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Amistad, pérdidas… venganza

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 01/02/2024

Las palabras de tanto usarlas o mejor abusar de ellas pierden el impacto que se les quiso dar, hablamos de marginalidad, de miseria, de pobreza y no nos detenemos a pensar en las implicaciones que connotan. Esto nos lo explicita Gilmer Mesa en su vibrante relato La cuadra, con el cual inició su promisoria labor de escritor, además lo hizo sobre todo para exorcizar sus fantasmas que lo han acompañado desde la trágica muerte de su héroe, Alquivar, su hermano mayor, víctima de su propio destino, pues él mismo lo escogió.

La marginalidad además de sugerir el estar en los márgenes de algo y no en la periferia o en el centro, implica desventajas económicas, sociales y políticas. Puede ser efecto de prácticas explícitas de segregación o discriminación, que dejan, efectivamente, a grupos amplios de la población al margen del desarrollo social adecuado. En cuanto a la miseria, esta implica la pobreza extrema, o la desgracia o pena que padece una persona y este estado la lleva a una frustración permanente y a un no futuro.

Cuando leemos sobre las tragedias que han acompañado a esos seres marginales que han sido subyugados por las circunstancias y la ausencia del Estado, que han sufrido no solo privaciones, sino humillaciones, desplantes y falta de verdaderas oportunidades, nos hemos sobrecogido al ver tanta injusticia social, tanto desprecio por los seres humanos y tanta despreocupación por ese orden o mejor desorden social, pero no pasamos de ahí.

Gilmer Mesa (Medellín, 1978), nació en Aranjuez, barrio de la comuna 4 y ahí ha vivido siempre. Su barrio ha sufrido varias transformaciones, desde un sitio de desplazados de la violencia rural, luego un sitio marginal, después, en los noventa, una cantera de delincuentes en los aciagos años de la violencia que propició y protagonizó el llamado cartel de Medellín, hasta nuestros días, como un sitio muy pintoresco, ya incluido en el desarrollo socio económico requerido para su tranquilidad y prosperidad. A los pocos días de haber cumplido sus quince años, la pérdida de su hermano mayor, Alquivar, a pesar de saber cuál iba a ser su final, lo sumió en una depresión:

Por eso yo sabía la noticia antes de que tocaran la puerta, con ese saber que no se puede explicar ni enseñar, que solo la vida, el amor y la muerte se encargan de transmitir cuando se combinan y se confunden en una misma persona, en un mismo sentimiento, en un mismo sufrimiento o en una misma causa. … Ay, Dios mío, me mataron a mi muchacho…

Esa pérdida irreparable le sirvió de acicate para abandonar esa miserable vida, no por las carencias que implicaba, (pues, al contrario, era una de las formas de realizar los sueños) sino por la desgracia como se acaba, era como un código similar al que tenían los héroes griegos de morir jóvenes y en combate. Decidió otro camino y prefirió el estudio. Es licenciado en Filosofía y Letras y magíster en Literatura de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, de la cual es ahora profesor.

Todas las vivencias que tuvo en su infancia y adolescencia, ese despertar tan abrupto a la triste realidad, a esa despiadada pobreza, a esa indolencia de los gobiernos y a esa tenebrosa, pero real alternativa de progreso, serían los materiales con que construiría sus historias, que debía escribirlas para ahuyentar esos demonios internos y así realizar la catarsis necesaria para poder continuar, sin remordimientos ni culpas. Esa fue la génesis de su libro La cuadra, el cual sin mayores pretensiones lo envió en el 2015 al XII Concurso Nacional de Novela y Cuento, organizado por la Cámara de Comercio de Medellín y en el cual fue ganador.

El libro constituye además de un relato muy crudo, casi a veces brutal, un testimonio de una aciaga época en donde la vida era lo que menos valía, pues había otros valores superiores impuestos por una sociedad, por un lado, corrompida y por otro, indiferente, el dinero fácil y en cantidades asombrosas, lo cual era un imposible lograrlo, salvo las propuestas vigentes e impuestas por el cartel. Esto sedujo la juventud, amedrentó a sus padres y corrompió a la sociedad en todos sus estamentos, y por mucho tiempo acorraló a las autoridades.

El primer cambio fue de aspiraciones y perspectivas, pues hasta ese momento las ambiciones de los chicos se limitaban a tener un buen juguete o algo de dinero para un roca pastel y una gaseosa, pero esa época fue la de la avasallante invasión de los pillos y su forma de vida, con su derroche de dinero y su ostentación de valor y prestigio, auspiciada por el Cartel de Medellín a todos los barrios, y el nuestro fue          uno de los focos principales de exhibición de esa nueva y redituable profesión, lo que hizo que todos los niños y jóvenes de la cuadra y del barrio viraran hacia ese horizonte que proponían la esquina y la vida en el hampa, una existencia al límite, con mucho dinero y aparentemente fácil, en la que se premiaba justamente lo que la familia y la sociedad sancionaban, la rebeldía, la violencia y la temeridad…

 Así fue como perdieron la inocencia, que no sería además lo único que perderían, ya que este nuevo mundo que comenzaron a compartir, reconfiguraría muchos conceptos como el de familia, el de amistad, la lealtad, el mal y aparecerían nuevos códigos de ética, aquellas cosas imperdonables, como el irrespeto a la madre, la traición, la desobediencia, puesta a prueba para ingresar al grupo y que generalmente correspondía al primer asesinato de una interminable cadena que cada uno arrastraba.

Muchas veces una pérdida entrañaba la más encarnizada venganza que no se saciaba sino con otra pérdida mayor, como el caso de Sandrita, una jovencita en toda la flor de su belleza e inocencia, quien fue arrastrada con engaños por su novio Johan a una casa desocupada en donde una jauría de malandros la someterían a tal cantidad de vejámenes que en su vida olvidaría, ese era el llamado revolión. De esta asquerosidad le quedó a su novio una demencia que, primero la manifestó con un intento de suicidio y luego una esquizofrenia permanente. El mismo trato sufrió Claudia auspiciada por su novio Denis. De esa amargura de violación, además, le quedaría en sus entrañas un hijo, quien sería con el tiempo y su adoctrinamiento el encargado de vengar esa ignominia de afrenta.

Denis, el grande, salió desprevenido de su casa pasados cinco minutos después de las ocho de la mañana y ni siquiera notó que Denis, el niño, estaba a la zaga, encendió un cigarrillo y apenas tuvo tiempo de darle un pitazo cuando a su espalda escuchó la voz casi infantil que le decía: Esta va por mi mamá, perro hijueputa, mientras le descargaba el atabal del revólver en la cabeza y la espalda.

 El volverse hombres en un medio tan hostil y peligroso, fue muy duro, pero esa escuela formó a algunos, a otros los deformó y a la mayoría los desapareció:

 …la calle suplía con ardor la sed de aprendizaje y aventura propia de la edad, es en ella donde uno descubre las cosas esenciales para la existencia, la amistad a toda prueba, el amor correspondido, el desamor doloroso y sobre todo la viveza y la malicia para   enfrentar la ruda cotidianidad, es ahí donde se crean los códigos que se han de seguir el resto de los días y donde se le endurece el cuero para resistir los embates de la suerte y combatir o crear el propio destino.

 Pero lo más fácil ha sido satanizar esos muchachos de barriada sin implicar a los verdaderos culpables de ese infortunio, a los que medran a la sombra y son los principales beneficiarios de esa descomposición, los compradores de lo robado, los que mandan a matar, los que consumen lo ilegal, etc. no solo son la otra cara de la moneda, sino los generadores de esos males, además muchas veces, ni siquiera los considera como seres humanos que son:

 …el Estado nos estafa, los medios nos engañan, los dirigentes nos manipulan, la   sociedad nos desprecia, la justicia nos condena, la Iglesia nos reprueba y la vida nos mata, entonces se empieza a creer en supercherías y seducciones de personajes tan oscuros como sugerentes que saben endulzar la píldora para que el candoroso vea en su obrar la solución rápida a todos sus problemas. Eso explica de alguna manera el que este barrio, al igual que tantos otros de similares tesituras, hayan sido el caldo de cultivo ideal para los planes del cartel y que la mayoría de los jóvenes adolescentes y algunos mayores hayan optado por el crimen como forma de vida, o mejor sería decir, dado lo conciso de sus carreras, como forma de muerte.

 El narrador fue quien le tomó la foto al grupo de pequeños en una celebración de Halloween y por eso no apareció en la foto, eran los años de plena felicidad, de goce con lo más simple, en donde la amistad era tan sincera, desinteresada e inmaculada que hoy en día es difícil concebirla. Vendrían los turbulentos y tortuosos años de formación en los que cada uno participó tan activamente que ya de ellos no quedó sino la foto y la narración que implicó la revelación de ese rollo fotográfico que significó sus vidas y del cual logró sustraerse Gilmer Mesa.

Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas*