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¿Dónde nacen las palabras? Una poética de la infancia de Maruja Vieira

Por: Mary Luz Montoya Sáenz*

Fecha de publicación: 22/01/2024

Una casa de palabras

“Todo comienza en una habitación iluminada con una lamparita, con alguien que nos cuenta un cuento. O más atrás, con una voz que nos arrulla cuando aún no tenemos las palabras” (Reyes, 2016. p. 15).

¿Dónde comienza todo para Maruja Vieira White? Sus inicios como poeta tienen marcas epigenéticas. Para Maruja todo comienza con su linaje materno. Sus primeros arrullos fueron palabras poéticas que sintió en todo el cuerpo desde que era ovocito y luego embrión.

Su madre, Mercedes, leía en voz alta un amplio repertorio en el que cabían desde autoras locales, como Blanca Isaza de Jaramillo Meza y la boyacense Laura Victoria (Gertrudis Peñuela de Segura), hasta poemas, dramas y traducciones del español Felipe Cabañas Ventura. Su abuela materna, Rita Uribe Uribe, también era voraz lectora de poesía e historia y fue con ella con quien Maruja aprendió a leer. (Vieira, M. El nombre de antes. 2022)

Su infancia se desarrolló en medio de libros. Así lo confirmó Don Joaquín Vieira, su papá. “En nuestra casa hay libros, libros, libros…Es como un mar. Nadie ha visto a esta niña jugando, sino siempre leyendo o contándole historias fantásticas a Alicia, su muñeca”. (Vieira, Columna de humo. Memorias de Claudina Múnera, s.f.)

Maruja misma sabe que “La poesía está dentro de los seres desde que nacen. Luego se hace con ella, o no se hace” (Vieira, 2022, 7:30). No podemos asegurar que el gusto por la lectura y por la escritura de Maruja se debiera exclusivamente al hecho de haber nacido en un hogar en el que los libros y las historias fueran pan de cada día, pero, sin duda alguna, influyó, y mucho.

Nací en una casa donde los libros inundaban las habitaciones.  No recuerdo a qué edad aprendí a leer. Solo sé  que cuando me llevaron por primera vez al colegio, ya leía de corrido. Creo recordar que me enseñaron mi abuela y mi madre.  Y que siempre vi a mi padre con algo impreso en las manos. En cuanto a mi hermano, sus libros sufrieron los estragos de mis manos infantiles. Los doce años de diferencia que entonces nos separaban, se reflejaban en la clase y categoría de los volúmenes que yo sacaba de su biblioteca, no siempre con sanas intenciones. Parece que iluminé con crayolas una Divina Comedia ilustrada por Doré. (Vieira, Columna de humo. El libro, s.f.)

¿Cómo llega a convertirse la vida -las alegrías, las ausencias, el dolor- en poesía?  Parece que no hay una sola forma de lograrlo. Un camino es mirar al pasado y escribir desde los recuerdos de una niña, pero, de la mano de una mujer adulta —ella misma— que le sirve de vigía. Elegir las palabras honestas, puras y asombradas, como lo haría esa niña, pero con la dulzura de la mujer que acuna a su propia niña interior, que le cuida el recuerdo de una infancia feliz, aún consciente de lo que le aguarda. “Es necesario vivir y a veces es bueno vivir con el niño que hemos sido. De él recibimos una conciencia de raíz. Todo el árbol del ser se reconforta con ello” (Vieira, Columna de humo. El libro. s.f. p. 22). Maruja, la adulta, ya sabe que esa niña, su niña, será arrancada de su casa con geranios, también sabe de la muerte de su padre, de su madre y de su abuela, del exilio, del duelo eterno a su esposo amado.  Así rememoran juntas —mujer y niña— los tiempos de la infancia (Vieira, 2010, p.8).

Ahora viene una niña.
Corre llorando por la calle,
viste el traje blanco y el velo
de su Primera Comunión solitaria.

Cuando llega a mi lado
trae en los brazos
el gato negro
del que no quería desprenderse
cuando se la llevaron
a una ciudad distinta y lejana.

Niña y anciana
se funden en un tiempo igual,
que pasa y pasa
como la niebla, deshaciéndose
entre el sol y la lluvia,
la realidad y el sueño.

Hay en la escritura de Maruja tanta ternura y gratitud por lo vivido en sus primeros años, que no cabe duda de que escribir desde la mirada lúcida e inocente de su infancia es la manera de mantener intactos los recuerdos.

La infancia no es algo que muere en nosotros y se seca cuando ha cumplido un ciclo. No es un recuerdo. Es el más vivo de los tesoros, y sigue enriqueciéndose a nuestras espaldas… Triste el que no puede recordar su infancia, recuperarla en sí mismo, como un cuerpo dentro de su propio cuerpo o una sangre nueva dentro de su propia sangre: desde ella lo ha abandonado está muerto. (Bachelard, 1982, p.206)

Sabe Maruja que en esos primeros años se encuentra un gran tesoro. Volver a su infancia, contemplar de cerca la infancia de su propia hija, Ana Mercedes, y también a la de aquellos a quienes ha amado a través de los libros. Con recurrencia advierte en sus textos la fecha y el lugar de nacimiento de sus personajes. Maruja quiso mirar en un viaje imaginario “la huella de la infancia de Antonio Machado en las calles con floridos balcones antiguos” (Vieira, 1956, El viaje imaginario). Admiró el encuentro ininterrumpido que tuvo Federico García Lorca con su niñez “una cita con el niño que no dejó morir nunca en él. Vivió entre Fuente Vaqueros y Valderrubio una niñez feliz que no lo abandonó jamás” (Vieira, s.f., Federico García Lorca). Se enterneció con los primeros años de su hija Ana Mercedes, como lo plasma en su poema “Ana Mercedes y los libros” (Vieira, 2022, p. 56). Sabe Maruja que “la infancia ve el mundo ilustrado, el mundo con sus primeros colores, verdaderos” (Bachelard, , 1982, p.179).

Un libro y otro libro
ruedan por las alfombras.

Tus pequeñas manos
destruyen el orden,
dejan vacíos los anaqueles
y los libros
caen rodando por el suelo.

Y tú ríes. Tu risa
es una campanita de oro
que anuncia la poesía,
¡toda la poesía de la Tierra!

Una Maestra que canta a la libertad: Claudina Múnera

 La Atenas Latinoamericana. Así era llamada Manizales en los años 30`. La ciudad natal de Vieira gozaba de gran prestigio intelectual, era el centro de la arquitectura y el esplendor, vivió su Belle Époque (Castellanos, 2022). Misma época en que “apenas empezaba la defensa del derecho a la educación de todas las niñas y en la que las tasas de analfabetismo superaban en Colombia el 50% y eran incluso mayores entre las mujeres” (Uribe, 2006 citado por Villegas, 2023, .p.1) .

Maruja empezó a estudiar en el Liceo de Señoritas. Allí conoció a Claudina Múnera, “la profesora que estimulaba a Maruja Vieira para leer, era una docente que alternaba su labor pedagógica en el Liceo de Señoritas con un abierto activismo por la causa feminista”. (Villegas, 2023). Maruja le debe a su maestra que no fuera obligada a hacer manualidades, a coser y a dibujar, y que se le respetara el gusto por los libros. Fue su defensora constante en la escuela y conciliadora de las preocupaciones de su papá, Don Joaquín Vieira.

Señorita Claudina, ¿qué pasa con la niña? pregunta alarmado el papá […] no se preocupe, don Joaquín, es una niña distraída, pero inteligente. Digamos que pasa el año, con la condición de que estudie algo de las materias que perdió.  Dejémosle sus libros y su mundo…a alguna parte llegará. (Vieira, s.f.)

En otro fragmento, en una conversación entre Múnera y otra profesora del Liceo – la señorita Mercedes-:

–        ¿Qué hago, señorita Claudina, con esta niña? Enreda los hilos y vuelve la costura un desastre. ¿Qué voy a  hacer con ella?…
–        Señorita Mercedes, ¿en realidad qué sabe hacer la niña?
–        ¡Nada! No le gusta coser. Dice que no quiere coser con “guja”.
–        Pero, ¿qué le gusta hacer? 
–        Leer.
–        Pues entonces, ¡que lea! (…) Y de ahí en adelante todas las tardes, en la hora de costura, la dichosa niñita leía en voz alta a sus  compañeras. Los “fantásticos cuentos de duendes y hadas”. (Vieira, s.f.)

¿A alguna parte llegará? A pesar de la época en que nació, Maruja pudo llegar. Llegó gracias a su maestra Claudina Múnera y a la casa de palabras construida  en su entorno familiar.  Sugiere  Antoine de Saint Exupéry (1992. p.14), que la objetividad  que ofrece la adultez, ya está demostrado, aleja del asombro y de la imaginación. Solo retornando al espíritu de la infancia, se puede ver en el mundo todo lo que es invisible a los ojos. De eso saben los niños, por lo que recomienda “ser indulgentes con los mayores, pues nunca entienden nada por si solos” y hay que explicarles todo”. Además aconsejan -los mayores-, decía el principito, abandonar el dibujo de serpientes boas, y poner más interés en la geografía, el cálculo y la gramática.  

Maruja sabe, como aquel niño venido del asteroide B-612, que en su ser de niña se encuentran universos infinitos por contar. Volver la mirada a su infancia le permite recuperar los reinos de la posibilidad, de las historias y el extrañamiento. Es un acto de rebeldía ante los discursos cotidianos que insisten en educarnos, normalizarnos, moralizarnos, domesticarnos (Reyes, 2016. p 105).

Una niña en el exilio y muchos libros con alas

¿Y qué sabe hacer la niña? La niña sabe volar y “un ser que puede volar no debe permanecer en tierra” (Bachelard, 1982, p.175). Pues entonces que vuele, a alguna parte llegará. Pero, señorita Mercedes, para su tranquilidad, finalmente la niña también aprendió a tejer, no del modo en que usted esperaba. Cambió la “guja” por la máquina de escribir, aprendió a construir el nudo de una historia, a seguir el hilo de un relato, a bordar un discurso, a urdir una trama. La niña aprendió a tejer con palabras. Ya lo cree Irene Vallejo  (2023)

Las mujeres fueron las narradoras por antonomasia en los primeros momentos de la oralidad, y, al mismo tiempo que cocían, se contaban cuentos, se contaban sus emociones, se contaban sus historias. Y por eso utilizaban las metáforas de la costura y el telar.

No es casualidad que textos y textiles sean palabras emparentadas. Tejer y narrar son dos habilidades que se desarrollaron al mismo tiempo, aunque de este hecho poco o nada haya quedado registrado en los libros de historia.

A la edad de nueve años, Maruja y su familia viajan a Bogotá. Eran tiempos difíciles para los Vieira. El padre de Maruja, Don Joaquín, pierde su trabajo y la familia decide irse de Manizales en busca de nuevas oportunidades. La añoranza por el lugar y los tiempos de la infancia son un tema recurrente en la obra de Maruja. Ya habíamos dicho que Maruja tuvo una infancia feliz en su Manizales del Alma. A su ciudad natal la recuerda con honda nostalgia, así lo expresó en varios de sus textos:

Era la infancia. Desde la torre de la Parroquial salía todas las mañanas el vuelo recién nacido de los bronces. La torre de madera, nuevo árbol de música crecido hacia Dios, devolvía al bosque el mensaje familiar, que alguna vez fue viento en las hojas, canción en los nidos, lamento en las noches de tempestad (…). Manizales, ciudad nuestra, ciudad blanca, la más bella de todas las ciudades!. (Vieira, s.f. Columna de humo. Manizales, Ciudad nuestra.)

Le entrego a mi ciudad, no solo estas palabras, que en su brevedad no pueden encerrar todo lo expresable. Le entrego cuanto de positivo pueda existir en mi obra, pasada, actual o futura. Y me llevo el orgullo de ser manizaleña, que es el más claro, el más alto, el mejor de los blasones. (Vieira, s.f. Breve mensaje a Manizales )

Pero Bogotá no era el primer viaje de Maruja. Los viajes más importantes no siempre se hacen al lomo de un caballo, en el vagón de un tren o en la silla de un autobús o de un avión. Antes de Bogotá, Maruja ya había viajado a la casa de la familia Otis en Inglaterra —El Fantasma de Canterville de Oscar Wilde—. Había viajado a Judea, montado en camello y pastoreado ovejas y había estado a bordo de buques piratas en el mar Egeo (Ben-Hur de Lewis Wallace). Ya había bordeado con su propia mano los 9 círculos del infierno de Dante con la punta de un crayón —La divina comedia de Dante Alighieri—. Había viajado también a Escandinavia a conocer “El Mundo de los Gnomos” de la mano de Selma Lagerlöf[1]. Había vivido historias fantásticas con el soldado de plomo y su muñeca, el molinero, Scherezade y el ogro. A Tristán Klingsor (Vieira, 1966) le dedica estas palabras:

Lo que quiero decirle en esta carta sin destino, viejo amigo, es que sus noventa y dos años, su lejanía, tal vez su soledad, no existen para una niña de seis años que asoma por la puerta de la biblioteca… Ahora se marcha, saltando como un duendecillo alegre y por toda la casa resuena su voz –campanita de plata- que canta con alegría pura, dulce alegría de infancia:

Mi padre asador, mi madre cuchara,
Yo soy soldadito de liviana tropa.
Mi padre asador, mi madre cuchara
de sopa…

Usted no puede morir del todo, Tristán Klingsor. Vivirá mientras haya en el mundo quien les enseñe a los niños cuentos mágicos. Vivirá mientras vivan el soldado de plomo y su muñeca, el molinero, Scherezada, el ogro.

La maleta para este otro viaje ya estaba lista. Su madre, su abuela, su padre, su hermano, su maestra Claudina y Don Ramón Badía, amigo de la familia y quien le regaló su primer libro “Ben-Hur”, le habían dado arrullos, historias y libros para el viaje desde su primera infancia. Porque a viajar también se aprende leyendo. Y este no sería ni el primero ni el último de los destinos. El viaje a Bogotá puede considerarse un rito de paso entre la infancia y la pubertad para Maruja. En esta transición estuvo Georgina Fletcher, otra feminista influyente en la vida de Maruja, quien les abrió las puertas de su casa y de su mundo a los Vieira en la Capital.

¿Entonces para qué sirven las nanas, los cuentos, la poesía…la literatura? Sirven para viajar, perderse y, luego, encontrar el camino de regreso. “En los viajes buscamos un reflejo de lo que llevamos en nuestro mundo íntimo (…).  Todos hemos viajado con la imaginación. Nos hemos detenido a mirar guías de turismo, nos embebemos en libros de viajes. Los viajes son la  verdadera herencia del alma. A dónde iría yo, si pudiera viajar muy lejos?”. (Vieira, El viaje imaginario, 1956).

Maruja y Memoria

 Además de leer, ya se sabe que Maruja escribía, y lo hacía para recordar[2], que significa “volver a pasar por el corazón”. Recordar proviene del latín recordari, derivado del prefijo re, que expresa repetición, y de la base cordis ‘corazón’. También pertenecen a la misma familia léxica palabras como: acordarconcordarcorajecordialcuerdo y misericordia. No es casual que Recuerdo y corazón compartan la misma raíz etimológica, son palabras que nos hablan del ser de Maruja.

La mamá grande de la poesía colombiana, la maestra de literatura y la periodista, escribía para traer de vuelta a las personas amadas, los momentos importantes de su vida y los lugares donde fue feliz. No parece una pretensión intelectual su escritura, más bien una pulsión vital de mantener viva la memoria, los recuerdos: el de su abuela Rita, a quién le escribió su primer poema tras su muerte, a su padre Joaquín y a su añorado esposo, José María, a quienes mantuvo cerca a través de su prosa y de su poesía. Revivió la lírica y las caricias de su madre Mercedes, la intrepidez de su hermano Gilberto, dialogó con sus escritores y sus libros favoritos, y amó a través de su palabra viva e incesante a su entrañable hija, Ana Mercedes. Las palabras le devolvieron la ternura de su infancia en Manizales, su vida en Bogotá y a sus contertulianos en el Automático. Con las palabras retornó a los lugares ya idos, su grandiosa Venezuela. Recorrió los caminos al lado de ancestros y reconstruyó los muros de su apacible Popayán:

Tierra esta de hidalgos campesinos, donde la vida tiene el sentido limpio de lo perdurable. Bajo el sol del verano que se inicia son más blancas las paredes encaladas de las casas y el humo eterno del volcán. Por el camino que asciende hacia la cordillera, bajan las madres guambianas con los hijos pequeños a la espalda. Es domingo y en el pueblecito de Coconuco, las gentes importantes de la parroquia dialogan de sus pequeñas grandes cosas, en ese tono bajo y musical de los habitantes del Cauca, que no gustan de la estridencia ni de interrumpir el otro diálogo, el de los ríos con el viento que baja, alegre y fresco, de lo alto de la montaña. (Vieira, 1956, Verano en Popayán. Ciudad remanso)

 Las casas, las viejas casas de las ciudades silenciosas, no están hechas solamente de piedra, ladrillo y argamasa. Los años integran a sus muros y tejados los sueños, las alegrías, las tristezas de aquellos que las  habitaron. La vieja casa maternal de Popayán se estremeció de pronto. Eran las 8.15 de la mañana del jueves santo de 1983. En la mesa humeaba el café y el pan era blanco como un pedacito de nube. La tarde anterior había sido misteriosamente bella. En el balcón estuvieron jugando el sol y la lluvia. Peleaban con pequeñas lanzas de cristal, que se rompían en gotas brillantes sobre los anchos faroles y las paredes blanquísimas. (Vieira,1983, Requiem por una casa generosa).

Dar de leer a los niños en su primera infancia, etapa decisiva en las capacidades físicas, intelectuales y emocionales, da forma a los cimientos que lo sostendrán el resto de la vida.  “La literatura es ese gran libro escrito a varias manos” (Reyes, 2016), que nos entrena desde esos primeros años para surfear en la punta de la ola. En la infancia se crea el capital simbólico más importante y leer lo que otros han escrito nos ofrece un mundo de posibilidades: encontrar la belleza en los despojos, las ausencias y los momentos más oscuros del alma.

Tiempo definido

 “Todo el impulso humano
Lo circunscribe el día,
El pequeñito círculo del día”
(Barba Jacob)

Está bien que la vida de vez en cuando
nos despoje de todo.
En la oscuridad los ojos aprenden
a ver más claramente.
Cuando la soledad es el vacío intenso
del cuerpo y de las manos,
hay caminos abiertos hacia lo más profundo
y hacia lo más distante.
En el silencio las amadas voces
renuevan dulcemente sus palabras
y los muros custodian el rumor infinito
de los ausentes pasos.
Los labios que antes fueran
sitio de amor en las calladas tardes
aprenden la grandeza
de la canción rebelde y angustiada.
Hay un viento en suspenso sobre los altos árboles,
un repique de lluvia
sobre ruinas oscuras y humeantes,
un gesto en cada rostro
que dice de amargura y vencimiento.

Sigue un lento caer de horas inútiles,
desprendidas del tiempo,
y más allá de todo lo que formaba
el círculo pequeñito del mundo,
“aquel mundo cerrado, con sus vagas estrellas
y su bruma de sueño”,
despierta inmensamente la herida voz del hombre
poblador de la tierra.
Antes estaban lejos, casi desconocidos,
el combate y el trueno.
Ahora corre la sangre por los cauces iguales
del odio y la esperanza,
sin que nada detenga la invasora corriente
de las fuerzas eternas.

Dice Rosa Montero (2003) que se escribe para evitar la muerte, de nosotros mismos y de otros. Se escribe para no olvidar. Así lo constata el antropólogo francés, Marc Augé (1998, p.27)

Es evidente que nuestra memoria quedaría pronto saturada si tuviésemos que conservar todas las imágenes de nuestra infancia, en particular las de nuestra primera infancia. Pero lo interesante es lo que queda en todo ello. Y lo que queda- recuerdos o huellas, volveremos más adelante a ellos-, lo que queda es el producto de una erosión provocada por el olvido. Los recuerdos son moldeados por el olvido como el mar moldea los contornos de la orilla.

La literatura es el legado de toda una civilización. Nos muestra los caminos transitados por otros, en otros tiempos y lugares. Y en esos otros nos encontramos nosotros mismos. La literatura es la memoria universal, y, no nos salva de caer en los agujeros negros, pero sí nos muestra las posibilidades para salir de ellos. Maruja ha continuado este legado por más de cien años. Ella es testimonio del poder de las palabras en la vida de un niño. Las nanas y la poesía de su madre, las historias de su abuela, los libros de su hermano, el amor de su padre y la confianza de todos los que creyeron en ella, forjaron, hoja a hoja, el gran libro que es la vida de esta magnífica escritora.  Los libros son amigos siempre a la mano, y Maruja tuvo muchos,  de eso fue testigo Alicia, su muñeca.

[1] La primera mujer en ganar el Nobel de Literatura (1909) y defensora de los derechos de las mujeres. No parecen coincidencia tres feministas en la vida de Maruja: Claudina Múnera, Georgina Fletcher y Selma Lagerlöf. La trilogía perfecta para aprender a ser mujer en un mundo hecho para hombres.

[2] Del latín recordari, derivado del prefijo re-, que expresa repetición, y la base cordis ‘corazón’. De la misma familia etimológica de acordarconcordarcorajecordialcuerdomisericordia y recordar .

Bibliografía

 Augé, M. (1998). Las Formas del Olvido. Barcelona: Gedisa, 1a ed. p. 27.

Bachelard, G. (1982). La Poética de la ensoñación. México : Fondo de Cultura Económica. págs.179, 206

Castellanos, S. (2 de junio de 2022). ¿Manizales ciudad del conocimiento? Diario  La Patria. Manizales. Colombia.

De Saint-Exupery, A. (1992). El Principito. Chile : Editorial Andrés Bello. p. 14

Montero, R. (2003). La loca de la casa. Bogotá: Alfaguara.

Reyes, Y. (2016). La Poética de la Infancia. Bogotá: Luna libros.

Vallejo, I. (24 de julio de 2023). Las mujeres en la historia de los libros: un paisaje borrado. Letras Nómadas. Literaquito. Consultado el 28 de julio de 2023 en      https://www.facebook.com/watch/?v=791102245808178

Vallejo, I. (2021). El infinito en un junco. Colombia: Penguin Ramdom House.

Vallejo, N. (24 de julio de 2022). El club de lectura. Caracol Radio. “Maruja Vieira: 100 años de poesía.  La decana de la poesía”. Entrevista. Podcast. En Spotify.  (Citas: El club de lectura minuto 7:30).

Vieira, M. (s.f.). Breve mensaje a Manizales.

Vieira, M. (1956). El viaje imaginario.

Vieira, M. (1966). Tristán Klingsor.

Vieira, M. (2008). Todo lo que era mío. Universidad Externado de Colombia. 1era edición. p.28

Vieira, M. (2010). Tiempo de la memoria. Ibagué: Caza de Libros. p8

Vieira, M. (2017). Antología personal. p.22

Vieira, M. (2022). El nombre de antes. Bogotá: Biblioteca de escritoras colombianas.

Vieira, M. (s.f.). El jardín de la muerte.

Vieira, M. (s.f.). Columna de humo. El libro.

Vieira, M. (s.f.). Columna de humo. El Recuerdo de hoy. Memorias de Claudina Múnera.

Vieira, M. (s.f.). Columna de humo. Recuerdos. Manizales, ciudad nuestra.

Villegas, A. (2023). Feminismo en concreto: el rol de la mujer en los comentarios literarios de Maruja Vieira. Manizales Vieira, M. ( 31 de marzo de 1983). Requiem por una casa generosa.

Vieira, M. (Popayán, julio de 1956). Verano en Popayán. Ciudad remanso.

Vieira, M. (s.f.). Federico García Lorca.

Foto tomada de Internet.

 

*Universidad de Caldas (Colombia)

mary.montoya@ucaldas.edu.co