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Dios nos arrebató la música

Por: Giovany Largo

Fecha de publicación: 10/11/2022

Este es el capítulo 2 de la novela Párpados Azules, en proceso de edición, del dramaturgo, actor y escritor, Giovanny Largo, nacido en Riosucio, Caldas. Su dramaturgia ha sido traducida al inglés y al francés y llevada a escena por agrupaciones de México, Chile, República Dominicana y Colombia. Premio Departamental de Dramaturgia Secretaria de Cultura de Caldas, Premio Regional de Dramaturgia Caldas 100 años, Premio Departamental de Cuento Corto, Premio Nacional de Cuento Universidad del Tolima, mención de honor en el Concurso de Cuento Latinoamericano de la ciudad de Veracruz, México. Fundador de X2 Teatro, corporación cultural con la que ha realizado alrededor de doce montajes de sala y calle.

Me dicen el Mosco porque todo lo que toco lo vuelvo mierda, fue lo que me dijo cuándo le pregunté por su apodo, me sonrió y subió a la improvisada tarima hecha con cajas de cerveza y tablones en retazos, las bandas de rock, alternaban con las de regué, funk, blues y ska, y cada jueves se realizaban toques en garajes y sótanos, los sonidos se entremezclaban abriéndonos los oídos al mundo, invitándonos a descubrirlos con resonancias cercanas, altivas y concordantes con la ingenua rebeldía de esos años, la música inminente  para despertar el alma, casi unos niños, pasábamos horas escuchado las canciones de Janis Joplin, Jimi Hendrix  y  Bob Marley el tiempo se detenía en las salas y corredores de las casas, vigilados por nuestras madres que nos pedían bajarle el volumen a la grabadora de casetera y nos preparaban pan con mortadela y coca cola. Una vez al mes en algún rincón de la ciudad se organizaba un concierto al que acudíamos casi siempre los mismos, a mí me venía bien ese mundo de guitarras afiladas o estridentes, baterías marchantes y voces excéntricas… donde era posible en medio de la multitud ser un solitario, donde no se preguntaba de más y se podía ser un joven misterioso, taciturno, ensimismado, donde todo era armonía y fluidez al compás de los hermosos ruidos.  La verdad fue por Anabel que conocí la escena musical, para acercarme a ella, para escucharla cantar, aunque siempre supimos que con la música no llegaría a ninguna parte, la primera vez que la vi fue en una lectura de poesía en la casa Fernando Mejía, un centro cultural en el viejo sector de Cristo Rey, allí también quedaba el bar Ojo de Agua donde años más adelante pasaría gratos momentos en busca de la iluminación a través de los ideales inmaculados del arte de la contemplación literaria. Cuando la vi al lado del pretencioso e exhibicionista joven poeta que esa noche presentaba su libraco de versos lacrimógenos, sentí celos, una minúscula rabiecita, cada vez que ella le sonreía y lo miraba con sus pequeños ojos que eran como luceros que podían salvar a un náufrago, de seguro le hablaba de la Pizarnik y como se había suicidado, ella lo contemplaba con una creciente admiración, mientras él con la mano en la bardilla le contaba de sus dolores y padecimientos al momento de escribir sus insípidos versos,  yo, sólo la miraba a la distancia, con miedo a dirigirle la palabra, hubiera querido haberle cantado un pedacito de una canción de Bob Dylan, imaginé invitarla a caminar por la veintitrés, mirándola a los ojos de vez en cuando, recorrer las calles o comer pizza en el Parque Caldas, pero me faltaba el valor, sólo la miraba moverse con gracia juvenil sosteniendo una copa y conversando con sus dos inseparables amigas, mientras otro pichón de literato preparaba su lectura. Llegué al taller de poesía por el Negro, uno de mis mejores amigos y un adelantado en todas las materias de la vida. Para qué nos vamos a meter a un taller de poesía le pregunté y me contestó que no tenía ni idea pero que ya tendríamos algo que hacer en las tardes, ninguno de los dos jugábamos fútbol, esa falta de talento para la pelota lo atormentaba constantemente, el Negro y yo habíamos nacido con los dos pies izquierdos, ni bailamos ni  tampoco brillábamos en la cancha del barrio como los demás muchachos, sin embargo, acudíamos a la cita deportiva como mirones, fieles espectadores de los cotejos interveredales, sagaces en la técnica de perder el tiempo viendo cómo los demás se divertían, la vida es generosa sobre manera y el Negro que jamás tocaba el balón descubrió  con enorme placer, su habilidad para hablar del tema como un experto, un jovenzuelo erudito que con el tiempo y estudio se convertiría en toda una autoridad,  encontrando una manera de ganarse la vida con su afilada lengua, futbol y poesía, rock y vino. Un agudo y controvertido comentarista deportivo que de vez en cuando se pasaba por la tienda de la esquina donde los vagos le hacían corrillo para escucharlo profetizar y sentenciar.

Anabel tenía una figura delgada y fina, sus largas y torneadas piernas armonizaban con sus brazos en una especial elegancia, no era una belleza de otro mundo, pero sus labios gruesos le daban un aire sensual que ella sabía utilizar a su favor. Vestida de negro de pies a cabeza subía a la tarima y mientras su banda afinaba los instrumentos con parsimonia y misticismo, ella caminaba de un lado para otro mirando a la audiencia, asegurando ser el centro de atención. Su piel blanca resaltaba con la larga y espesa cabellera negra azabache que la diferenciaba de las demás muchachas de su edad, descuidadas y simplonas, me fascinaba verla moverse mientras cantaba desafinada, exagerando sus movimientos y provocando una sensación de seguridad en todos nosotros que hoy me resulta extraña, hoy en medio de una pandemia y reflexionando sobre el paso del tiempo, reconozco que mi generación y yo en especial, no éramos tan seguros de sí, como lo son  los impetuosos y valientes chicos de hoy, en mi época, como dice la famosa frase de cajón, éramos un mar de dudas, un torbellino de incomprensión.

Cinco meses dudé en dirigirle la palabra, me convertí en el seguidor estrella de su proyecto musical, y cuando la expulsaron de Los Pobres Perdidos, la seguí en cada una de las presentaciones de los Noctámbulos, tres mediocres pero apasionados aventureros musicales, que herían nuestros oídos acompañados por la vocalista más desafinada del mundo, pero para mí más fascinante. Día y noche pensaba en ella, intentaba ir a donde ella iba, la buscaba en las esquinas de esta ciudad fría y mojigata, me vestí de negro para llamar su atención y me dejé crecer el cabello esperando lucirlo como sus ídolos rocanroleros. En el taller de poesía me sentaba al frente y en silencio contemplaba su figura mientras el profesor, nos hablaba del universo poético, Aristóteles y los malditos, para mi ella era la poesía, agresiva y nostálgica, delirante y profunda, dueña de una mágica revelación que le daba otro sentido al mundo.

En este encierro y mirando una y otra vez su fotografía, descubro con una sonrisa en el rostro que todas mis ilusiones de aquel entonces valían la pena, en este momento son fundamentales para desde la esperanza del ayer, asumir el presente y son la vacuna para el cansancio del alma. En el solar de la casa del abuelo escribí mi primer poema, siete versiones de la misma basura, palabras rebuscadas que otros ya habían reunido con habilidad, imágenes insulsas y traicioneras que no lograban exponer su grandeza, ella, mi ángel era mi todo, mi sueño, la inspiración en mi naciente y defectuosa poética, entendiendo que a pesar de lo mucho que quería decir jamás encontré el cómo.  En verdad lo que no nos mata nos hace más fuertes, ella solo tenía ojos para Jorge Mario, un joven muy apuesto y amante de la salsa, con unos ojos que lo hacían ver como un gatico asustado, así que su indiferencia me dio material para continuar cometiendo poesía, garabateando versos libres en un afán por reconocerme y alivianar mi sufrimiento, ella era mi tormento y yo la continuaba buscando en los espacios colectivos de esa mi Manizales, que significa juventud.

Ayer Víctor me envió un mensaje de texto en el que me compartía la información sobre un documental de salsa y la escena musical de Cali en los años 80, durante toda la cuarentena el mejor amigo del Negro, no ha hecho otra cosa que saturarnos con mensajes de superación y confianza, memes, cadenas de oración virtual y el anuncio de nuevas emisiones de conciertos de música tropical. Víctor era un muchacho de Salamina con un espíritu festivo inigualable, se sabía de memoria las fechas de nacimiento y muerte de los grandes de la salsa y el bolero son, nos conocimos en el parque de Villamaría, durante un evento deportivo al que me invito el Negro, una noche lluviosa los acompañe por primera vez al timbalero, un establecimiento muy incluyente donde se daban cita los amantes de los compases, la cadencia y el swing del Caribe. El Víctor es un especialista en azotar baldosa, recuerdo como vibraba con el sonido bestial y como un trompo giraba animado por las trompetas y la percusión que le activaba el corazón.  Bum, bum, bum, bam y se paraba de puntas mientras los ojos le brillaban, iluminando el recinto.  Sentados en una mesa, sosteniendo un vaso de ron, el Negro y yo, veíamos con una envidia jamás reconocida, como todas las mujeres asistentes, en un místico silencio interior, esperaban su turno para bailar con él; disfrutaba con zarandearlas por la pista al ritmo de Richie Ray y Boby Cruz, tarareaba las canciones de Andy Montañez y Héctor Lavoe con los ojos cerrados en un trance enigmático que ellas valoraban de manera especial, sudoroso e incansable no dejaba de moverse toda la noche, mientras nosotros solo bebíamos ron sin perder de vista a los bailarines. Así fue como una noche cualquiera conocimos al tuerto Benítez, un cerrajero que perdió el ojo derecho en una pelea en una cantina del centro, y que con su pareja Margarita eran la sensación de la noche, me gustaba escuchar sus historias de ladronzuelos, porque era lo más cerca que yo estaría del hampa de la ciudad, Margarita me decía insistentemente que me le parecía un sobrino que fue asesinado en un ajuste de cuentas, me miraba con una nostalgia que hoy entiendo y reconozco en el paso inevitable del tiempo y en mis propias pérdidas. La muerte es una canción inaudible que transita en las corrientes de nuestro interior.

Los encuentros para oír salsa me resultaban aburridos, en la sala de la casa de Víctor verlo bailar sentado era patético, golpeaba una campana al son de Fruco y sus tesos, y repetía las mismas historias una y otra vez, la última vez que fue con ellos a timbalero, Anabel entró por la puerta de la mano de Carlos Mario y me saludó al verme un poco sorprendida, era notable que no estaba cómoda en el lugar y cuando su galán de vereda sacó a bailar a una pelirroja, sin dudarlo se pasó para nuestra mesa. Qué haces aquí me preguntó sonriendo y mirándome de pies a cabeza, vine a ver bailar, contesté sin dejar de mirar sus hermosos ojos. Eso me di cuenta, afirmó mientras su novio dejaba a la pelirroja y se acercaba a nosotros lentamente,  se levantó de nuevo y como para que el la escuchara nos dijo a los tres, yo estoy aprendiendo a bailar salsa, porque mi cuerpo me lo reclama, guiñándonos el ojo tomó del brazo a su acompañante y se dirigieron al centro de la pista, nosotros de seguro pensamos lo mismo, pero nadie dijo nada, el Negro clavo la mirada al piso y Víctor me dijo en un tono muy suave y burletero , esa es la pelada por la que botas la baba, verdad, son el uno para el otro, es más tiesa que una mesa, y pidió media de ron.

Anabel esa noche antes de salir me invito a un toque de su banda, vamos a telonear en un pequeño festival de rock en Pereira, me dijo y añadió una frase que me resultó sumamente alentadora, me gustaría que nos escucharas, tenemos una nueva canción que sé que te gustará, una señal en el cielo avivo mis esperanzas, una estrella fugaz rompió la normalidad de la noche, sentí que una corriente fría abrazó mis huesos, y una agriera en el estómago que inició con pequeños retorcijones se cristalizó en un pequeño dolor jamás sentido, y que me hizo feliz mientras duró. Más adelante entendería que amar duele y a la vez reconforta al ser una manera distinta de respira el aire de este mundo.

Las noches se tornaban más frías en aquel entonces, descubriendo la vida disfrutaba en silencio los debates políticos en tertulias de fogata y canelazo en las residencias masculinas de la universidad, los dueños de la palabra exponían su verdad, envueltas en hermosas frases del Che,  la revolución germinada en la llama de los cigarrillos sin filtro y en las sonrisas complacientes de los primíparos que escuchaban atentos los manifiestos vociferados por los viejos lobos, los comandantes del aguardiente eternizados en la universidad y que hoy son fantasmas que se aparecen espectrales en las aulas y rondan los pasillos lanzando arengas contra el rector. Queríamos un mundo mejor y pensamos en desbaratarlo todo, en sacar a la luz la verdad, en asumir las consecuencias de la revolución de las palabras propuestas por los estudiantes curtidos en la lucha por los ideales que jamás tuvimos claros, porque también ellos nos engañaron, se entregaron al consumismo en nombre del progreso y se vendieron por un puesto público, los yupis de cola de caballo con mochila Guayú  y anteojos de sol Ray ban , nosotros queríamos una buena educación para todo el pueblo, el bienestar para los trabajadores de la patria y una dignidad en un futuro colectivo donde los hijos de esta tierra  puedan recoger los frutos que cultivaron y no las migajas, las sobras de la mesa de los titiriteros de cuello blanco. Convencidos empuñamos las banderas y memorizamos el discurso que nos entregaron al iniciar las marchas por las calles de la ausencia.

Revisando un archivo de imágenes recicladas en la amargura del ciber espacio y el tartamudeo de la cuarentena, me encontré con la foto de German gritando  “Reviéntalo” la escaneé y archivé cuando la encontré entre un puñado de papales viejos, el flaco me regaló un casete de punk un día lluvioso a la salida del colegio, la reflexiva melodía para soportar tanta mierda, me dijo, y me miró con rabia y esperanza al mismo tiempo, lo dijo con un tono grandilocuente y misterioso,  con una voz de punkero caga lástima, salió arrastrando los pies en su rebeldía de pantalones ajustados y botas de plataforma, su peinado de cresta con puntas levantadas con jabón rey como siempre lo recordaré, desde luego solo en los conciertos fue cuando lo vi vestido de tal manera, pero en mi cabeza siempre es esa la imagen que quedó registrada, así que lo veo en los pasillos del colegio corriendo y maldiciendo, rayando las paredes, burlándose de todos con sus muecas y su salvaje jeringonza de resentido social.  Caminando juntos por el parque de Villamaría me repetía mil veces los insultos a la policía, los cerdos como los llamaba a la distancia y que evadía con agilidad de camaján inofensivo de barrio, de azotea rural, recuerdo cómo me cantaba a gritos las canciones de la Polla Records, Vulpess, y Rip con su himno a la desesperanza, esa declaración de hastió en una letra dedicada a la muerte como novia fiel y eternamente bella en medio de nuestra basura. Una semana estuvimos profundamente enamorados de la muerte, del fin, cuando ni siquiera empezábamos a entender el porqué de nuestra inapetencia, de nuestro letargo en la sonrisa de adolescentes. Siete días con los oídos inflamados con la música de la resistencia y la conciencia anarquista, esa contradicción adolescente que me pasó por sonidos purpuras en canciones que nos hablaban de un futuro incierto, de una sociedad enferma y homicida, me parece como si día y noche hubiésemos dado vueltas, lado A y lado B a los diecisiete casetes en busca de otras revelaciones en ese sonido gangoso, de percusión constante como un latido urgente, una música mal hecha y cruda como aquellos días. Pero renuncié al punk sin ni siquiera haberle dado la oportunidad de su iracundo estrujón, sin la patada certera en un pogo de garaje, no alcancé a tener una cresta verde o la cabeza rapada, no aprendí a maldecir, no entendí el fastidio, la protesta contra la moda, la reacción contra lo establecido por capricho sin tener en cuenta las necesidades del otro y donde todo es frustración. Más que un grito, el punk era un graznido, malas palabras para aterrorizar a los niños y aturdir al obrero.  ‘Reviéntalo para que despierte’. Para Germán siempre seré un traidor. Un perro acomodado a este sistema de caca.

En los diarios se dice con timidez que cada día el mundo es más pobre, sin embargo, a nadie le importa y todos sabemos que la tecnología ha creado una brecha cada vez más amplia entre nosotros, la maquinaria del consumo desaforado alienta a competir por ilusiones que en realidad solo nos aíslan, manipulados por la digitalización y la desinformación como mecanismo de control, estrategias de poder y deslegitimación de lo humano.

En una caja de cartón arrojo lo que considero debo desechar, no sé porque he guardado tantos papeles inútiles, siempre he sido desapegado, pero al repasar los cajones para salir de la basura he de reconocer que tengo mucha porquería acumulada, quizás la nostalgia del ayer que en el encierro se precipita de manera inoportuna, dejándote ver las fisuras de tu existencia, me sorprende que en esta semana he repasado periódicos viejos y revistas literarias que tal vez, sólo sirven para acumular polvo, toda esa información está disponible en la red, arrojo las viejas postales, las agendas con anotaciones inútiles, me deshago de los pequeños objetos acumulados durante todos estos años con la intención de encontrarles utilidad y que en la actualidad son el resumen de una agonía del tiempo. Un sacapuntas con la forma de Pedro Picapiedra evoca en mí las pérdidas, dos tarjeta de recarga telefónica, un encendedor sin gas, una pipa, llaveros, monedas fuera de circulación, detonantes de otras melancolías como pequeños precipicios, objetos perdidos y otros moribundos como un pendiente solitario, tapas de cerveza, candados pequeños sin llave, palitos de paleta, una caja de fósforos, media docena de lapiceros, una foto de carné, el viejo reloj detenido en el tiempo, un huellero dactilar, dos pisapapeles, tres entradas a cine sin usar, cachivaches del ayer envenenados en el hoy, tarjetas de presentación de quien no recuerdo, un dado y una pirinola, dos canicas de cristal, un mini libro del quijote con diminutas ilustraciones, dos casetes de The Clash  prueba palpable de los días cuando la música tenía sentido en sus letras, y los videoclips eran más que imágenes de modelos menando el culo; repaso los cajones y encuentro una patica de conejo para la suerte ausente, un trompo de madera, el mechón de pelo castaño cuidadosamente guardado en una pequeña cajita de mentas, todos los rincones del alma inspeccionados en la epidemia con toque de queda para los sollozos, descubro de nuevo los discos compacto y su atractivas caratulas, de nuevo las canciones  que sonaron en la radio girando en la cabeza.

El concierto fue a las afueras de Pereira en un hangar abandonado, fuimos llegando como se pudo, me refiero a que junté monedas y pedí prestado, para mi sorpresa Anabel me esperaba con una de sus mejores sonrisas, el Negro me acompañó en un acto de complicidad y camaradería, a pesar de sus comentarios en el viaje se divirtió observando la fauna y flora del acontecimiento musical regional, las luces se fueron encendiendo paulatinamente a medida que oscureció y las bandas realizaron el ensayo del sonido, animados con la organización del evento y poco a poco más integrados, creyendo en sí a pesar de todos los obstáculos, jóvenes felices apoderados de una nueva conciencia, celebrando el encuentro, más conscientes de su momento, más libres a pesar de los ojos acusadores camuflados entre nosotros.

La música es un bálsamo y una eterna posibilidad de encontrar estados interiores que pueden enseñarte de sí mismo. Un espacio mágico que se traduce en vibraciones especiales, notas y acordes que solo te dicen cosas a ti y generan estados únicos a pesar de lo que puedes compartir con los demás, la música es la salvación y la condena, la luz y la oscuridad, cuando la hemos descubierto y sabemos lo que genera en nosotros no somos los mismos, el mundo es casi en su totalidad sordo, no escucha su voz particular, sus sonidos y brillantes oscilaciones, no advertimos la campana que marca el compás de nuestros días.

Anabel salió al tablado, sentí un escalofrió interior que me recorría todo el cuerpo, una palpitación general que me hizo sudar y según el Negro, al verla el semblante se me iluminó. Llevaba puesto un vestido corto negro gótico, unas botas brillantes de plataforma y su hermoso cabello suelto y planchado, parecía una princesa vampiro con los labios enrojecidos con la sangre de sus víctimas, tomó el micrófono con propiedad, saludando a los presentes sonriendo iluminada por su gracia nativa, presentando su banda que se movía a sus espaldas inquietos entre los cables, los amplificadores, las luces. Una guitarra auxiliada por la batería hizo su entrada gimiendo con agresividad y desespero, todos entramos en un silencio expectante y escuchamos la primera canción con parsimonia, detenidos en un asombroso reflejo de juventud.  Percibimos sin embargo el suave viento que venía del sur y que refresca a esta ciudad sin pretensiones que ha vivido a pesar de todos sus problemas, las trasparencias de los días tal cual como imagina que deben ser las vicisitudes del existir, un solo de trompeta inaudible pero constante en las calles donde pasean muchachas que saludan a todos los transeúntes y reflejan en los ojos unas ganas incansables de volar, Pereira una ciudad de todos y de nadie donde pasé gratos momentos y donde también agonice una tarde de abril, una historia que hace parte de otras páginas y hoy en este exilio doméstico, es irrelevante. En el segundo tema corroboramos la inminente caída, el abismo profundo del que la pobre Anabel no podría salir ni auxiliada por sus cuatro cómplices disonantes, sus músicos de garaje tatuados con arrogancia como tinta diáfana, desafinados y nublados por su propia inconformidad, abofetearon los instrumentos de tal manera que cada aire canoro estaba impregnado de una grasa verdosa que les contaminó la sangre, todos los chiflaron sin compasión, la mayoría gritaron insultos irrepetibles hasta el momento del apagón general,  cuando Anabel salió corriendo ahogada entre lágrimas.

La descubrí con el rabillo del ojo y entendí su naturaleza celestial, tenía un aura de inmortalidad y al mismo tiempo un aspecto enfermizo de ángel caído, entendí entonces que lo vería de nuevo a lo largo de esta o en la línea horizontal de mi vida, estaba sentada en una pieza mecánica de gran volumen abandonada al lado izquierdo de la tarima,  no estaba solo, otro ser de su misma naturaleza lo observaba con sutileza en el otro extremo y rodeado de jóvenes que sin duda sentían una especial fascinación por él. Ángeles y demonios se cruzarían en mis días dejando señales casi inadvertidas, espacios sin disipar y mudas conclusiones en la tarea de existir en la vertiente de emociones que se precipitan todos los días.

Con los ojos hinchados de llorar la encontré en la parte trasera, las manos le temblaban y por alguna razón que aún desconozco estaba sola, mirando el infinito cielo y pronunciando palabras para sí misma entre su lloriqueo mezcla de angustia y desesperación, hay momentos en que sacamos valor de no se sabe dónde, enfrentamos nuestros propios temores y avanzamos como guerreros decididos, me paré al frente y le dije con un tono seco y contundente, tú estás por encima de esto, estas hecha para cosas más grandes, jamás entenderán tu arte, aún no están preparados. Ella dejó de llorar y me miro a los ojos, la abracé y luego prácticamente salí corriendo.

Ahora siempre llueve, una ventana es ver el cielo llorar, leo, escribo, veo las pelis que siempre postergué, al parecer lo quiero hacer todo y repaso con afán los asuntos pendientes, así que yo también lloro, lo hago también por causas ajenas, Cerati  no despertó nunca más en este mundo, Gustavo sucumbió al exceso de amor en un letargo que aprisiona, escucho una canción de Pity Álvarez, me lo imagino cantando en su celda, lo veo intoxicado de nostalgia, condenado por su rebeldía y su locura que lo obligó a apretar el gatillo y asesinar a su vecino.  Buenos Aires se retuercen como una ciudad de la furia que se apaga.  2018

Un 23 de julio del 2011 cuando el día parecía normal y demasiado corriente, Dios nos arrebató la música, nos la quitó de tajo dejando solo las esquirlas de su resplandor, diminutos pedacitos para que los mortales tuviéramos una esperanza entre el fango de sonidos inconsecuentes y vulgares, Amy Winehouse fue encontrada muerta, se fue al parecer para siempre, nadando en alcohol en su casa de Camden Square, toda la tristeza acumulada en su vida al final la intoxicó llevándose el brillo diluido de sus ojos. Nada será igual.