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«Calavera»

Por: Martín Rodas*

Fecha de publicación: 01/05/2021

Naturaleza muerta. (Ilustración de TiN, fotografía)

Casting 

«Bacía, Yelmo, Halo.

Este es el orden, Sancho.

De aquí no se va nadie.

Mientras esta cabeza rota

del Niño de Vallecas exista,

de aquí no se va nadie. Nadie.

Ni el místico ni el suicida.»

León Felipe[1]

¡

Pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum!… exactamente diez tiros en la cabeza de «Calavera». Se dice que por un casco de moto que robó… otros afirman que no fue él. Lo conocía mucha gente del centro de la ciudad que dice que era una persona tranquila y no se metía con nadie; vivía en la calle y su mundo se desenvolvía entre los parques, la galería y las residencias de tres mil pesos en donde descansaba de ese trajín tan duro que es acariciar el cemento todos los días y buscar quién le diera un poco de comida y para la dormida… También había extraviado su nombre en el crudo asfalto, y el mismo asfalto lo rebautizó con el remoquete de «Calavera».

El mensaje de quienes lo mataron fue contundente. Por robar un casco le destrozaron la cabeza a balazos, diez… ¡qué atrocidad!, por un casco que muchos dicen él no robó, pues ni siquiera tenía antecedentes delictivos. También escuché, de personas que no lo conocieron y leyeron la noticia en las páginas judiciales del periódico local, expresiones como: «pues con ese apodo, qué se puede esperar…», condenándolo porque le decían «Calavera»… solo por eso. Considero que esas personas reflejan el alma del sicario que le disparó… y de quien, por cualquier peso, lo mandó a matar.

Qué puede tener en la cabeza, en su «calavera», una persona que con tanta saña mata a alguien porque quien le hizo el encargo lo acusó de haberle robado un casco… ¿qué puede tener en la cabeza-calavera?, esa en donde se enfunda el casco que visualizo como una calavera macabra, calavera sobre calavera… calavera tristemente asesina… calavera oscura que refleja lo que parte de la sociedad es… inquisidora, violenta, llena de odio y venganza.

Cuando me di cuenta de la noticia, me acordé de mis tres amigos de hace muchos años a quienes les decíamos «Calavera». Uno de ellos salía todos los días de un barrio muy pobre, con la olla en donde su madre le empacaba empanadas que él vendía por las noches en bares y cantinas para sobrevivir; él nos salvaba las noches de bohemia, pues esa olla era como maná caído del cielo. Otro «Calavera» era un muchachito que nos acompañaba porque en su casa no era bienvenido y se entretenía con nuestras tertulias noctámbulas en los parques. El último «Calavera» vendía chance, y a veces nos salvaba de la peladez, contribuyendo para las vacas «bacanales» en esos veranos lejanos en que no caía una sola gota de anhelado «espirituoso»… y a pesar del apodo, que nunca supimos de dónde nació, eran seres buenos… y lo siguen siendo.

Esas son las «Calaveras» que conocí e hicieron parte de mi existencia callejera y noctámbula, hace muchos años. Hoy los saludo de vez en cuando por la carrera 23, ya son personas maduras, con trabajos y vidas normales… y nombres normales… pues sus sobrenombres terminaron cuando dejaron de ser «callejeros». Pero a este «Calavera», el callejero de ahora, no le perdonaron su condición… murió acribillado en el inclemente pavimento, ese que era su morada cotidiana… lo condenó su indefensión… chivo expiatorio de las culpas de los otros, también pobres calaveras al servicio de la inhumanidad. Otras calaveras andantes, como zombies, lo acusaron, sin juicio previo, sin pruebas, de haber robado el casco… y sentenciaron en coro: ¡muerte a “Calavera”!… solo porque ese apodo ya lo condenaba… ¡Pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum!… diez disparos… en su calavera… para que no quedaran dudas de la verdad de los verdugos, calaveras ciegas y vacías.

*  Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».

[1]  Incluyo a pie de página el poema completo de León Felipe:

 

Pie para el niño de Vallecas

 Bacía, Yelmo, Halo.

Este es el orden, Sancho.

De aquí no se va nadie.

Mientras esta cabeza rota

del Niño de Vallecas exista,

de aquí no se va nadie. Nadie.

Ni el místico ni el suicida.

 

Antes hay que deshacer este entuerto,

antes hay que resolver este enigma.

Y hay que resolverlo entre todos,

y hay que resolverlo sin cobardía,

sin huir

con unas alas de percalina

o haciendo un agujero

en la tarima.

De aquí no se va nadie. Nadie.

Ni el místico ni el suicida.

 

Y es inútil,

inútil toda huida

(ni por abajo

ni por arriba).

Se vuelve siempre. Siempre.

Hasta que un día (¡un buen día!)

el yelmo de Mambrino

halo ya, no yelmo ni bacía

se acomode a las sienes de Sancho

y a las tuyas y a las mías

como pintiparado,

como hecho a la medida.

Entonces nos iremos todos

por las bambalinas.

Tú, y yo, y Sancho, y el Niño de Vallecas,

y el místico, y el suicida.