de pensar que    estaba pecando, le generó mas placer.

En cuanto a Tobías, este vivía en otro mundo, tratando de experimentar con los hongos alucinógenos que habitualmente consumía y a pesar de la constante vigilancia de su hermana y el marcado desinterés de su madre, pero era tanto el abandono de su hermano y la decidida decadencia en la que se involucró,  hasta que su interés por él, fue cuestionándola:

La altura del balcón le proporcionó una visión general de su hermano que la hizo pensar en un montón de cosas que nunca tendría la oportunidad de decirle a la cara. Pensó en los alejados que estaban y en que no sabía si odiaba más sus silencios o sus comentarios sarcásticos. Visto desde arriba parecía un completo desconocido. Llegó a la conclusión de que uno puede vivir bajo el mismo techo o dormir en la misma cama con alguien y, aun así, sentirlo a kilómetros de distancia.  

Después de Gabi, aparecieron otros personajes que fueron aportando nuevos conocimientos en la formación de Candelaria, su frenética búsqueda no solo del sitio en donde cantan las ballenas, sino de su sexualidad, despertada por Gabi y exacerbada por la visión accidental de la desnudez de su hermano. Santoro sería uno de los nuevos huéspedes, con su cuervo Edgar que le servía para comunicarse con los demás, venía huyendo de sus enemigos, o de pronto de sí mismo;  y como novedad pagaría su alquiler con pepitas de oro. Luego vendría el desahuciado, Emilio Borja y sería Gaby quien lo traería y también lo despacharía. Finalmente aparecería Facundo con su incesante búsqueda de un ave a punto de extinguirse y su presencia llenaría la casa de calma y de nuevas expectativas, después de la misteriosa partida de otros huéspedes.

La búsqueda de Candelaria se concretará, cuando Facundo con gran motivación emprenderá con ella el viaje en pos de su sueño de encontrar el ave que le falta para evitar la extinción de una especie a la que ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo. Esta motivación de Facundo, la cuestionó: Se preguntó si ella también era rara, si todo el mundo lo era a su manera y si la rareza es algo que vemos en los otros, pero no en nosotros mismos. Comprendió que lo que parece más oculto, siempre está frente a nosotros y por eso no nos percatamos y que si las cosas parecen cambiar, más bien es la percepción que de ellas tenemos.

Crecer implica saber aceptar la realidad, entender que muchas veces lo que estábamos buscando, no existe, o no justificó la búsqueda, por eso a la felicidad y la tristeza no las separa sino un instante, el de la percepción.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas