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Amando a Martha y la naturalización del horror

Por: Rafael Santander *

Fecha de publicación: 30/09/2023

Una película dirigida por Daniela López. Colombia, 2023.

En la escuela de cine, inicialmente, y de manera posterior mediante el oficio de la escritura, aprendí que la “normalidad” es una de las ficciones más difíciles de construir. Se requiere de mucho trabajo para que no se evidencie todo el esfuerzo que hacemos: la voz de un personaje literario que parece hablar con acento y cadencia, la recreación mediante fresneles de la iluminación natural y, podríamos agregar a esta lista de ejemplos lo que nos muestra la directora Daniela López en Amando a Martha (2023), que la dinámica de una familia fluya con naturalidad, sin evidencias de tensión o conflictos.

Amando a Martha es una película extraña o, más que extraña, anormal. Su argumento es sencillo: una nieta reconstruye la historia del divorcio de su abuela y de su esfuerzo posterior por alejarse de la influencia que intenta ejercer ese hombre sobre ella incluso después de la separación. A esto se le suman imágenes y momentos que inspiran calidez: la casa de los abuelos, el regreso al pueblo de origen, reuniones, fiestas y reconciliaciones familiares. Y pese a todo, su evocación me produce escalofríos.

Más particular resulta que en el momento de la visualización, las imágenes no están impregnadas de ningún tinte siniestro. De hecho no hay tintes, sino una búsqueda del naturalismo, de mostrar sin utilizar la truculencia técnica para suscitar alguna interpretación, de hecho cuando hay interpretación de los sucesos siempre es clara y explícita. Es nuestra propia memoria la que se encarga de vincular esas imágenes que deberían ser cálidas con el terror solapado tras la narración.

Aunque la protagonista del documental es la señora Martha y el argumento consiste en la búsqueda de una vida sin abuso por parte de su exesposo —llamado irónicamente— Amando, el proceso de reconstrucción del relato de esta abuela termina involucrando en la historia a otros miembros de su familia, quienes sin relatar su experiencia personal, con sus comentarios e intervenciones evidencian los dolores propios que cargan, estrechamente ligados con esta historia. Amando a Martha se sostiene en este vacío de lo que no se dice ni se muestra. En su forma de proceder no se diferencia mucho de ciertas formas del cine de terror en la que lo aterrador es el gran esfuerzo que hacen los personajes por aparentar normalidad en un entorno enrarecido por la tensión invisible de la amenaza constante. Aterra del mismo modo que las sonrisas fingidas de dientes apretados, que la familia rubia norteamericana en su casa con vallas blancas y los barrios limpios y silenciosos de casas todas iguales.

Que no haya truculencia técnica que pretenda interpretar por nosotros los hechos no quiere decir que no haya trucos en la narración: hay montones. Cámaras subjetivas, tiempos muertos, números musicales, cartas, fotos familiares con rostros tapados —esto por temas legales, pero que termina aportando estéticamente— y recursos básicos de narrativa de ficción como la infame caja misteriosa de J.J Abrams.

El logro más brillante de Amando a Martha es que en esta abundancia, diversidad y heterogeneidad de recursos, se nos presente un relato tan aparentemente sencillo: la reconstrucción de una imagen rota con fragmentos tan finos que no se evidencian junturas ni grietas. Y esta sencillez aparente del relato también es su principal recurso, y quizás el más terrible, pues funciona como un espejo: percibimos la sencillez en el relato quienes tenemos normalizada la violencia intrafamiliar, por eso no nos sobresalta lo narrado.

Puede ser por eso o porque nos inspira esa actitud tan serena de Martha, ese estoicismo con el que carga su dolor y la valentía con la que asume los hechos de su vida, así como su deseo de contar su historia y sus ansias de inspirar a las mujeres de su familia a romper los ciclos de violencia. Y todo esto desde el amor, la tolerancia y la delicadeza, desde esas cartas escritas con un lenguaje sencillo, dulce y transparente.

Nosotros, en cambio, recurrimos a la perífrasis, a la sublimación y a la metáfora para evadirnos del dolor, como forma alternativa y nociva de procesar las imágenes. Incluso impresiona que la propia película no muestra la violencia contra la mujer explícitamente, la deja colarse por las rendijas.

Construcción en el vacío, colcha de retazos, mandala, piedra en un estanque, burbuja de eco: surgen naturalmente imágenes que intentan condensar la experiencia total de la historia. Con excepción de las primeras imágenes, las demás sugieren circularidad, repetición y en algunos casos, degeneración. Una degeneración esperanzadora también, porque allí hay implícito un final, y ese final es, precisamente, la historia de Martha, y es la película Amando a Martha y serán, espero, las acciones de la gente sensible y comprensiva que tolere que le pongan al frente un espejo.

Lea la entrevista con Daniela López aquí:

https://www.quehacer.co/necesitamos-un-amor-sororo/

* Escritor. Realizador de cine.