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Acuerdos y contradicciones

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 05/10/2021

Una de las nuevas voces en la literatura colombiana, que irrumpe cada vez con más ímpetu, es la de Pilar Quintana (Cali, 1972), quien en la Universidad Javeriana de Bogotá estudió Comunicación Social. Ha trabajado como libretista de televisión y redactora de textos publicitarios. A mediados del 2000 salió a viajar por el mundo y regresó a los tres años para radicarse con su pareja en el Pacífico colombiano, en Juanchaco, en donde estuvo por nueve años en medio de la selva y el mar. De allí salió La perra (Random House, 2017), una de sus creaciones que la ubicaron en la mira de los apreciadores de la literatura. Ha sido traducida al inglés, danés, holandés, italiano, alemán, griego, hebreo, francés, portugués e islandés.

Como reconocimiento a su trabajo, además de haber recibido IV Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, fue finalista en la categoría de novela traducida de los National Book Awards (prestigioso premio que desde 1950 ha sido ganado por escritores tan connotados como William Faulkner, Pillip Roth y Cormac McCarty).

En 1964 fue fundada en España, por Camilo José Celá, la editorial Alfaguara y al año siguiente establecieron el Premio Alfaguara de Novela. Este premio ha sido entregado a varios escritores colombianos como Laura Restrepo con su obra Delirio en el 2004, Juan Gabriel Vásquez con El ruido de las cosas al caer en el 2011, Jorge Franco con El mundo de afuera en el 2014. Y ahora, después de seleccionar entre 2.428 manuscritos de los cuales había 1.293 de España, 419 de Argentina, 259 de México, 187 de Colombia, 88 de Perú, 74 de Estados Unidos, 73 de Chile y 35 de Uruguay, presentados a la XXIV edición, el 21 de enero de este año fue escogida la obra de la colombiana Pilar Quintana, Los abismos.

En ella se recrea el medio burgués de Cali en los años 1982, 1983 vistos y narrados por Claudia, una niña de ocho años, hija única cuyo padre trabaja en un supermercado que con su hermana heredaron de su papá. Claudia su mamá, ahora de veintiocho y menor veintiún años que Jorge, su marido, es ama de casa de las de la época en que lo fundamental era ser madre, atender al esposo y hacer que la casa funcionara. Ella, en su momento, quiso ir a la universidad y estudiar Derecho, pero al planteárselo a su padre, según contó a su hija, esto sucedió, (dicho por la niña):

 A mi abuelo se le brotaron las venas de la garganta y con su voz más gruesa le dijo que   lo que hacían las señoritas decentes era casarse y que cuál universidad ni Derecho ni que ocho cuartos. La voz terrible retumbando como por un megáfono casi la oí, mientras mi mamá, chiquitica, retrocedía.

La niña no se sabe si fue fruto de una maternidad elegida o de un destino impuesto. Por su madre se enteró que no quería ser como su abuela que no permanecía en casa y, además, alguna vez que le preguntaron porque no había tenido más hijos, había respondido –Ay, mija—, si hubiese podido evitarlo, tampoco habría tenido a esta.   

Pero el karma continuó, pues en una conversación de la niña con su mamá, al preguntarle que si de casada no pensó en ir a la universidad, le respondió que sí, que le hubiera gustado, y al inquirirle el porqué de no haberlo hecho, contestó:

–Porque naciste vos.
–¿Por qué no tu tuviste más hijos?
–¿Otro embarazo? ¿Otro parto? ¿Un bebé llorando? Uy, no. A mí déjenme tranquila. Además con vos ya se me dañó el cuerpo más que suficiente.
–¿Si hubieras podido evitarlo no me habrías tenido?
Se detuvo y me miró.
–Ay, Claudia, yo no soy como mi mamá.

La niña mantenía una conversación abierta con su madre (a pesar de que su papá y su tía decían que ella le daba demasiada información), quien permanecía mucho tiempo en casa y ocupaba buena parte de su tiempo con las revistas de farándula y sobre la vida de los famosos. Así se enteró de los suicidios de la actriz Natalie Wood, de la princesa Grace de Mónaco, de la cantante y baterista Karen Carpenter, todas aparentemente felices, pero que en el fondo tenían unas vidas miserables. Estas contradicciones eran muy difíciles de asimilar para una niña de su edad.

Toda esa carga emocional empezó a compartirla con Paulina la muñeca que le trajo de su viaje de bodas por Europa, su tía Amelia. Ella, cincuentona se acababa de casar con Gonzalo de treinta y dependiente de un almacén de artículos para hombre. Resultó no solo un vividor, sino un Casanova quien irrumpió en donde no debía, desestabilizando un hogar que parecía solidificado. Lo más triste de esa aventura fue el que la niña, aun sin entenderlo, fuera testigo de la misma y luego, de la pelea tan tremenda entre sus padres, una noche en que creía que había una tempestad y despertó bruscamente.

La tempestad era en el cuarto de mis papás. Era la voz de mi papá. Una voz que le salía de adentro, no de su garganta sino de su barriga, como cuando antes de temblar la tierra ruge. La voz de mi mamá, una hebra delgadita, se percibía en los pequeños espacios que él dejaba. No se entendía lo que decían. Únicamente los gritos y la vibración. Únicamente la furia. Ella alzó la voz y, por una vez, la escuché con claridad.
–Pues nos separamos
Y él:
–¡Te voy a dejar en la calle como a él!

Todo este cúmulo de acontecimientos, aunado a la depresión (disfrazada de rinitis) en que entró su mamá quien ya no tenía interés en sus revistas, permanecía en la cama de día, comenzó a tomar licor cada vez mas asiduamente y sola. Por su parte, la incómoda indagación que le hacia su padre sobre la relación de Gonzalo con su mamá, y otras veces entrando en un mutismo difícil de hacérselo romper, luego se enteró del suicidio de una pariente cercana, los conflictos emocionales de sus padres, etc. Esto fue configurando sus abismos, que eran las ausencias, sus temores, sus miedos, sus angustias: pensar en que su mamá no quisiera vivir más, que su papá las abandonara o tuviera un accidente en el carro, que su muñeca desapareciera, en fin, un caos que la perturbó de tal manera que ni sus padres lograron comprenderla. Además de que ya no estaba Paulina su muñeca, a quien siempre tenía a la mano para no sentirse sola: en su cuarto, en el estudio, en el comedor y aun en la pieza de su madre.

En medio de todas esas vicisitudes aparecen oasis de ternura, como cuando su mamá después de admitir que no ha sido la mejor mamá, le confiesa:

–Cuando la tristeza se me mete en el cuerpo yo trato de hacer que se vaya, te lo juro.
Era una silueta en la oscuridad y no le alcancé a ver la expresión.
–Vos sos lo más importante para mí, Claudia. Aunque a veces la tristeza me gane, vos sos lo único importante de verdad. ¿Lo sabes?
Seguí callada.
–Te prometo que voy a hacer mi mejor esfuerzo, que voy a pelear más duro y voy a dejar que me vuelva a ganar.
Me salió una lágrima silenciosa. Yo estaba quieta y no creo que ella se diera cuenta.

La cotidianidad, la convivencia, las relaciones con los otros, el trabajo, el estudio, la diversión, los juegos, los paseos, las fiestas, las peleas, las discriminaciones sociales, todo este abanico de situaciones aparece muy bien retratado y así se refiera a una sociedad de hace unos cuarenta años, ha sido más bien poco lo que se ha cambiado. Esta radiografía local y constante en el tiempo puede considerarse también universal y tener plena validez hoy en día. Esas son las relaciones entre los seres humanos, llenas de sorpresas, encuentros y desencuentros.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.