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De la realidad a la posverdad

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 01/10/2020

La realidad siempre estará allí para todos, aunque nosotros no la percibamos. Solamente cuando nos percatamos de algo que suscita nuestro interés, nos damos cuenta de ella, y percibimos los hechos, pero en los enunciados que constituyen nuestra interpretación de ellos, introducimos el sesgo de nuestra subjetividad. Lo obvio, lo objetivo, que debe ser racionalmente examinado, lo contaminamos con lo emocional, y ya no actuamos individualmente, sino que la mayoría  de las veces lo hacemos dentro de las convenciones y normas de la colectividad con la que simpatizamos y de esa manera podemos aceptar muchas de las cosas sin confirmarlas.

Esto ha abierto un nuevo campo a lo que ha definido el diccionario Oxford, Post-truth (posverdad): Relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales.

Es por eso que se permiten crear escenarios u otro tipo de verdades, abstrayéndose de la realidad, tomando algunas ideas y aportando razones que mejor las sustenten. No importa que hayan sido desmentidas con anterioridad, pues la insistencia en ellas, las llevan finalmente a ser sino aceptadas, por lo menos toleradas como realidades alternativas. Ejemplos se ven continuamente, con solo mirar una campaña política se pueden encontrar:

En Estados Unidos, las ciudades arden, los pobres se toman los suburbios y está a punto de subir al poder un gobierno de izquierda radical que quiere transformar el país en una utopía socialista que acabará con el sueño americano. Y solo un hombre, Donald Trump, puede evitar este descenso a la anarquía total.

Por supuesto, nada de eso está sucediendo. Es la realidad alternativa que están construyendo.

Esta es la elección más importante en la historia de nuestro país. Su voto decidirá si protegemos a ciudadanos respetuosos de la ley o si damos rienda suelta a los   anarquistas, criminales y agitadores que nos amenazan. Y esta elección definirá si defendemos el estilo de vida estadounidense o si permitimos que un movimiento radica lo desmantele y destruya de manera permanente

No era esperable nada diferente de Trump, quien según un medio tan autorizado como The Washington Post, concluye sobre el presidente que durante estos cuatro años ha  vendido más de 20.000 verdades a medias o mentiras.

Este fenómeno global ha sido analizado por expertos filósofos, lingüistas, políticos, sociólogos y todo un respetable grupo de científicos sociales. Han identificado tres causas que subyacen como explicativas de ello. Veamos sucintamente. La primera hace referencia al colapso de la confianza en las instituciones. Muchas veces se nota el gran esfuerzo por la normalización de la mentira y el uso abiertamente del engaño como valioso recurso, frecuentemente con la complicidad o el supuesto apoyo de los medios de comunicación, que nos inundan de información, que aceptamos sin verificar o al menos cuestionar. Muchos columnistas opinadores de oficio ayudan a socializar esas posverdades, creando así, versiones convenientes.

El segundo factor lo constituye es el inaudito establecimiento de élites anti–intelectuales, que con sus posturas, derivan en el rechazo abierto al pensamiento crítico y son rabiosamente anti–hechos. Jamás se les ocurre tener visión detallada, atenta lectura, pensamiento crítico, precisión conceptual y aplicación de la duda metódica.

El tercer factor que facilita la adopción de la posverdad y rechazar el esfuerzo de la verdad obtenida por la aplicación de métodos rigurosos, como los arriba enunciados, tiene que ver con revolución tecnológica en comunicaciones.

Mucho de esto es lo descrito por el mexicano Jorge Volpi en su libro Una novela criminal, Premio Alfaguara de novela 2018,  en lo que él mismo ha denominado una novela documental o una novela sin ficción, a la que supo anteponer un epígrafe de Paul Valéry, previniendo al lector: La mezcla de lo verdadero y lo falso es mucho mas tóxica que la pura falsedad.

El caso de la detención del mexicano Israel Vallarta y la francesa Florence Cassez, como supuestos secuestradores y la liberación de tres de sus víctimas, descrito con lujo de detalles en su libro Una novela criminal, colmó la atención durante años de dos presidentes mexicanos, dos presidentes franceses y grupos representativos de ciudadanos en ambos países. Todo debido a las flagrantes violaciones de procedimientos no solo durante la captura, sino también en los procesos judiciales, las pruebas aportadas y las formas a veces poco ortodoxas de lograrlas, por los medios policiales y judiciales. Aun después de la lectura quedan dudas a favor y en contra, pero es un claro ejemplo de la aplicación de la posverdad.

Desde el 2005, hasta el 2018,  lapso de tiempo transcurrido en la narración de casi quinientas páginas, la cual consta no solo de descripciones minuciosas, actas judiciales, informes policiales, testimonios, alegatos, actas oficiales y todo tipo de declaraciones concernientes al caso en mención, y a medida que leemos, nos vamos confundiendo cada vez más en esa maraña de contradicciones, acomodaciones, rectificaciones, negaciones flagrantes a la verdad y un largo etc. que hacen el relato más apasionante en la medida en que aparecen nuevos elementos o nuevos personajes.

Para aplicar los tres conceptos enunciados antes, veamos lo referente al colapso de la confianza en las instituciones. Un país con problemas de narcotráfico, secuestros y corrupción, permeado en muchos niveles tanto en el ejecutivo, como en el judicial y con una policía que con no claros propósitos hacia creer que perseguía obsesivamente el delito, constituían un marco ideal para muchas perversiones, como el crear situaciones que parecían resultados de largas investigaciones y muchas veces en complicidad con la prensa hacer aparecer operaciones arregladas, como riesgosas incursiones. Veamos algunos casos:

Si un policía sin suerte no es un buen policía, los agentes Escalona y Aburto parecen ser los mejores policías del mundo: en un recorrido aleatorio por una muy extensa y poblada zona de la ciudad no solo logran que la victima identifique a uno de sus captores (al cual nunca vio de frente ya que según su dicho inicial siempre estuvo vendada o contra la pared), en un automóvil en marcha (que de pronto deja de ser blanco para adquirir una tonalidad gris plata),sino que, al seguir sus pasos este los conduce a la casa de los  supuestos secuestradores…

 ¿Podemos saber si Valeria identifica a Israel porque lo recuerda o porque la policía y el Ministerio Público le insisten que es la persona que debe recordar?

 A menos que nos hallemos frente a la banda de secuestradores mas descuidada de la historia, uno tiende a pensar que todas estas pruebas han sido sembradas por los mismos agentes que aseguran haberlas descubierto.

El segundo factor a analizar lo constituye el establecimiento de élites anti–intelectuales, que no obrar con el rigor y criterio necesarios para buscar la verdad y sin ningún esfuerzo aceptan lo que les propongan, como se afirma en el libro: No sentencian los jueces. Sentencian los medios.

La historia de Israel es la historia de su voz. En televisión, oímos una voz feble, apocada, en susurros. La voz de un perro apaleado. Con esa voz reconoce su culpabilidad ante las cámaras, amagado por la policía que acaba de torturarlo.

Afortunadamente y ante acomodadas evidencias y fabricadas pruebas, cuando existe criterio, duda metódica y prima la razón, no la emoción, existen jueces ecuánimes que son capaces de valorar integralmente todo un proceso por complejo que sea, como lo hizo la jurista Sánchez Cordero:

Igual que millones de mexicanos la exministra recuerda haber visto la detención en vivo de Florence e Israel y compartió la sensación mayoritaria de que se trataba de una pareja de criminales. Tras mirar una y otra vez el video del 9 de diciembre de 2005, no le quedó duda de que el montaje había destruido por completo la presunción de inocencia y la posibilidad de reconstruir la verdad. “¿Qué tiene que hacer un juzgador?”, se pregunta. “Remontar sus prejuicios.”

El último factor a tener presente para la facilidad de configurar las posverdades lo constituye la revolución tecnológica en comunicaciones, la cual permea todo el proceso, lo amplifica o lo simplifica de acuerdo con las conveniencias y los fines que se proponen, en este caso las autoridades, coadyuvadas por los medios de comunicación tan proclives a las exageraciones sin comprobaciones. Muchas veces sin criterio para diferenciar lo seguro de lo probable, lo cierto de lo dudoso, lo autentico de lo falso, lo real o lo inverosímil.

En este largo recorrido tras la búsqueda de la elusiva verdad, será la persistencia de sus actores, quienes lograrán al menos encontrar luces en tan tenebroso y contaminado escenario, su trayectoria deja siempre muchas inquietudes.

*Profesional en Filosofía y Letras. Universidad de Caldas