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Disección social   

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 02/05/2022

 Santiago Gamboa Samper (Bogotá1965), hijo de la artista y pintora Carolina Samper y el historiador del arte Pablo Gamboa Hinestrosa, estudió Literatura en la Universidad Javeriana, luego se licenció en Filología hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, y en  Literatura cubana en La Sorbona de París. Ha sido un ciudadano del mundo con residencia permanente en varios países europeos, lo que le ha permitido superar una visión parroquial para analizar la realidad que lo circunda.

Su primera novela, Páginas de vuelta, fue publicada en 1995 y la crítica consideró que rompía “todos los caminos recorridos por la más reciente literatura colombiana”, y representaba el resurgimiento de la novela urbana. Su creación literaria ha sido ampliamente acogida y cada nuevo libro constituye motivo de reflexión sobre su temática expuesta.

Han sido dignos de mencionar Perder es cuestión de método (1997), Los impostores (2001), El síndrome de Ulises (2005), Necrópolis (2009), Plegarias nocturnas (2012), Una casa en Bogotá, Volver al oscuro valle (2016) y Será larga la noche (2019). Ahora nos ofrece Colombian Psycho (2021), la cual expone una radiografía de las desigualdades, mezquindades y diferentes manifestaciones de violencia que caracterizan nuestra sociedad.

Aunque a través de la ficción se pueden vislumbrar y describir comportamientos de toda índole, en el caso nuestro, la mayoría de las veces la realidad supera la ficción, pero justamente en este libro se hace una descripción tan cruda y detallada de las maldades cometidas por los seres humanos, que lo único que faltaría para contrastarlos con la cruda realidad seria cambiar los nombres de los protagonistas para identificarlos con las acciones descritas.

La tensión comienza en el primer párrafo y de allí se desata toda la trama que nos atrapa inmediatamente:

Una solitaria mano emergiendo de la tierra, como si se hubiera cansado de reposar entre el cascajo y las hormigas y, de repente, quisiera mostrar algo. O simplemente decir: “Aquí estoy, ahora deben escucharme”. Todo a causa de las fuertes lluvias. Un torrente de agua excavó un profundo surco e hizo salir hasta las piedras más lejanas, por fuera de su silencio y su secreto. De ahí surgió esa mano huesuda, ennegrecida, casi metálica, en los Cerros Orientales de Bogotá.

Por eso, después de acordonar el área y tras una búsqueda minuciosa los agentes del CTI lograron encontrar, en diferentes sitios, unos huesos enterrados hace varios años, que correspondían a los brazos y las piernas, pero ni rastro del torso y la cabeza. Se encontraban con un caso de otro desaparecido, lo cual planteaba una situación complicada de investigar, pues la realidad es muy compleja, como se lee el tres de abril del 2022 en el diario El Tiempo, donde informaba:

La Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) presentó esta semana el primer portal de datos que consolida la información sobre los desaparecidos en Colombia durante el conflicto y los avances del Registro Nacional de Fosas Cementerios Ilegales y Sepulturas.… estableció que en Colombia se ha documentado la desaparición de 99.235 personas en el contexto y en razón del conflicto armado, de las     cuales 90.088 continúan desaparecidas… En cuanto al Registro Nacional de Fosas, clasificó 4.234 sitios donde pueden estar ocultos cuerpos, de los cuales 3.987 se encuentran en estudio, 109 fueron confirmados, 101 permanecen como lugares presuntos y 37 fueron descartados.

Con el ADN de los huesos se comenzó una pesquisa exhaustiva para tratar de identificar la víctima, pero no fue posible, hasta que se dieron cuenta que lo que a primera vista parecía un descuartizamiento, al analizar con detenimiento, el biólogo forense se percató de que eran amputaciones realizadas con toda la técnica quirúrgica requerida para preservar el paciente con vida. Reorientaron la investigación y en la página 68, de las 583 del libro, aparece el paciente en la cárcel La Picota condenado a treinta y siete años por uxoricidio.

Que una persona como estas se encuentre en la cárcel, condenado por feminicidio agravado, trafico de drogas, torturas, extorsión y paramilitarismo, y que además le hayan rebanado el pene y los testículos, denota la cantidad de enemigos, rivales y competidores que tenía, y muestra el salvajismo al que puede llegar el ser humano y los resentimientos que genera en sus víctimas, su actuación. La venganza puede superar a veces el castigo infligido.

En un caleidoscopio muy bien logrado, Santiago Gamboa nos presenta lo mejor y lo peor del ser humano, ejemplarizado en la extrema violencia del paramilitarismo, la crueldad de los falsos positivos y la angustia que causaron las dobles morales, la corrupción, el lavado de activos para ocultar ganancias ilícitas, los asesinatos selectivos, la connivencia en todas sus diversas modalidades, pero igualmente protagónicos, aparecen fiscales de investigaciones especiales que con su trabajo permiten desentrañar crímenes y hacer castigar a los culpables, incansables investigadores forenses que con su paciencia y saber científico, ayudan a esclarecer aquellos casos de sadismo extremo que parecen misteriosos, periodistas heroicas que con su labor profesional, a riesgo de su propia seguridad, escudriñan la verdad para sacar a flote las mentiras que corrompen la sociedad.

Lo más difícil de establecer son los determinadores de los crímenes, pues normalmente se captura es a los ejecutores, aunque a veces ni a ellos se logra llegar, o cuando se logra ya están también ejecutados, como lo afirma el fiscal en charla con el forense Piedrahíta: Casi todos los crímenes de este país son de alto turmequé, lo que pasa es que no son ellos los que disparan. El estrato social es la distancia entre el que ordena el crimen y el que aprieta el gatillo.

En cuanto al aporte del periodismo de investigación y su papel en la sociedad, será Julieta Lezama quien lo explicará a un preso al cual fue a entrevistar a la cárcel con el permiso y los controles respectivos:

No soy la ley ni la represento. Soy periodista. Me gusta saber por qué pasan las cosas, que hay detrás de los crímenes, por atroces o jodidos que sean, y luego explicárselo a la gente para que comprendan mejor el país en el que viven y la sociedad de la que son parte.  

El encontrar el dueño de los huesos enterrados, será la partida de una exhaustiva investigación, que no solo permitirá, aunque tardíamente, hallar al ejecutor y determinador, sino que llevará a buscar los móviles, las relaciones de los implicados, las actuaciones de otros peligrosos actores, la trama entre políticos, paras, militares activos y retirados, campesinos desplazados y despedazados y un largo etcétera que mantendrán la tensión durante toda la lectura.

Como recurso narrativo aparece Santiago Gamboa como personaje de su obra y al respecto en una entrevista que le hizo Juan Camilo Rincón de El Tiempo respondió sobre su aparición y  verisimilitud:

Bueno, eso lo debe juzgar el lector. Lo importante para mí es que sea un personaje verosímil. Por eso lo bauticé con mi nombre. Necesitaba un escritor más o menos conocido y, puesto que ese personaje debía sufrir una serie de peripecias incómodas, no me pareció correcto usar a Mario Mendoza o a Héctor Abad, que son mis amigos más cercanos. Por supuesto que me gustó sentirme tan cerca de mis propios personajes, a los        cuales quiero como si fueran hijos monstruosos. El personaje de Santiago Gamboa coincide en algunas cosas con el autor, pero no en todas. Por suerte para ambos.

Debemos tener presente que el mundo actual está inmerso en un desarrollo tecnológico que bien utilizado permite rápida expansión y crecimiento, pero de la misma manera su abuso en la comunicación, a veces con tanta ramplonería y ordinariez exacerba al ser humano y lo conduce a la vulgaridad y al irrespeto por los demás, lo cual va formando una espiral de odios inusitados, y batallas verbales como puede verse actualmente en los debates de toda índole, sobre todo en los políticos. Es por ello que toda noticia divulgada con visos de primicia, debe ser contrastada y verificada su veracidad antes de aceptarla como cierta.

Las relaciones entre el bien y el mal, que permiten mantener el equilibrio de la sociedad, son tan frágiles que se requiere una constante alerta y control en el ser humano para evitar romper ese cristal y una vigilancia permanente de la sociedad para lograr conservar ese balance tan necesario para la sana convivencia.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.