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Edición 200 de la Revista Aleph 

Por: Quehacer Cultural

Fecha de publicación: 14/02/2022

Se encuentra en el ciberespacio la edición 200 de la Revista Aleph  (enero/marzo, 2022. ¡Año 56!). Se accede a la edición completa, en PDF, con el siguiente enlace: https://www.revistaaleph.com.co/images/ediciones_pdf/Revista_Aleph-200.pdf

En una entrevista realizada hace algunos años por el Quehacer Cultural, su director el Profesor Carlos Enrique Ruiz contó sobre el origen de esta publicación literaria y cómo llegó a convertirse en una revista de circulación nacional e internacional.

En el bachillerato hacíamos periódicos rudimentarios, con el liderazgo de Hugo Marulanda. En sexto año (grado once de hoy) publicamos “Atalaya”, escrito a mano por Hugo, con pluma estilográfica, que intentaba circular los lunes, pero de vez en cuando. Se extinguía a mitad de camino, por los rayones y jaleos de los compañeros. Ya en la Universidad, con el activismo surgían periódicos en fugaces esténciles “Gestetner” y papel periódico. Uno de ellos de nombre “Rumbos”, dirigido por Cosme Marulanda-Villegas, de mayor pretensión cultural, pero también con fugaz destino, donde escribí alguna reflexión al mirar obra de arte.

Este activismo de entraña cultural fue motivado por la llegada al decanato de un hombre de condiciones singulares: Alfonso Carvajal-Escobar, ingeniero de la Escuela de Minas, en Medellín, a comienzos del siglo XX y arquitecto de París. Sin antecedentes en la docencia, pero con probada experiencia profesional y liderazgo cívico, asume la dirección en nuestra Escuela de Ingeniería, con solo 170 estudiantes, que era la sede por entonces de la Universidad Nacional de Colombia, en Manizales, pionera en el centro-occidente del país, invocado por los alumnos, después de un paro que duró un mes (mayo de 1964), en tiempos del rectorado de José-Félix Patiño. Paro que hicimos en contra de un decano de las 5 de la tarde, cuando solo iba a  firmar papeles de rutina.

Carvajal-Escobar asume en julio de 1964 y de inmediato promueve, en dedicación total, la reactivación plena de la Universidad, prestando atención a la precaria biblioteca, al convertirla en centro de atenciones, se identifica con los estudiantes ‘pilas’ y a su lado estimula multiplicidad de actividades en la cultura, en deportes, en el bienestar en general. Pronto lanza nuevos proyectos académicos, y con el respaldo de la dirección central en Bogotá consigue crear programas diurno y nocturno en Administración de Empresas, todavía hoy con buena salud, la carrera intermedia de Geodesia y Topografía, única de esas características que ha existido en la UN, con duración apenas de dos promociones. Luego vinieron otras singulares creaciones suyas: el programa de Arquitectura, y las ingenierías química, eléctrica e industrial. Carreras universitarias que creó en un entendimiento pleno con sectores institucionales y productivos de la ciudad y el departamento. Además generó proyectos de ampliaciones físicas con edificaciones para la docencia, laboratorios, la administración y el bienestar de los estudiantes (residencias, restaurante). Durante ocho años (1964-1972), sin pausa, reemprendió un camino y le abrió perspectivas de institución de alto nivel a la UN en Manizales. Todavía hoy se continúa el proceso que él reinició con visión estratégica y sostenido paso. Fue algo así como el “refundador”, y se le reconoce con justo sitial en la historia como el “Decano Magnífico”.  Un busto en su memoria erigimos los exalumnos en el claustro central del “campus Palogrande” y de igual modo la biblioteca  central lleva su nombre.

En ese ambiente cultural estimulante salió el número uno de la Revista ALEPH, en octubre de 1966, con bella carátula, en blanco y negro, con fotografía de Albert Einstein, y contenido que combinaba la técnica con el humanismo. El auspicio de Alfonso Carvajal-Escobar fue total y definitivo. Impulso que hoy sostenemos, en su memoria, con cuarenta años de existencia y 139 ediciones a diciembre de 2006.

El núcleo que hizo parte de la fundación lo integramos Hugo Marulanda-López (qepd), Antonio Gallego-Uribe (qepd) y Carlos-Enrique Ruiz (qandnp: quien aspira a no descansar nunca en paz), como estudiantes. El profesor Bernardo Trejos-Arcila, por entonces catedrático en la U, fue asesor de primera mano. La nota editorial estuvo a cargo del profesor Armando Chaves-Agudelo (qepd), quien explicó el nexo científico del nombre. A decir verdad, el nombre lo escogí influenciado por la lectura de “El retorno de los brujos”, con aquellos relatos entre los transfinitos de G. Cantor y la visión universal concentrada en un punto de “El Aleph” de Borges.

En momento anterior a la salida de la Revista, creamos, a partir de modesta carta mía, el flamante “Departamento de Extensión Cultural” que aparece como amparo institucional en la edición primera. Dependencia que en lo personal asumí como estudiante, sin salario ni oficina: la actividad era el reto de cada día,  con los solos recursos de la imaginación y la cooperación de un amplio voluntariado.  Debo anotar, en justicia, que ambas realizaciones contaron también con el padrinazgo de Marta Traba, la inolvidable crítica de arte, escritora e intelectual ejemplar, quien se desempeñaba en Bogotá como directora nacional de Extensión Cultural.