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Al borde del infierno

Por: Germán Sarasty Moncada *

Fecha de publicación: 02/10/2023

En El Espectador del 3 de septiembre del 2023, leemos: “El miércoles, el huracán Idalia tocó las costas de Florida, provocando marejadas ciclónicas de más de cuatro metros y vientos de más de 200 km/h. Ha sido el huracán más fuerte en azotar la llamada región del Big Bend en este estado en más de un siglo. Mientras tanto, casi 100.000 hectáreas de Grecia fueron arrasadas por el megaincendio más grande registrado en la Unión Europea, que obligó a la mayor operación de extinción desde que se fundó la comunidad.”

“En las labores de apoyo a Grecia participaron los gobiernos de Francia e Italia, que a la vez debieron responder a las inundaciones por intensas lluvias en el sur y el norte de sus países, respectivamente. Asia no estuvo a salvo: el tifón Saola pasó por Filipinas y encendió los máximos niveles de alerta en Taiwán y China. Todo eso fue esta semana, por mencionar solo un par de casos.”

Igualmente, en el medio digital The Conversation, con rigor académico y talento periodístico, Víctor Resco de Dios, Profesor de ingeniería forestal y cambio global, de la Universitat de Lleida, publicó el quince de agosto del 2023, en su artículo Piroceno: nos adentramos en la Edad del Fuego.

Los incendios de ahora no son como los de antes. Se han vuelto más agresivos y están alterando profundamente el planeta, dejándonos al albor de lo que podríamos llamar el Piroceno. Un mundo donde los incendios están sustituyendo al hombre en su papel de escultor de paisajes.”

“La combustión de paisajes fósiles alteró la atmósfera, y empezamos a calentar el clima. El abandono de los montes cambió la fisionomía de la tierra, y ahora la biomasa se está acumulando. Más calor y más combustible: más leña para los incendios.”

“Y los incendios de ahora se nos escapan. Ya no los podemos controlar. Llevábamos décadas manteniendo las llamas a raya. La superficie quemada en los bosques había disminuido gracias al desarrollo de nuevas estrategias en la extinción, a mejoras en la formación, y también al aumento desproporcionado en el gasto en medios de extinción. Pero eso ahora se ha truncado.”

“El dominio del fuego hizo posible el Antropoceno, la Edad del Hombre. Y la pérdida de su control nos está llevando al Piroceno, la Edad del Fuego.”

Por su parte el 5 de septiembre El País de España en su editorial La era de la ebullición global, sostuvo:

“Nuevos datos confirman la aceleración de la crisis climática. Los meses de junio, julio y agosto de 2023 han sido los más cálidos desde que hay registros. Si se repasan las series históricas se comprueba, además, que los récords de temperatura se han ido acumulando a lo largo de la última década. En este contexto, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, afirmaba el pasado julio que “la era del calentamiento global ha terminado; ahora es el momento de la era de la ebullición global”.

Finalmente, el 20 de septiembre de 2023, se llevó a cabo la Cumbre sobre la Ambición Climática, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, allí, Antonio Guterres,  secretario general de la ONU, criticó la falta de compromiso de los gobiernos en la lucha contra el cambio climático, advirtió que “la crisis climática causada por la actividad humana ha abierto las puertas del infierno”. A la reunión faltaron Estados Unidos y China, dos de los mayores contaminantes en el mundo. Agregó que “si no hay cambios nos dirigimos hacia “mundo peligroso e inestable”.

“El fuego tiene efectos terribles. Los agricultores ven con horror cómo las inundaciones se llevan sus cultivos. Las temperaturas sofocantes dan luz a enfermedades. Y miles huyen con miedo a medida que se extienden los incendios históricos”

Con las sequías, inundaciones, temperaturas sofocantes, incendios históricos, “la humanidad ha abierto las puertas del infierno”, como han demostrado “los horribles efectos del horrible calor”.

Todo lo anterior pareciera servir de motivación para alguien que como el recientemente fallecido, Cormac McCarthy se decidiera abordar un relato, como efectivamente lo hizo, pero en el 2006 con su novela La carretera, la cual fue llevada al cine, como muchas de sus libros, en el 2009. Definitivamente los grandes escritores vislumbran el futuro.

Cormac McCarthy (Rhode Island20 de julio de 1933Santa FeNuevo México13 de junio de 2023). Escritor ganador del Premio Pulitzer de ficción por La carretera (2006) y del National Book Award por Todos los hermosos caballos (1992). Cursó estudios de humanidades en la Universidad de Tennessee durante el período 1951-1952, sin graduarse. En 1953 ingresó en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. En 1957 regresó a la Universidad de Tennessee. Durante ese período, que se prolongó hasta 1959, publicó dos historias (A Drowning Incident y Wake for Susan) en The Phoenix, revista literaria de la universidad, obteniendo el galardón Ingram-Merril para la creación literaria en 1959 y 1960.

En una semblanza para El Tiempo, Hugo Chaparro Valderrama sostenía: “Lo único que le interesaba era escribir y tratar de comprender los misterios que respiran en el corazón del ser humano. Sin demasiado optimismo: estaba convencido de la obsesión que tenemos por la destrucción, superando incluso a los desastres biológicos. “Nosotros lo haremos primero”, decía.”

Fue invitado para el afamado programa televisivo, The Oprah Winfrey Show del 5 de junio de 2007, allí se escogió su novela La carretera para ser incluida en su tradicional Book Club. Cuando se le preguntó por qué no le había interesado nunca que lo entrevistaran en televisión, respondió con una definición de su credo: “No creo que sea bueno para tu cabeza: si pasas mucho tiempo pensando en cómo escribir un libro, sería mejor no estar hablando de eso, es mucho mejor hacerlo”. En el programa habló de no conocer demasiados escritores y preferir la compañía de científicos, también mencionó las limitaciones económicas en su oficio de escritor, de igual manera se refirió a sus paternidad a edad avanzada y de cómo la inspiración para su libro le vino de la compañía de su hijo de ocho años.

En una famosa entrevista de Richard B. Woodward realizada el 19 de abril de 1992, para The New York Times, titulada La ficción venenosa de Cormac McCarthy, aparecen afirmaciones que perfilan claramente a este solitario y enigmático escritor:

Sería difícil pensar en un escritor estadounidense importante que haya participado menos en la vida literaria. Nunca ha enseñado ni escrito periodismo, ni dado lecturas, ni desdibujado un libro, ni concedido una entrevista.

“McCarthy, un escritor que describe las acciones brutales de los hombres con un detalle insoportable, y rara vez aplica la anestesia de la psicología, preferiría hablar que confiar.”

“El estilo de McCarthy le debe mucho al de Faulkner (en su recóndito vocabulario, puntuación, retórica portentosa, uso del dialecto y sentido concreto del mundo), una deuda que McCarthy no discute. “Lo feo es que los libros están hechos de libros“, dice. “La novela depende para su vida de las novelas que se han escrito.” Su lista de aquellos a quienes llama “buenos escritores” (Melville, Dostoievski, Faulkner) excluye a cualquiera que no “se ocupe de cuestiones de vida o muerte”. Proust y Henry James no pasan el corte. “No los entiendo”, dice. “Para mí, eso no es literatura. Muchos escritores que son considerados buenos los considero extraños”.

Veamos sus premoniciones, plasmadas en su novela La carretera. Estar felizmente casado, un hijo pequeño consolidando esa unión, una cómoda vivienda y un presente lleno de satisfacciones, con un futuro promisorio, todo abruptamente trastocado, que inició con una fulgurante llamarada que generó no un incendio, sino una total devastación de la tierra, con arboles consumidos por las incontrolables llamas, los ríos desbordados, los cultivos devastados, las ciudades arrasadas, los animales desaparecidos, destrucción total.

Pasar a poseer solamente lo que se lleva puesto y lo que se ha podido ir recogiendo en un carro de supermercado a manera de transporte, pues no queda otra opción, lo único que se tenía era el uno al otro, el padre y el niño, ya que con la catástrofe se desató una serie de suicidios familiares colectivos y muchos más individuales, evitando de esa manera ser presa de los demás cuando se desató el canibalismo como alternativa de supervivencia. Era perentorio huir de los otros. Aquí se produjo no solo una crisis ecológica mundial, sino otra migratoria pero con rumbo incierto. Había que caminar constantemente hacia el sur, para no ser presa fácil de los otros depredadores de humanos.

Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo. Su mano subía y bajaba al compás de la preciada respiración. Retiró la lona de plástico y se puso de pie envuelto en aquellas prendas y  mantas pestilentes y buscó algún atisbo de luz en el este pero no lo había.  

El niño fue asimilando la nueva situación y tuvo que ir aceptando, aunque no comprendiendo, la ausencia de la madre quien no aguantó y sin despedirse siquiera, tomó su destino en sus propias manos. (Ella se marchó y la frialdad de la partida fue su regalo final. Lo haría con una hojuela de obsidiana. Él mismo le había enseñado cómo. Más afilada que el acero.) La consagración de su padre lo conmovía, pero temía y de hecho, enfermó no solo de fatiga, sino de física hambre, pero en el peor momento, algo encontraban, les mitigaba las penas y les calmaba el hambre. El hombre llevaba consigo como talismán la foto de su esposa y como prevención un revolver con dos balas que le decía servirían para el momento final y en más de una ocasión le indicó como introducir el revólver en la boca y dispararse, le pedía que tuviera valor, pues se requeriría en ese momento, antes de ser violado por los antropófagos. No era por asustarlo, era una certeza. Lo vieron en un paraje, recién abandonado.

Entraron al pequeño calvero, el chico aferrado a su mano. Se lo habían llevado todo excepto aquella cosa negra ensartada sobre los rescoldos. Estaba examinando el   perímetro del claro cuando el chico se dio la vuelta y sepultó la cara en su cuerpo. El hombre giró rápidamente para ver qué había pasado. ¿Qué?, dijo. ¿Qué pasa? El chico meneó la cabeza. Oh, papá, dijo. Se volvió para mirar otra vez. Lo que el chico había     visto era un bebé carbonizado ennegreciéndose en el espetón, sin cabeza y destripado. Cogió al chico en brazos y regresó a la carretera estrechándolo con fuerza. Lo siento, susurró. Lo siento.

El padre aprovechaba toda ocasión para irlo formando en valores y haciéndole entender la maldad de los demás. Siempre resonaron las palabras que se iban convirtiendo en un decálogo ético, tal vez pensando ilusamente en un futuro posible, o más bien aceptando su ausencia pues se sentía enfermo con una tos persistente y sangrados eventuales al expectorar.

Decía que los sueños correctos para un hombre en peligro eran sueños de peligro y que lo demás era solo la llamada de la languidez y de la muerte… Si no cumples una promesa pequeña tampoco cumplirás una grande… No hay después. El después es esto. Todas las cosas bellas y armónicas que uno conserva en su corazón tienen una procedencia común en el dolor. El hecho de nacer en la aflicción y la ceniza. Bueno, susurró para el chico que dormía. Yo te tengo a ti… Sí. Todo irá bien. / Y no nos va a pasar nada malo. / Desde luego que no. Porque nosotros llevamos el fuego… Esto es lo que hacen los buenos. Seguir intentándolo. Jamás se rinden… Cuando sueñes con un mundo que nunca existió o con un mundo que no existirá y estés contento otra vez entonces te habrás rendido. ¿Lo entiendes? Y no puedes rendirte. Yo no lo permitiré.

Muchas penurias en la travesía, acechanzas constantes, amenaza de degollar el niño por un desadaptado que la pagó muy caro con la puntería del padre y la decisión de salvar el niño, a riesgo de que el sonido del disparo, como ocurrió, alertara a sus compinches, lo cual produjo una huida veloz para salvarse. En otra ocasión intempestivamente desde una vivienda que parecía deshabitada… En una ventana superior de la casa pudo ver a un hombre tensando un arco y  agachó la cabeza del chico e intentó cubrirlo con su cuerpo. Oyó el chasquido seco de la cuerda del arco y al momento sintió un dolor atroz en la pierna. Cobró esa afrenta con un disparo de una pistola de luces de bengala que atravesó el cuerpo del agresor. Era siempre una lucha a muerte.

Cuando mas parecía desfallecer el padre, sin que lo percibiera su hijo, al mirarlo le volvía el ánimo para continuar: Observó la cara del chico a la luz naranja de la lumbre. Sus mejillas hundidas y tiznadas de negro. Tuvo que contener la rabia. Era inútil. No creía que el chico pudiera continuar mucho más. Aunque dejara de nevar la carretera estaría casi impracticable… El chico estaba muy flaco. Lo observó mientras él dormía. La cara chupada y los ojos hundidos. Una extraña belleza.

 La desesperanza buscaba anidar en sus seres, pero después de tanto desasosiego y tras un largo recorrido, encontraron un sótano repleto de enlatados, comieron hasta la saciedad. Permanecieron algunos días allí, pero sabían que debían continuar. Luego pensarían que hubiera sido mejor no haber encontrado algo que no podían conservar. Esa es la realidad.

El chico se alivió, pero su padre estaba empeorando. Su hijo temía lo inevitable… Escupió una saliva sanguinolenta. Tenía que parar a descansar cada vez más a menudo. El chico le observaba. En algún otro mundo el niño habría ya empezado a echarlo de su vida. Pero no tenía otra vida. Sabía que el chico estaba despierto por las noches, escuchando para ver si todavía respiraba.

Tragedia tras tragedia hacen resaltar lo mejor y lo peor de los seres humanos, pero como le repetía el padre y lo aprendió el hijo, los buenos siempre lo serán, a pesar de las adversidades, porque tienen el fuego interno que no es devastador como el otro, sino que ilumina el espíritu, alienta a la acción y potencia la bondad de quienes la poseen y la proyectan sobre los demás. Su hijo supo además, que cuando él no estuviera podría seguirle hablando y le contestaría, para algo serviría seguir siendo de los buenos. Si el libro es conmovedor, la película es desgarradora.

* Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.