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Ciencia y tecnología desde la cordillera

Por: Andrea Ospina Santamaría *

Fecha de publicación: 26/05/2021

¿Quién inventó el arte, la ciencia y la tecnología? ¿Qué cabía antes y qué habrá después en los límites que encierran estas palabras? Existe una larga historia llena de hechos y procesos que han dado forma a los significados de estos conceptos tal y como muchas personas delante de esta pantalla los entendemos hoy. El origen y la consolidación disciplinar de cada área es todo un tema de investigación que le concierne también a sus intersecciones.

Pero sin duda, podemos afirmar que las divisiones de conocimiento y los orígenes que llegan a la mayoría de mentes son comúnmente desde la modernidad y lo colonial. Constantemente olvidamos que previo a ser invadidos por otras latitudes, las culturas latinoamericanas producían sus propios códigos, sistemas y procesos tecnológicos y científicos, y que, a pesar del atraso que significó pasar por un genocidio y la represión simbólica de sus saberes, hoy lo siguen haciendo.

Afortunadamente, muchas mujeres latinoamericanas han volcado sus ojos a esta realidad, como los hechos actuales sobre el textil en Bolivia (Elvira Espejo), o los vestigios históricos como las Saywas, observatorios astronómicos del norte chileno (Cecilia Sanhueza), entre muchas otras que han posicionado estos conocimientos dentro de lo que llamamos ciencia.

En esta misma línea de ideas se suma desde la investigación / creación Constanza Piña, artista chilena quien ha realizado un trabajo alrededor del Khipu, un instrumento de medición inca extendido antiguamente en Latinoamérica. Los focos desde los que se acerca son la matemática textil y la computación ancestral, dando como resultado una instalación y un libro que hoy se pueden encontrar en las salas virtuales del Festival de la Imagen.

Vista parcial de la exposición virtual Khipu de Constanza Piña, Festival de la Imagen, 2021

El Khipu, como menciona Piña, se compone por un sistema multicapa y nemotécnico para guardar información, a partir de datos numéricos que dan cuenta de ciertos acontecimientos. Funciona a partir de una codificación binaria y decimal ¿Te suena familiar? Masomenos es un instrumento que va y viene entre un computador portátil y un libro, pero basado en lo textil, un equipo vestible que se conecta con el cuerpo, un humano que interactúa con la máquina, una especie de cyborg.

Todo parte de los nudos, con aspectos tan específicos como la cantidad de vueltas, la posición en la cuerda, el color, la materialidad, el torcido del hilo, el tipo de trenzado, la direccionalidad, entre muchas otras claves que tal vez se han perdido en el tiempo y que responden a otras clases numéricas diferentes a nuestro sistema.  Incluso algunas teorías indican un uso coordinado con otros instrumentos como la yupana (herramienta para realizar operaciones aritméticas complejas, similar al ábaco) o los tocapus (sistema de escritura logográfica).

Vista de un Khipu original dentro del video explicativo de la exposición virtual de Constanza Piña.

Pero, lo más interesante de la investigación y obra de Constanza, es que responde a una pregunta compleja: ¿Cómo acercarnos a un conocimiento que fue minimizado, destruido y en algunos campos incluso olvidado? Además, unos saberes que sólo tienen sentido en otras lógicas y formas de comprender el mundo. Su respuesta es a partir del arte y de algunas personas que, al igual que estas culturas originarias, han sido minimizadas en la ciencia: las mujeres.

Realiza laboratorios, espacios de trabajo colaborativo e investigación de lo femenino en la computación y la ecología, campos en los que hemos sido líderes en la historia. Su reinterpretación del Khipu está basada en las computadoras humanas de Estados Unidos, en el código de Ada Lovelance y la relación de la historia de los computadores con lo textil, como el telar de Jacquard o las memorias de núcleos cableados (conocidas como Little Old Lady memory) que tejieron mujeres para la NASA. En ambos casos (lo femenino y lo indígena) la ciencia y la tecnología están dentro de los procesos comunitarios, creativos, manuales y artísticos.

Desde el inicio de los tiempos hemos mirado al espacio y lo hemos tejido. Hemos dado respuesta, construido y leído el cielo para movernos, cultivar o socializar, tema que las culturas andinas tenían tan claro que los Khipus también servían como repositorio astronómico: por ello el proyecto de Constanza se basa en una constelación. Y aunque como ella misma menciona, “el Kiphu, esté o no conectado a un sistema electrónico ya es una tecnología”. Su obra propone además convertir en sonido los espectros magnéticos a partir de lo electrotextil, con hilos tejidos en cobre y lana de alpaca, que generan un ruido lleno de información de aquello que no podemos ver. Una ciencia ficción andina (en sus palabras) que vuelve a dar vida y existencia desde nuevos códigos a las memorias ancestrales que en algunos puntos hemos perdido.

Fotograma de la conferencia Khipu: Computador prehispánico electrotextil de Constanza Piña en el Seminario Internacional del Festival de la Imagen, 2021.

Queda mucho camino para comprender la forma en que estos códigos culturales ancestrales están hoy aún en movimiento en nuestra vida, en la cultura de ciertas regiones y en objetos que nos rodean. Un ejemplo de ello es el puente sonoro Kuisi Corvidae de Andres Gaona, compositor colombiano, que nos lleva a recorrer el sonido de las gaitas tradicionales de la costa caribe, especialmente de la comunidad Kogui en Santa Marta (con la que también Constanza ha tenido algunos acercamientos). Es curioso como en muchas de las manifestaciones sonoras de las comunidades con fuerte tradición indígena la dualidad no es una oposición, sino por el contrario, una continuidad, como las gaitas hembra y macho. Esto se mezcla con el sonido electrónico y el paisaje sonoro de las montañas cundiboyacenses conectados a partir del viento, esa energía vital que respiramos y que hace que todo fluya. El mismo viento que se conecta con Flautoamericanismos, paisaje sonoro latinoamericano de Yovanny Betancurt.

Es claro que en ambos trabajos (Khipu y Kuisi Corvidae) se ha tenido que recorrer el territorio de diferentes formas, valorizar otros saberes, pensar desde la colectividad y la articulación de artistas e instituciones e investigar profundamente los orígenes y evoluciones de ciertos saberes, lo cual es una riqueza vital en nuestro contexto. Espero que en próximos festivales sean más visibles las personas que logran que hoy estos conocimientos perduren, las comunidades mismas que son las únicas que nos llevaran a aprender o redescubrir códigos diferentes y no a que intentemos que sus genealogías, formas de conocer y de actuar sean posibles de leer desde nuestro mundo cerrado. Espacios para escuchar esas voces sin intermediarios y con beneficios directos.

Un Festival y un mundo cada vez más decolonial, con más trabajos como estos y que además continúe la fuerza que ha tenido en esta versión la figura femenina en todos los componentes. Por último, me queda rondando esta relación entre el universo y lo cotidiano o lo microscópico, pero esto lo abordaremos en una siguiente nota.

*Artista Visual y Gestora Cultural y Comunicativa.