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Cita en Bestiario

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 31/08/2023

Vale la pena mencionar que el primer libro de relatos que Julio Cortázar publicó con su nombre fue Bestiario y que después de leer esos clásicos del género, nuestra opinión sobre el mundo y su contenido no sigue siendo la misma. En su último relato se mezclan herbarios, con fornicarios, juegos de niños, peleas de adultos, miradas sin malicia y acercamientos maliciosos, comedias y tragedias como es la vida misma.

Por su parte, uno de los nuestros, Alfredo Iriarte con su estilo mordaz y sarcástico nos dejó en su Bestiario Tropical unos precisos y preciosos retratos de los sátrapas que han infestado nuestra sufrida América. Es que para bestias, algunos humanos.

En Bestiario (publicado en 1959), el mexicano Juan José Arreola generó una propuesta en la cual los animales se mostraron fieles a su propia naturaleza, pero desplegaron una serie de actitudes fatalmente emparentadas con las de los humanos. Podrán imaginar todo lo posible allí, con las ratas, las hienas, los lobos, los elefantes, etc.

Aquí podemos dar un salto casi mortal para llegar a Sartre quien en su obra de teatro A puerta cerrada, en la cual interactúan varios personajes en un recinto sin acceso al exterior y tratan de hacer pactos o alianzas, unos con otros y cada vez recomponiendo alianzas o acuerdos mutuos, que van incumpliendo o deshaciendo, y que al final los conducen a afirmar, el infierno son los otros.

Esto contrasta con lo planteado por el premio nobel 1968,Yasunari Kawabata, quien en un emotivo discurso de recepción del premio, lleno de lirismo, tradición, bellas descripciones, amor por la naturaleza y sus manifestaciones y con un reconocimiento por la labor de los traductores quienes han permitido por su trabajo el acceso a esas obras, manifestó:

Cuando vemos la belleza de la nieve, cuando vemos la belleza de la luna llena, cuando vemos la belleza de los cerezos en flor; es decir, cuando somos acariciados y despertados por el esplendor de las cuatro estaciones, es cuando más pensamos en quienes amamos, y deseamos compartir con ellos ese placer. La emoción ante lo bello despierta fuertes sentimientos de amistad, deseos de compañía, y el término camarada puede tomarse en el sentido de ser humano. La nieve, la luna, las flores, palabras que expresan el sucederse de las estaciones, abarcan en la tradición japonesa la belleza de las montañas y de los ríos, de las plantas y de los árboles, todas las innumerables manifestaciones tanto de la naturaleza como de los sentimientos humanos.

Ese espíritu, ese sentir hacia los amigos que despierta la nieve, la luz de la luna, las flores, es también fundamental para la ceremonia del té, que es una unión en el sentimiento, una reunión   de amigos en una estación agradable.

Este preámbulo para ubicarnos en Germán Eugenio Restrepo Arango (Pereira, 1958), abogado de la Universidad de Caldas, consultor en derecho penal, docente universitario, ha sido columnista del diario La Patria de Manizales, igualmente escritor y poeta con Mención Especial en 1999 en el IX Premio Internacional de Literatura en Colliure, Francia. Además del ejercicio de su profesión se ha interesado por la búsqueda de la verdad para encontrar no solo el conocimiento sino encontrarse a sí mismo. Con relación a uno de sus temas de estudio se ha identificado por lo planteado por Epicuro sobre la muerte:

Así pues, el más espantoso de todos los males, la muerte, no es nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos. Por tanto la muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son.

Él la aborda con uno de sus personajes, en su relato así:

La muerte es  nuestra sombra y nace con nosotros y nos enseña su naturaleza incorpórea en los sueños. Cada que me acuesto en la noche y despierto al día siguiente, comprendo minúsculamente el señorío de la muerte y aprendo de mi fatuidad y de mi fragilidad humana, demasiado humana. Es un bello milagro del existir. Tengo muy presente mi   muerte, o mi futura desencarnación y convivo con su misteriosa e inesperada visita. Me preparo para esa nueva iniciación que es partir; decir adiós a lo que un día fui, para encarnar la verdadera presencia que soy. Esa es mi verdadera naturaleza.

En su constante indagación sobre el motivo por el cual estamos acá ha trasegado muchos caminos con rituales iniciáticos en escuelas gnósticas, masonerías, movimientos rosacruces, budismo, filosofías orientales, y un largo etc. Ha participado en regresiones, lecturas de tarot, sondeos del inconsciente, aceptación de duelos, interpretación de sueños, acompañamiento a enfermos terminales y otras actividades esotéricas y metafísicas, de las cuales ha ido aprendiendo y asimilando. Toda esta estructuración la encontramos en una juiciosa lectura que hagamos a su primera novela Diatriba de un ángel caído, publicada el año pasado.

Entendemos por diatriba un discurso escrito u oral en el que se injuria o censura a alguien o algo, pero en el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora, hay una más amplia explicación, que es la usada por los estoicos, como una forma de expresión que se propone reproducir las conversaciones sostenidas entre el maestro y sus discípulos. Su propósito es principalmente didáctico. La diatriba implica un intercambio de opiniones y una casi siempre prolija discusión entre varias personas sobre las tesis principales.

Se nos presentan una serie de personajes trágicos unos, cómicos otros, unos patéticos, otros ridículos, pero todos fácilmente identificables en nuestro propio entorno, muchas veces varias de esas características conjugadas en una sola persona, pues en la fauna humana es lo que somos o lo que encontramos.  No sabemos esos ángeles a que religión pertenecen de las ochocientos cincuenta que hay reconocidas en Colombia.

Los llamados del escritor desde el comienzo a que abandonemos la lectura constituyen un desafío, un acicate a no hacerlo y en cambio a buscar en ella algo tan recóndito que solo una atenta lectura logre desentrañar, aunque no ayude mucho su pronóstico:

No sé si soy un ángel de Luz o un ángel caído… Me reconocerás en las páginas que caerán en tu corazón –¡qué desgastada palabreja, hirsuta, ambivalente; eminentemente fisiológica!— como un bálsamo o como una bendición. Y me sentiré reconocido en tu mirada, en una torpeza humana y en esas condiciones de tu destino que todavía no has podido comprender, que no comprenderás y que el día en que entiendas eso de incomprensible, de inaudito e inexplicable que tiene tu vida, ese día o esa noche morirás.

La interacción de estos personajes con otros ángeles caídos va fraguando tal escepticismo que no solo se ve reflejado en sus actuaciones sino en sus pensamientos y elucubraciones que el escritor nos presenta matizadas de esoterismo, doctrinas y otros ingredientes que a veces no parecemos capaces de digerir o entender. Hay mucho escepticismo frente a la familia, el matrimonio y en general en las relaciones humanas a tal punto que ese negacionismo nos hace recordar lo expuesto al final de la vida por Amado Nervo

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,/porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;/Porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;/que si extraje la mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:/cuando planté rosales coseché siempre rosas.

…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:/¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;/mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…/Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Algunas descripciones están tan bien desarrolladas que parecen vivencias propias, al estilo de Aldous Huxley, como es el caso de la experiencia en la selva con algo como la toma del yagé:

Me fui sumiendo en un extraño sopor, como si sombras superpuestas, cayeran sobre mí, pesadamente. Mire las estrellas, la luna y los arboles encumbrados que lo cerraban todo, dejando ver escasamente un fragmento del cielo negro. Las arcadas me hicieron inclinar y me retiré de la fogata, pues no soportaba las ganas de trasbocar. Perdí la noción del espacio y del tiempo y me sumergí en algo que no podía definir y menos comprender. Muchos colores vivos danzaban en mi mente y, sobre el pasto, serpientes de colores se movían, generándome una desabrida sensación de  desequilibrio e inestabilidad. Me perdí en un confuso horizonte de  lejanías, de evocaciones y una mutable sombra, lo   invadió todo y me hizo deleznable e incierto.

Son tantas las experiencias y los deseos de compartirlas a través de la escritura, que en el libro encontramos más de una historia y todas relacionadas formando una amalgama que exige un lector no solo interesado, sino dispuesto a desentrañar su propia versión de ángel, demonio o dios que es lo que ejercemos con nuestra voluntad y a veces solo con nuestro deseo, para eso son los sueños. Y ahí tenemos al escritor recordándonoslo: Tener historias que contar, es sencillamente haber vivido y haberlo hecho con intensidad y con la hondura que brinda la vida. Estamos todos invitados al banquete de la vida y podemos escoger, si entramos o nos quedamos afuera, fisgoneando. Yo escogí entrar. ¿Tu estas afuera? ¿O ni siquiera te has sentido invitado?

Varias veces el ángel de la diatriba menciona el diario del nobel de Literatura Yasunari Kawabata, que le sirve de inspiración y de norma, por la forma tan precisa y preciosa de escribir, pero debe tener mucho cuidado con su acción final, pues volviendo al discurso de aceptación del Nobel, decía Kawabata: En mi ensayo La visión en los últimos momentos digo: Por muy desencantado que se pueda estar del mundo, el suicidio no es una forma de iluminación; por muy admirable que sea, el hombre que se suicida está lejos del reino de la santidad. Yo no admiro ni estoy de acuerdo con el suicidio. Tuve otro amigo que murió joven, un pintor vanguardista. También pensó en el suicidio en los últimos años, y sobre éste escribí en el mismo ensayo lo siguiente: Parece que ha dicho una y otra vez que no hay arte superior a la muerte, que morir es vivir. Para él, nacido en un templo budista y educado en una escuela budista, el concepto de muerte era muy diferente al occidental. De aquéllos que reflexionan, ¿quién no habrá pensado alguna vez en el suicidio?

Pero como todo lo categórico es circunstancial, acongojado, enfermo, solitario y triste por la muerte de su amigo Yukio Mishima, quien lo había definido como un “viajero perpetuo”, se suicidó en un pequeño apartamento a orillas del mar, se cree que inhalando gas.

Si lo que buscamos desde el comienzo es la definición del ángel caído, solo la conoceremos al final:

Ser un ángel caído y soportar como mortal, el peso acuoso de la eternidad, es algo difícil de entender. Tener la condición de expatriado, exiliado o de proscrito, es llorar sufrientemente por todo lo que existe y sentir que nuestra fragilidad es lo que realmente nos aproxima a seres tan perecibles y transitorios como nosotros mismos y es saber que el niño que soy no ha muerto aún, asesinado por un mundo venal donde no es posible ni   la esperanza, ni la fraternidad y donde no caben ni los niños, ni los ancianos.

La descripción de la vida, sus comedias, tragedias, sus logros y frustraciones, sus triunfos y fracasos, sus aciertos y desaciertos, sus alegrías y tristezas, es lo que nos ha tocado y tocará afrontar y resolver, en cada etapa y hasta el final, por eso la disposición que tengamos frente a su acontecer se constituirá en la clave para continuar. Los obstáculos no serán más que nuevos desafíos, cuya superación traerá nuevas satisfacciones o desengaños, pero aprendizajes. No podemos rendirnos, debemos estar pendientes de inesperadas situaciones.

* Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas

Texto leído en la presentación del libro Diatriba de un ángel caído de Germán Eugenio Restrepo, el día 29 de agosto de 2023 en Bestiario Galería Creativa de Manizales.

En la fotografía Alba Quintero, Germán Eugenio Restrepo, Germán Sarasty.