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“Acto poético” de Fernando Mejía Mejía

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya *

Fecha de publicación: 30/08/2022

En la lectura del Acto poético de Fernando Mejía Mejía (1929-1987) sorprenden, de manera simultánea, aspectos como su visión profunda, madura, del quehacer poético y la necesidad, en tal sentido, de recurrir siempre a los más grandes poetas para responder a las exigencias mismas -temas, motivos, sentimientos, deseos, etc.- de la actividad creadora.

De ahí surgen, en su caso, la sinceridad y autenticidad del lenguaje, la dura aceptación de la angustia que se manifiesta a cada paso en sus versos, y la justificación tanto humana como poética, no ya sólo individual o personal sino también social, en cuanto es fiel reflejo de su época.

Pero, sobre todo, en estas páginas se oye su voz fuerte, clásica en el mejor sentido, con la debida responsabilidad de asumir su compromiso total como poeta, en su propia poesía y, por ende, con la vida, el amor, el silencio, la soledad…, aquella múltiple realidad que le abraza y acosa, donde, con tono profético, el hombre se engrandece y alcanza dimensiones cosmológicas, universales.

Más allá de la moda

No es el momento de valorar, con análisis rigurosos y fríos (que, por cierto, poco tienen de poéticos), el puesto que la obra de Fernando Mejía ocupa en la poesía colombiana; no se trata, pues, de exaltarla o rechazarla con criterios cerrados, estrechos, limitantes.

Su valoración, en cambio, debe centrarse en su carácter universal, eterna si se quiere, porque va más allá de las modas literarias y asume plenamente el citado compromiso del autor con su creación, sin necesidad de justificarla siquiera y manteniendo tal actitud en las circunstancias más difíciles, sin importar sus graves consecuencias.

En su producción hallamos versos dignos de la mejor poesía. Pero, en forma paradójica, el silencio o la indiferencia ha sido la respuesta del medio social en que el escritor se desenvuelve, donde el egoísmo y la ignorancia han sido factores determinantes desde tiempos inmemoriales.

No obstante, aunque se ha pretendido silenciarlo, cuanto surge de allí, del silencio, es una voz más fuerte, que no da tregua, que sigue en su proceso de tanteos y búsqueda, que confiesa su condición humana y la defiende a cuatro vientos, si bien con un sentido religioso, espiritual, el cual brota, como a escondidas, en cada uno de sus poemas.

Un camino por recorrer

Tal es la impresión que me ha dejado la lectura de su Acto poético, del libro Elegía sin tiempo (1978) y, en general, de su obra literaria, sin importarme siquiera explorar su presunto afán de seguir la línea de Baudelaire a través de un lirismo -muy retórico, señalarán sus críticos- que le conduce a dimensiones cosmológicas y bucólicas, ajenas, por lo general, a la poesía colombiana.

A mi modo de ver, éste es un aspecto digno de ser analizado en detalle para una adecuada valoración del más representativo poeta caldense durante las últimas décadas.

(*) Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua