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El alma de las palabras

Por: Martín Rodas*

Fecha de publicación: 29/06/2022

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Tengo en mis manos el libro “Albricias”, de Melba Inés Ospina Martínez, una nueva aventura literaria que la autora asume con las herramientas que solo pueden obtenerse desde la contemplación. Y sí, es que Melba Inés es una “contempladora”, que ejerce la visión del universo desde el alma, pues sus ojos palpitan como corazones impulsando la savia que circula por las venas de la creación.

“Recorro largas jornadas/en busca del hacedor de sueños,/¡qué sorpresa me he llevado!/‘soy el hacedor de sueños’”. Esta estrofa, de su poema “Ecos de un verso”, es como un murmullo que cabalga sobre las olas del río del tiempo. En el, su impulso creativo surge de lo onírico, en una preciosa gota que es una joya de filigrana poética.

Y es que el sueño, como manantial surgido de profundidades innombrables, nutre la cornucopia del libro: “Viste la vida de amaneceres,/el alma de ternura;/cubre los sueños con brisas juguetonas/y el descanso con rayitos de luna./” Estos versos del poema “Sutilezas”, son palabras soñadoras, hechas con esa materia inmaterial, eterna e imperecedera.

Los poemas en Melba Inés, son como el big-bang, que dan nacimiento a un cosmos nuevo, porque, “no requiere de muchos lápices,/en una hoja de papel/cabe entero el universo” (“Donde cabe el universo”). Sus mundos están habitados por amaneceres ensoñadores, delicadas nubes de acuarela, viento y a veces truenos que se precipitan con fuerza. Pero siempre sale de nuevo el sol y el arco iris enmarca la vida que continúa.

La vida es otra de las vertientes que recorre como meandro los textos del libro, como lo expresa en su poema “El mejor aplique”: “De tienda en tienda/busca la niña un aplique/para verse hermosa./El tendero le dice:/
‘No busques niña, que la belleza/está en tu vida, tu risa, tus ojos, tu alegría?’”. En este viaje fantástico, las palabras de Melba Inés continúan su travesía en la nave de los sueños… y la nostalgia permite que las nubes enreden sus trenzas y el sol las ate con rayos dorados para adornar el vestido dominguero para salir a pasear. Nostalgia para saborear estos recuerdos que saben a caminos polvorientos, a trapiche viejo mientras las tejas de barro lloran lágrimas de verano.

Son búsquedas en el pasado marcado por batallas, jornadas de siembra y cosecha, presencias y ausencias, cantares, silencios, amor y olvido, porque: “Más allá de mi piel/está el otro/con un palpitar de corazón” (“Más allá de la piel”) cuyas manos tejen historias, como lo hace Melba Inés alentándonos a que busquemos nuestra imagen en el espejo, nuestras miradas, nuestras sonrisas. Es que el tiempo roba los recuerdos, como el agua al mar, y borra las huellas en la playa.

Suenan campanas y se adentran en la niebla que se desliza entre los árboles con aire mágico. Gotas de rocío son las palabras de estos versos, como espigas doradas que pintan de rosa las mejillas de los niños. Nuestra autora es contundente en manifestar su amor por las cosas simples, que hacen vibrar el alma. Ella cuenta estrellas, contempla la luna llena y canta al cielo.

Hay un eco ancestral que resuena también en el libro, forjado de siluetas que se agigantan, se mueven y se retuercen, como se lee en el poema “Siluetas” y continúa en “Fogata”, encendiendo soles, como lumbres en el horizonte, que provocan nubes de humo para instalar las sombras de la noche, mientras llega el brillo del lucero vespertino en la redondez de la luna llena y “el cielo espera mi plegaria/para bendecirme” (“Presente indicativo”).

Hay un sentido homenaje a la tierra de la poetisa, Filandia, Quindío, que ella recuerda con cariño en sus atardeceres mágicos, sus montañas, caminos, calles empedradas y los quehaceres del alma; seguramente estas remembranzas son como postales de quien lleva tardes midiendo el camino con pasos cortos, acompañado por el sol.

También los umbrales hacen parte de este acervo poético, en donde, con acierto revelador nos sugiere: “Abre o cierra puertas en el tiempo justo/y será tu cielo siempre claro”. Puertas que en su obra nos conectan con lo sagrado, con los sonidos del silencio para escuchar la voz de Dios, en la colina que germinó la semilla, en la paleta de colores del sol, en el canto de amor de las aves y en los secretos de viajeros ocasionales.

Todo este asombro frente a la naturaleza y el alma, Melba Inés lo deposita delicadamente en el crisol de lo sacro; sus bendiciones desean abrir los ojos a la vida, al primer llanto, a unos brazos que te sostengan, como una aprendiz de tibios amaneceres, tardes apacibles y noches oscuras para luego imprimir lecciones con tintas indelebles.

De esta vocación magistral, pues laboró como profesora durante muchos años, la autora sugiere el enseñar también como un aprender a ser fuerte como las semillas, como los brotes de plantas frágiles que crecieron y se hicieron corpulentas para doblegar los embates de las tormentas y la fuerza de los vientos. Así se genera la “Grandeza”, cuando: “Grita la hoja al caer del árbol,/la flor al abrir su corola,/la semilla al brotar a la vida,/el arco multicolor al cesar la lluvia./Gritan el sol, la luna, las estrellas/y el alma sin hacer ruido/para reconocer tu grandeza, Señor”.

Las reflexiones del libro nos llevan a la incertidumbre de lo existencial, de las búsquedas estériles cuando se extienden los brazos buscando el infinito, ese que está más allá de sus manos, pues los tesoros fueron saqueados y el ruido acalló al silencio. Dolorosamente en “Subasta” se siente el desgarro: “Recibo diez, recibo cien,/yo quinientos, acepto mil;/aborden, cierren la puerta,/las armas escupen balas./Como racimos/suspendidos en el aire,/los que huyen se agolpan/rogando por su vida/en busca de refugio/.

Desde este lamento la palabra se vuelca a lo divido, en donde está el Padre Nuestro y su nombre santificado, ese Padre que está en la mirada de los niños, la ternura del abuelo, la labor de la madre, el obrero y el labriego. Como en un arrebato extático la poetisa ruega: “‘Venga a nosotros tu Reino’/Mantén la mirada en mi vida y corazón,/y cólmalos de amor, paz, generosidad.” Luego, la cruz es el símbolo de los desposeídos, esos que ella siente en el “Cristo de mi Rosario”, un Cristo roto, de lágrimas, maltrato y pies desnudos que se cruzan en el camino.

Entonces, luego de esta especie de calvario poético, el libro dirige su mirada a la “Niña María”, esa que hizo las tardes apacibles con su mirada, que enciende la luna y los luceros; pura, bella, tierna y puente entre el hombre y Dios. A ella le dedica una oración, a la madre de Jesús, en la cual deja en sus manos la vida de aquéllos que más ama y lleva en el corazón para que los guíe, proteja y bendiga.

Es aquí en donde podemos insertar el sentimiento de la autora por la madre terrenal: “Heroína de mil historias,/la que nunca se cansa;/tiene en sus manos/todos los remedios,/la que me ama/con el corazón entero.” Bellamente rememora cuando hizo de su falda una canasta y la llenó de flores para hacerle a la mamá un bello vestido de pétalos y amores. Anhela el abrazo de ella en la primera infancia y las historias que le contaba, los juegos en el campo, el río, el columpio con lluvia, sol y viento. De esta edad dorada de la vida, es que surge el manantial de la inspiración, efluvio de pájaros, mariposas, estrellas, ranas y grillos. Allí aprendió a hablar en silencio con el alma y elevar oraciones al cielo.

Melba Inés Ospina Martínez refleja en “Albricias” la sensibilidad transparente y profunda de quien oficia el arte más bello, ese que trabaja con palabras y metáforas, las cuales iluminan la obra de una escritora que desliza sus pensamientos sobre el papel como si fueran danzantes que surgen de las profundidades del alma, un alma tocada por la varita mágica hecha de ensoñaciones y asombro permanente por el milagro de la creación.

Referencia bibliográfica: Ospina Martínez, M. I. (2022). Albricias. Manizales: Editorial Manigraf.

* Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».