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Desde la obra arquitectónica del Centro Cultural Universitario Rogelio Salmona de Manizales

Por: Edilberto Zuluaga Gómez*

Fecha de publicación: 03/10/2019

Por mucho tiempo me pareció que la obra inconclusa del Centro Cultural ROGELIO SALMONA era una carcasa abandonada después de la guerra. Pasaba por su lado como esos enamorados que no han descubierto el amor y seguía sin importar lo que iba a pasar. Sin entender la vista como ese aparecer cultural que cambia la vida de lo observado y el observador. La magia del aparecer.

Desde el umbral de ingreso el espacio llega como una bocanada de aire, líneas geométricas invaden los ojos tras una revelación. Las entradas nos llevan al interior y desde las rampas rapsodas sobre las paredes, caminatas en busca del aire interior. La pausa sugiere el círculo y su cuadratura, después del vacío una invitación a la gruta que en el interior nos llama. En su aposento nos encontramos frente a diversas plazas rodeadas de círculos igual al humo de las catacumbas, centrando espirales sobre la cabeza, sacando partes del todo, mirando al través, sintiendo el paso de luces infinitesimales sin alcanzar a percibir su procedencia y la estructura que cubre el espacio evitando el sol, igual a ese filosofo que dijo a Alejandro Magno que se retirara y el sol llegara a su cuerpo. Entonces, surge una iluminación sutil de las rendijas, antiguas filtraciones entre las paredes, una espada de claridad partió el edificio, y la claridad atraviesa cada piso con sutiles diferencias.

Entre catacumba y gruta, entre modernidad y concreto, entre círculos y carrileras de libros, entre edificio y vuelo de paloma, vemos lejano el espacio detrás de los vidrieras como hombres modernos y nos sentimos cerca por la antigua clarividencia, nos aleja la cubierta cóncava y nos acerca el paisaje, estamos como ignotos ciudadanos en una plaza, cercados por la tecnología y el deseo de ser en la estratosfera. Las rampas recorren los nervios exteriores de una rueda que sube y baja.

La terraza jardín, un cono para que el paisaje tome café, paisaje que entra por las agudas transparencias, jóvenes  soñadores, huevos primigenios del eterno retorno dentro de cien años, inclinados sobre los audífonos como el antiguo campesino  frente a la semilla, ignoto mensaje de falta de concordancia. La luz natural del día cae de las paredes buscando el origen de la gravedad, y al mirar el sol perdemos el sentido ya que no lo encontramos.

¿Cómo hizo SALMONA para enredar aire y luz en su composición? ¿Cómo hizo para ubicar líneas rectas y curvas, plazas lejanas, visiones de otro tiempo, círculos sobre el aire que se reparten en el huevo cósmico? ¿Horizontes retraídos como la matrioshka rusa?

El edificio no tiene techo, en épocas cubierto de polvo y madera, de infinitos insectos, porque es un nuevo espacio de la vida silenciosa sobre la cabeza de soñadores, gatos con su hirsuto caminar hundían la realidad flotante, otra realidad puesta de cabeza, inauguración de un piso imaginario, continuación constructiva del ascenso, ya no usamos carretas con alas sino que nos elevamos con alas de tierra. Un techo habitable, teatro con gradas, allí los pájaros y demás insectos prestados de los árboles, del aire vecino, quedamos en la parte alta como en la cubierta del barco en que el viento arbolea el paisaje. Los materiales se articulan buscando la imagen, el ladrillo de la imaginación dialogando con el ladrillo vernáculo, la materia prestando su incomprendida fragilidad para que el viento y el agua de su forma.  Los edificios del barrio Palermo junto con el Morro de Sancancio inclinan la cerviz sin advertir el vecino que tienen, igual al primer observador que no atinaba sobre la realidad. La arquitectura nos invita a amar el territorio haciendo que tome raíces imaginarias, dando dimensiones creíbles a las ideas, buscando el suelo donde asienta la vida, un hito en la historia se ha aposentado en Manizales.

El edificio continúa la obra colonizadora del siglo XIX cuando nuestros abuelos trazaron surcos y caminos, entre amores y tapiales, es un cambio de rumbo en la historia de la ciudad, con nervaduras de las hojas, con los pliegues del amor, un barroco desarmado, columnas griegas en el volumen de los guaduales, rampas que nos llevan raudas como los caminos vecinales en el trasegar del tiempo.

Dejamos atrás el edificio público, el color de la imaginación, los techos planos de ladrillo mampuesto, las corrientes de aire que corren a velocidades para decir del mundo. El proyecto inacabado pero completo, el recuerdo de arquitecto como intelectual de la convivencia de la materia. Experiencia itinerante del autor como causa y efecto, del espectador, semblanza y disfrute.

Otro día, observando este volumen que culmina la montaña, su interior que antes no estaba dado, se ha llenado de formas, figuras y visiones, distingo el cono invertido y se dónde está, qué cubre, qué riesgos asume sobre las cabezas, como el primer círculo de figuras que bajan, de figuras que suben, de las triadas de Hegel, de las líneas imaginarias de Platón, de la música de las esferas, de la geometría de Spinoza, del cálculo infinitesimal y el agua perdida entre los áticos, todo alcanza la superficie sublunar.  El espacio se ha colmado de aire, densidad de la imaginación que, acompañada de ideas,  llena el universo.

Dice Rogelio Salmona que el arquitecto prepara ruinas donde tomarán plena significación los espacios silenciosos, rememorativos, oscuros e incomprensibles, luces que nadie domina, puentes, uniones, lazos, amores y desamores. Historia, más el devenir.

La arquitectura de la ciudad en la obra de SALMONA nos acerca a múltiples dimensiones de lo real, el tiempo se encamina, el futuro se detiene en formas platónicas, nuevos ámbitos y rostros se levantan en el horizonte surcado de montañas.

*Escritor