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Dilema moral

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 01/03/2022

Es claro que en las novelas aparecen los hombres no solo con su racionalidad característica, sino también con sus pasiones que son las que más claro los retratan y los impulsan a cometer acciones signadas por lo mejor y lo peor de ellos, y aunque Javier Cercas sostiene que “Un libro es solo una partitura y es el lector el que la interpreta”, y Joseph Conrad afirme que “El autor solo escribe la mitad de un libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector”, siempre tendremos que cualquier novela es la respuesta a una pregunta, aunque en las buenas hay enigmas irresueltos o respuestas difíciles de asimilar.

Esto ocurre cuando nos es muy complicado entender cosas que moralmente pueden parecer repugnantes o contrarias a nuestros principios, o porque las respuestas que se nos proporcionan suelen ser poliédricas, complejas, contradictorias y esencialmente irónicas, y no como quisiéramos: nítidas, inequívocas y taxativas. Esa es la magia que poseen las narraciones de los grandes escritores, quienes viven con el temor constante de no poder volver a hacerlo, o de repetirse.

Un claro modelo de lo expuesto nos lo proporciona el escritor español Javier Cercas (IbahernandoCáceres1962), columnista de El País y quien fuera docente universitario de filología. En 1985 se licenció en Filología hispánica en la Universidad Autónoma de Barcelona y luego se doctoró en la misma especialidad en la Universidad de Barcelona. Su obra narrativa se caracteriza por la mezcla de géneros literarios, el uso de la novela testimonio y la mezcla de crónica y ensayo, con ficción. A partir de su exitosa novela Soldados de Salamina (2001), su obra ha sido traducida en más de veinte países y a más de treinta idiomas. Con ella logró gran reconocimiento y las numerosas ventas le permitieron dedicarse exclusivamente a escribir.

En esta oportunidad nos trae Terra Alta, Premio Planeta 2019, en la cual nos presenta al joven policía Melchor Marín, quien lleva cuatro años viviendo allí, después de haber tenido un oscuro pasado en Barcelona que incluía no solo haber sido consumidor de drogas, sino también distribuidor de coca, convicto por delitos relacionados con narcotráfico y condenado. Los años de encierro le permitieron acercarse a los libros y en ellos encontró respuestas, inquietudes y muchas preguntas irresueltas.

El mismo autor nos dice que en las primeras páginas están todos los elementos de esa narración:

Se llamaba Melchor porque la primera vez que su madre lo vio, recién salido de su vientre y chorreando sangre, exclamó entre sollozos de júbilo que parecía un rey mago. Su madre se llamaba Rosario y era puta.

Y es lo que desarrolla en la novela, un crimen que incluye salvaje tortura, mucha sangre derramada y excesos de violencia; y aunque no faltan la alegría y la pasión, pero también la tristeza, la decepción y la amargura, es todo un caleidoscopio de sensaciones.

Para Melchor, quien nunca conoció a su padre, pero lo identificaba con algunos de los asiduos clientes de su madre, su decisión clave fue volverse policía, para lo cual puso el mismo empeño que había puesto en ser malo y con pocas dificultades lo logró, y en cuanto al uso de armas, ya había tenido su escuela inicial al lado del delito. Siempre tuvo una vida dura, era capaz de cosas que no estaban bien, pero definitivamente era limpio de corazón.

Si la novela plantea un enigma y alguien que intenta resolverlo, ya sea el personaje central o el mismo lector, deben tener en cuenta que el pasado debe ser entendido como dimensión del presente. Por ello Gaspar debe arrastrar tanto con su sórdido pasado, como con su heroico desempeño en una arriesgada operación policial, en donde mostró su garra y su excelente puntería, y como resultado, después de la peligrosa Barcelona nocturna, va a parar al apacible campo, en donde el silencio le perturba y la poca acción lo indispone, hasta que de repente surge la tortura y asesinato del mayor empleador, mas no benefactor de la región y dueño de Gráficas Adell, su esposa y una empleada. Al llegar a la residencia de los Adell, esto es lo que encuentra:

En el aire flota un violento olor a sangre, a carne atormentada y a un suplicio, y una sensación rara, como si aquellas cuatro paredes hubieran preservado los aullidos del calvario al que asistieron; pero, al mismo tiempo, Melchor cree percibir en la atmósfera de la estancia –y esto quizá es lo que más le perturba —un cierto aroma de exultación o de euforia, algo que no tiene palabras con que definir que, si las tuviese, tal vez definiría como la estela festiva de un carnaval macabro, de un rito demente, de un gozoso sacrificio humano.

Obviamente surgen varios interrogantes, los porqués, los sospechosos, las circunstancias y así, ni idea de por dónde empezar. Desde el gerente de Gráficas Adell, Josep Grau, su yerno Albert Ferrer, las empleadas de servicio, los asistentes a la cena del día anterior, en casa de los Adell, en donde alguien desconectó la alarma, o sea hay sospechosos y cómplices. La empresa tenía dos fabricas en España y cuatro fuera, incluyendo una en México y otra en Argentina, con seiscientos trabajadores en España y otros cuatrocientos afuera. El gerente llevaba toda la vida trabajando allí y su yerno ingresó desde que se casó con su hija. Ferrer, al referirse a su suegro, decía que era un tipo duro, y Salom su amigo policía sostenía que despreciaba a todo el mundo. Lo cierto era que la lambonería y el servilismo de Grau hacia Adell contrastaba con el mal trato y la grosería de éste hacia aquel. Constituían una extraña relación sadomasoquista. Además, sus discusiones públicas eran impresionantes y así lo describe su hija a Melchor:

 –¿Quieres decir que eran discusiones violentas?

 –¿Violentas? –Los labios de ella vuelven a alargarse en una tenue sonrisa–. ¡No! Eran   fantásticas. Cuando empecé a ir a esas cenas, de adolescente, yo creía que aquellas discusiones no iban en serio, que mi padre y el señor Grau discutían para divertirse, o más bien para divertirnos a los demás. Y a lo mejor es verdad, pero el caso es que así tomaban siempre las decisiones, discutiendo hasta el agotamiento.

Después de arduas jornadas, pesquisas, interrogatorios, confrontación de huellas, análisis exhaustivos y demás procedimientos policiales, Melchor comprendió el hecho de tener que convivir con la frustración, además logró comprender lo afirmado por el veterano subinspector Barrera cuando lo confrontó:

Mire, hacer justicia es bueno. Para eso nos hicimos policías. Pero lo bueno llevado al extremo se convierte en malo. Eso he aprendido en estos años. Y también otra cosa. Que la justicia no es sólo cuestión de fondo. Sobre todo es cuestión de forma. Así que no respetar las formas de la justicia es lo mismo que no respetar la justicia. Lo comprende, ¿verdad? –Melchor no dice nada; el subinspector esboza una sonrisa tolerante–. Bueno, ya lo comprenderá. Pero acuérdese de lo que le digo, Marín: la justicia absoluta puede ser la más absoluta de las injusticias.

Después de múltiples sufrimientos, de grandes decepciones y de inaceptables razones, no lograba dar crédito a que el caso estaba resuelto, su intuición y olfato de policía le hacían percibir que el caso no lo estaba, o que se había resuelto en falso, y eso le creaba un profundo desasosiego, que no compartía con nadie, pues tras tantas frustraciones, es solo un presentimiento. Su persistencia y un golpe de suerte lo llevarán a desentrañar la oculta verdad y la sangrienta venganza, por muchos años maquinada y confesada a él mismo, por su anciano autor, lo cual le plantea un dilema moral que debe enfrentar.

 …es verdad que se tomó la justicia por su mano, pero también que no había otra forma de tomársela; es verdad que no respetó las formas de la justicia, pero también que era imposible hacer justicia respetándolas.

Esta espontanea confesión le hace pensar que su autor busca, no solo su comprensión si no tal vez su absolución, y de repente se encuentra ante dos verdades contradictorias, entre dos razones justas y lo llevan a pensar en el dilema del ¿qué hacer, cuando la justicia no nos hace justicia?

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.