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Ángeles, dioses o demonios

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 31/07/2023

Germán Eugenio Restrepo Arango (Pereira, 1958), abogado de la Universidad de Caldas, consultor en derecho penal, docente universitario, ha sido columnista del diario La Patria de Manizales, igualmente escritor y poeta con Mención Especial en 1999 en el IX Premio Internacional de Literatura en Colliure, Francia. Además del ejercicio de su profesión se ha interesado por la búsqueda de la verdad para encontrar no solo el conocimiento sino encontrarse a sí mismo. Con relación a uno de sus temas de estudio se ha identificado por lo planteado por Epicuro sobre la muerte:

Así pues, el más espantoso de todos los males, la muerte, no es nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no    somos. Por tanto la muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son.

En su constante indagación sobre el motivo por el cual estamos acá ha trasegado muchos caminos con rituales iniciáticos en escuelas gnósticas, masonerías, movimientos rosacrucianos, budismo, filosofías orientales, y un largo etc. Ha participado en regresiones, lecturas de tarot, sondeos del inconsciente, aceptación de duelos, interpretación de sueños, acompañamiento a enfermos terminales y otras actividades esotéricas y metafísicas, de las cuales ha ido aprendiendo y asimilando.

Toda esta estructuración la encontramos en una juiciosa lectura que hagamos a su primera novela Diatriba de un ángel caído, publicada el año pasado en la cual nos presenta una serie de personajes trágicos unos, cómicos otros, unos patéticos, otros ridículos, pero todos fácilmente identificables en nuestro propio entorno, muchas veces varias de esas características conjugadas en una sola persona, pues en la fauna humana es lo que somos o lo que encontramos.

Estos arquetipos como en la vida real afrontan situaciones a veces conflictivas, en otras ocasiones placenteras y así se debaten entre el amor y el odio, la pasión  y la inercia, el llanto y la risa, el conflicto y la serenidad, la esperanza y la frustración, son los extremos en los cuales transcurre la vida y el recorrido de un estado al otro entraña el conocimiento y la aceptación de sí mismo.

Los llamados del escritor desde el comienzo a que abandonemos la lectura constituyen un desafío, un acicate a no hacerlo y en cambio a buscar en él algo tan recóndito que solo una atenta lectura logre desentrañar, aunque no ayude mucho su pronóstico:

No sé si soy un ángel de Luz o un ángel caído… Me reconocerás en las páginas que caerán en tu corazón –¡qué desgastada palabreja, hirsuta, ambivalente; eminentemente fisiológica!— como un bálsamo o como una bendición. Y me sentiré reconocido en tu mirada, en una torpeza humana y en esas condiciones de tu destino que todavía no has podido comprender, que no comprenderás y que el día en que entiendas eso de   incomprensible, de inaudito e inexplicable que tiene tu vida, ese día o esa noche morirás.

Encontramos como recurso narrativo la generalización, aunque no siempre es aceptada por el lector, ya que este no tiene por qué identificarse con el autor, quien tiene sus propias posturas frente a la familia, el matrimonio, el amor, el desprecio y la propia visión de la sociedad en donde está inmerso.

La gente en las grandes ciudades vive en pequeños apartamentos; ven televisión en la noche, navegan en internet, cuentan como gran cosa la odisea de su jornada laboral y se empeñan en ser agradables, melifluos y sumisos con sus jefes. Se envidian entre ellos y hacen de sus lugares de trabajo, un verdadero mercado persa, donde la envidia, el odio, la maledicencia y la desconfianza, no dejan que se den relaciones armónicas y amables.

Uno de los ángeles está casado con Vitelina y tiene dos hijas Publia, excelente lectora y Amaranta, rumberita, aunque se siente cómodo allí, manifiesta su estado de ánimo de una manera concluyente y muy negativa, como si ese ángel estuviera muy insatisfecho en la tierra:

La familia es ese pequeño reducto que me permite alimentar el propio sentido de mi identidad. Una identidad que es prestada, inánime; siempre el resultado de lo que la cultura y la sociedad han establecido, para hacerme un ser manipulable y poder así   cercenar mi libertad, sin ningún reparo. Pero en la familia no se encuentra la felicidad y hay allí, otra forma de explotación que es la que imponen los hijos a los padres. Y algo parecido sucede con el matrimonio. El amor filial y el amor conyugal forman parte de la misma patología social. De la misma grotesca esclavitud.

No desaprovecha oportunidad para menospreciar la vida familiar y considera que todos los afectos no son más que deseos interesados por buscar satisfacción de necesidades económicas o sociales; se siente asfixiado en familia. Todo ese constructo no solo mental sino real quizá lo hace para poder justificar su infidelidad con Atala que según él fue la única que lo supo entender y tolerar, pero a quien dejó muy claro su imposibilidad de vivir juntos ya que la convivencia hace sucumbir el amor.

Otro de los personajes es el poeta y servidor público Valentín Fegali quien encuentra su alma gemela en Sabina una diosa terrenal a quien conoció en una tertulia literaria sobre los egipcios y la reencarnación que ella orientó pues era uno de sus temas apasionantes. Al pobre Valentín aun le retumbaban las palabras de Rosalba su mujer quien le repetía ¡Eres un fracasado! ¡Eres un fracasado! Haber conocido a Sabina le daba la posibilidad de volver a soñar con la felicidad que había perdido con su mujer y su hija Maryclare.

Eduardo, el marido de Sabina se casó con ella cuando él tenía veinte años, tuvieron tres hijos: Leonardo, Maria Sabina y Loly y llegó a ser ejecutivo del sector financiero, pero nunca se interesa por los temas que desde adolescente, cautivaron a Sabina: el estudio de la personalidad, las ciencias ocultas, la magia, la alquimia, la psicología y la astrología.

Cuando Eduardo tenía cincuenta años Sabina emprendió durante algo más de un mes un viaje por el Medio Oriente, Egipto, Grecia y la India, que la cambiaria definitivamente y la prepararía para el rescate del poeta Valentín, quien solo alcanzaba a musitar en sus brazos:

Me parece muy inverosímil todo esto. Muy extraño. Con misterios o sin ellos, me gustas mucho, Sabina. En tu compañía, me siento fortalecido y desaparecen mis putos miedos, mi inseguridad y todas esas cabronadas que me han jodido siempre. He conocido en tus brazos, la certeza del verdadero amor.

Por su parte Sabina interiorizaba: Solamente Valentín me comprende y cómo me hace el amor de rico. Lo amo ciertamente y es un alma que viene conmigo desde tiempos inmemoriales; lo que sucede es que él no tiene memoria, pero estuvo conmigo en el esplendor del Templo de Heliópolis, como Sumo Sacerdote.

La interacción de estos personajes con otros ángeles caídos va fraguando tal escepticismo que no solo se ve reflejado en sus actuaciones sino en sus pensamientos y elucubraciones que el escritor nos presenta matizadas de esoterismo, doctrinas y otros ingredientes que a veces no parecemos capaces de digerir o entender. Hay mucho escepticismo frente a la familia, el matrimonio y en general en las relaciones humanas a tal punto que ese negacionismo nos hace recordar lo expuesto al final de la vida por Amado Nervo

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,/porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;/Porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;/que si extraje la mieles o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:/cuando planté rosales coseché siempre rosas.

… Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:/¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;/mas no me prometiste tan sólo noches buenas; y en cambio tuve algunas santamente serenas…/Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

El pacto con el lector implica que el escritor presente su texto, su creación y espere que la interpretación de quien lo aborda sea coherente con lo planteado, teniendo presente que cada lector tiene cultura, formación e intereses diferentes para hacer esa inmersión de la cual pueden surgir nuevas posturas. Lo que sí es indispensable es que el texto entregado esté tan limpio y depurado que evite distraer al lector con errores de construcción o lo más lamentable, de ortografía de allí la importancia de un editor que con su agudeza lo deje totalmente asequible a una lectura serena y  juiciosa, eso hace parte de la estética del texto.

* Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.