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De la convivencia a la intolerancia

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 01/10/2021

Un pueblo alegre, en donde brilla el sol, aunque no hay agua, cada martes llega un carrotanque a suministrarla, o la recogen cuando llueve, un pueblo de gente buena que no les gusta los zapatos, en fin un pueblo en donde no hay hambre, pero si solidaridad eso es lo que vemos y reflejan sus habitantes, quienes se conocen entre sí, sabe cada uno lo secretos de los demás, pero no los develan. Aunque es pequeño, tienen cancha de futbol, grupo musical, reina de las fiestas, rezanderas, prestamista gota a gota, putas, brujas el señor de la tienda, y no falta la loquita amanerada, pero inofensiva.

Para el 53° Festival Internacional de Teatro de Manizales en asocio con la Comisión de la Verdad, La Congregación Teatro, dirigida por Johan Velandia, nos trae su obra Rojo, la cual nos muestra la cruda realidad por la que han pasado, y ojalá no sigan pasando, tantos poblados alejados del progreso, abandonados por el Estado a su infortunio y víctimas de fuerzas oscuras que inicialmente los seducen con promesas de un mejor estar, y luego los degradan, los masacran y los desplazan, además de que la corrupción que entrañan, los divide e induce a peleas fratricidas que mal terminan.

Como es sabido, las elecciones son el momento propicio de los políticos para seducir con promesas, que, invariablemente, una vez elegidos las incumplen. Esta vez apareció el señor del helicóptero, a quien según él, Dios le había hablado y escogido como salvador de ese pueblo, en el cual todos estarían calzados como gente de bien, habría carretera, pista, edificaciones, etc., finalmente bienestar. Hubo música, comida, fiesta como anticipo de sus promesas.

Los pecados de sangre por escondidos que se tengan terminan por aflorar y quien era madre, realmente era una tía ocultando un pecado para salvar la familia. Rojo ahora a sus catorce años y al servicio del señor del helicóptero, nuevo gobernador, empieza con él su vida delictiva matando como exigencia de su jefe a su tío por preguntón, Esta muerte lo conmoverá tanto que buscará a la bruja para que le aleje ese espanto y con ella descubrirá otro secreto bien guardado.

Con el gobernador electo comienzan nuevas dinámicas en las relaciones de los unos con los otros, aparece la economía de la droga, la limpieza social, los despojos y desplazamientos, la ley del silencio, la de los que no ven, no oyen y sobre todo no preguntan si quieren seguir vivos. Las desavenencias derivan en odios irreconciliables, así sean entre vecinos y aun entre parientes. Aparecen todos los días y las noches, muertos descalzos, más de doscientos. La mitad del pueblo desaparecido.

Los habitantes se han dividido y ahora ya no son un pueblo, apenas un barrio obviamente con fronteras invisibles, delaciones permanentes y profundas envidias, la droga termina por corromperlo todo. Ya no hay locas, ni delincuencia, pero hay hambre, sequia, no hay acueducto, ni hospital, además cerraron la escuela y ampliaron el cementerio. Impera la desconfianza, madres llorando ausencias, desaparecidos, violaciones, descuartizados, secuestros, todo un explosivo coctel en ese teatro de los acontecimientos.

El colofón se produce en El refugio, al pasar de pueblo alegre a barrio dividido y finalmente a casa compartida, así sirva solo para partir o picar a los sobrevivientes, como lo testifican en esa casa de madera, la sangre en el piso, la carne en las paredes, las cuerdas y los cuchillos, y en donde los muertos escuchan los recuerdos y también tienen pesadillas, cuando sueñan con lo que fueron y miran a los pocos que aun esperan reunirse con ellos.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas