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Dos soledades

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 02/02/2022

Le Bonheur, c´est savoir ce que l´on veux et le vouloir passionnément

 Félicien Marceau

 El sueño de la crisálida, es el libro que nos trae la novelista y dramaturga española, Licenciada en Ciencias de la Información, Vanessa Montfort (Barcelona, 1975), que por su técnica narrativa podría casi tomarse como una autobiografía de una periodista desengañada de su profesión, no se sabe si por ella misma o por quienes no se la soportaban por lo talentosa, y así, en un intento por ajustar las cuentas, devino publicista.

Tiene una vasta producción tanto en narrativa como en dramaturgia en ambos campos, con reconocimientos internacionales. Para citar algunas producciones en la narrativa se tienen: El ingrediente secreto (2006), Mitología de Nueva York (2010), La leyenda de la isla sin voz (2014) y Mujeres que compran flores (2016); ha sido un éxito en España y Latinoamérica, con derechos vendidos a Francia, Italia, Alemania, Noruega, Corea y Bulgaria, entre otros países.

Vanessa Montfort

A partir de un encuentro casual, en un vuelo internacional, entre una ex periodista y actual publicista y una ex monja en busca de su nuevo destino, se va forjando una relación que poco a poco se irá consolidando, pues cada una ayudará a la otra no solo a buscar sosiego, sino a identificar su felicidad, aprendiendo a diferenciar lo importante de lo urgente. En el fondo son muy parecidas, pues hace mucho tiempo no han visto un atardecer, siempre han estado sometidas a intensas labores, a odiosas discriminaciones, maltratos laborales e institucionales y los escasos reconocimientos han sido miserables. Esto y mucho más las identifica y será lo que finalmente las liberará. Se trata de la publicista, Patricia Montmany y la religiosa, a quien se referirá como Greta, y quien la hará reflexionar así:

 Nuestro único y gran cambio vital. Algo en lo que siempre creí, pero a lo que hasta ahora no he sabido dar nombre: la sospecha de que todos los seres humanos tenemos al menos una oportunidad de realizar un cambio de ciento ochenta grados para adquirir nuestra forma más autentica; la ocasión de poner a prueba nuestra gran capacidad de transformación, propia y de nuestro entorno. Y la tenemos, aunque a veces nos creamos incapaces de ejercitarla o de creer en ella.  

Una minuciosa investigación a partir de las conversaciones, documentos y actuaciones de Greta, permitirá a Patricia con el método tradicional del: Qué. Quién. Cuándo. Dónde. Por qué. Cómo, mostrarnos sin fanatismo religioso ni laicismo exacerbado, una oscura realidad de abusos, explotaciones, desmanes, castigos y prohibiciones a los que fue sometida en su comunidad, antes de ser expulsada de la misma, haciéndole perder así no solo su vocación, sino los mejores años de su vida para ser infamemente lanzada al ostracismo, sin contemplaciones. Esto es lo que tratará de documentar y exponer la periodista, para evitar que ocurra a otras personas y así reivindicar a ese ser humillado y ofendido.

Al recorrer esa interesante narración, va apareciendo como trasfondo todo lo que ocurre actualmente con los cambios tecnológicos, su utilización e influencia excesiva en nuestras vidas. Se va configurando un documento que nos cuestiona como sociedad, nuestros deseos, nuestra forma de actuar y sentir y la manera como nos hemos entregado a esa nueva forma omnipresente, que supuestamente representa el progreso, pero que si nos descuidamos nos conducirá  rápidamente a la denominada fatiga digital, que conlleva la sociedad del cansancio, planteada por el filosofo  Byung-Chul Han.

La narración la configuran dos mujeres rebeldes, de raza distinta, nacionalidad híbrida, la una separada de su profesión, la otra divorciada de Dios, una ex monja, otra ex periodista, se necesitan, pero sin saberse el porqué. La una nació el día en que su papá los abandonó, la otra estaba recibiendo un gran premio en su profesión, mientras su padre fallecía. Ambas sentían que ya nada las liberaba del miedo a la muerte y hoy es peor, le han cogido miedo a la vida y  esto las identifica. Hacen un pacto con plazo a un año, para que la una logre publicar su historia y la otra obtenga sus papeles para ingresar de nuevo a la vida. Empieza su relato así:

 –Cuando cumplí la mayoría de edad, ingresé en una orden religiosa. Durante catorce años me he sentido una inadaptada, por muchas razones que son complicadas de explicar–, y a mis treinta y tres años justos, tras un calvario y una crucifixión, bueno… he sido expulsada, enferma y sin ningún recurso económico. Por eso he vuelto a Colombia con mi familia para recuperarme unos meses y ahora regreso a España, donde quiero reconstruir mi vida desde la nada más absoluta.

Hablé con quien no debía hablar, vi lo que no debía ver, cuestioné lo incuestionable, amé a quien no debía amar…

Por su parte Patricia creía firmemente lo afirmado por su padre, con relación a la importancia del trabajo, aunque esto lo hubiera alejado de los momentos familiares más importantes para su hija, quien solo lo reprochó con su silencio. Por eso, cuando lo acompañaba en su lecho de enfermo y se enteró de la adjudicación de un gran premio, decidió ir a recibirlo. La realidad es que yo, digna hija de mi padre, volé hasta aquel acto separándome de su lecho de muerte. A los padres siempre se les hace caso, al menos cuando están moribundos.

Esa premisa la asumió de tal forma que se encontró trabajando en una carrera sin metas, pues cada logro no era suficiente, sin tener tiempo para pensar qué es lo que quería, ni porqué eso, es lo que se quiere, en un sinsentido construido por estar solo concentrada en el presente; se volcaba hacia el trabajo porque era lo único que se puede controlar.  Así su vida laboral se resumía en un plazo que siempre rozaba el límite de lo imposible. No entendía por qué se autoexilió del periodismo en el mundo de la publicidad, pues  ambos tenían la misma velocidad y exigencia, poco reconocimiento, igual frustración y menos pasión; como un sacerdocio sin vocación.

Sabía que el convivir lleva implícito tratar de adaptarse sin éxito a la mediocridad de otros o sufrir su violencia, pues cuando alguien detecta tu diferencia, te acosa para hacerte volver al grupo y diluirte en él. El desafío a la normalidad lo conocía desde el colegio, era el bullying, pero decían era cosas de niños, ahora en el trabajo la intimidación o el acoso, lo denominan mobbing y dicen va con la remuneración. Lo grave es que como cualquier maltrato y hostigamiento sistemáticos, va deteriorando a la persona hasta que destruye sus defensas y su autoestima. Algunos llegan al punto de perder la fortaleza para conducir sus propias vidas que se hunden en la depresión.

Para agregar a su confusión es necesario analizar el medio actual en el que nos movemos e interactuamos, la virtualidad, ya inserta en el trabajo, la educación, la diversión, o sea en nuestra vida. Por eso, el comunicarse en la red, incomunica más, creando la fantasía de que se está comunicado, así tenemos miedo a relacionarnos emocionalmente. Vale la pena reflexionar, ¿por qué preferimos la visión del mundo en diferido mientras la grabamos en un móvil que lo que perciben en directo nuestros sentidos? ¿Por qué sustituimos nuestra voz por los mensajes de un chat sin entonación, expresión ni vida? Lo que ocurre en directo ya no importa. Lo que importa es poseerlo, grabarlo y guardarlo.

Para neutralizar esos estados de inestabilidad emocional, de ansiedad y angustia, debía recurrir a medicamentos que también iban socavándola y conduciéndola a un estado en el cual la autorrealización coincidía con la autodestrucción. Por eso, cuando no se tiene ni tiempo, ni ganas de contemplar un atardecer, es porque estamos perdiendo la emoción de disfrutar lo que ocurre en un determinado momento y que es imposible de sentirse a través de una pantalla. La presencialidad se requiere tanto en el teatro como en la vida, o mejor en el teatro de la vida.

Félicien Marceau, afirmó sobre la felicidad que consiste en saber lo que uno quiere, y desearlo apasionadamente. Por eso se debe ser muy cuidadoso en la elección, para evitar las decepciones cuando se obtenga lo ansiado. Es clave disfrutar el presente, pero soñando en el futuro así este sea incierto, aceptar que no somos perfectos, pero podemos mejorar, que no podemos gustar a todos, que la vida es de contrastes: sufrimientos y alegrías, triunfos y fracasos y que nunca tendremos tiempo para lo importante, si lo dejamos para después.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas