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El Corazón del Miedo

Por: Jaider Muñoz Londoño

Fecha de publicación: 02/06/2022

Un capítulo del libro El Corazón del Miedo del escritor nacido en Herveo Tolima (1966), Jaider Muñoz Londoño, su primera novela, la que, en palabras del profesor emérito de la Universidad de California experto en literatura latinoamericana, Raymond L. Williams, “nos trae gratas reminiscencias del escritor colombiano Álvaro Mutis por la permanente mención del departamento del Tolima. El Corazón del Miedo es, así mismo, una obra llamativa que nos recuerda la gran tradición novelística de Dickens, Balzac y Galdós. Este último creador se hace presente en la descripción de los viajes y los paisajes que son parte esencial de la obra del nuevo novelista colombiano.

Herveo, 11 de julio, 10:00 am.

Algunos motivos impidieron que mis amigas me acompañaran en el periplo que habíamos acordado con don Arnoldo, en especial, una inesperada carta que doña Ruth entregara a Azalea de parte de su difunto padre. Así las cosas, me dediqué a esperar la llegada de mi anfitrión, no sin antes incluir en mi mochila una libreta de apuntes y un lapicero, previendo la cátedra que muy pronto iba a recibir de él. A la hora indicada, unos breves toques en la puerta me anunciaron el comienzo de un delicioso Viaje a pie, que resultó pródigo en revelaciones y en crónicas de toda índole.

DESCUBRIENDO A HERVEO

I

Una mentira memoriosa

Mientras nos alejábamos del pueblo, Daniel Barenboim interpretaba la Sonata para piano No. 16 de Mozart, en un viejo radio que, según me dijo, lo ha acompañado siempre. Como una manera de iniciarme en los encantos de su tierra, me fue indicando los nombres de algunos sitios por los que pasábamos, haciéndome breves reseñas sobre ellos: la antigua Estación de Soledad, el cementerio, El Campestre. La mañana estaba esplendorosa y el paisaje era excepcional. Frente a nosotros y luego de ascender un poco por la carretera que conduce a Torre Veinte, pudimos ver el Nevado del Ruiz, coronado por una inquietante fumarola; a nuestra izquierda y en dirección a esa misma cumbre, corre una cadena montañosa que, esa mañana formaba, una delirante acuarela de entremezclados verdes y azules. A la derecha y magnificados por la luz de julio, se yerguen los cerros de las veredas El Placer y Delgaditas y, en medio de ellos, el Alto de la Bandera, proclamándose como un símbolo de fertilidad. Durante algún tiempo nos detuvimos a observar los domos del volcán Cerro Bravo, erguidos y firmes como una deidad protectora, mientras encarnan de manera misteriosa, el perfil de un ser en estado de reposo, cuya imagen ha quedado grabada en mi memoria. Pero como si aquellas estampas no fueran suficiente galardón a la mirada, en La Fonda volvimos a detenernos para observar la vereda El Plan: un hermoso valle de lahar* que se inicia a los pies de Cerro Bravo y que desciende suavemente, ornado de pastizales y tupidas cejas de monte, bordeando el cañón del río Aguacatal.

Continuando por un sendero de huellas pavimentadas, don Arnoldo me contó que había nacido en un predio cercano a la Estación de Frutillo, en la mañana del 20 de noviembre de 1925 –el mismo día que una dolorosa tragedia llenó de luto a Herveo: don Jaime Valencia, el abuelo de los cantantes Ana y Jaime, falleció en un accidente en el Cable Aéreo- y desde esa fecha, por un azar del destino, su vida ha estado entretejida con ese medio de transporte. Luego rememoró su infancia en los campos vecinos, ayudando a sus padres en las labores de la ganadería y la agricultura, alimentando su mirada con las cambiantes tonalidades de la cordillera, disfrutando del sol, la lluvia, el viento y al amparo de hermosas noches vigiladas por la luna y las estrellas. En la finca El Danubio, ya iniciando la cuesta hacia El Frutillo, los primeros acordes de un Cuarteto de Alexander von Zemlinsky lo llevaron a mencionar la célebre Viena del año 1900 y la pléyade de personalidades que se reunían a conversar en sus cafés: Sigmund Freud, Alban Berg, el pintor Gustav Klimt, su tocayo Arnold Schönberg, Gustav Mahler y la bella sorda Alma Schindler, recordada después como Alma Mahler; la musa por la que todos ellos hubieran perdido su corazón. El apellido Malher (que significa pintor en lengua alemana) dio oportunidad para que me hiciera una curiosa y extraña revelación: dijo él que, estando en el vientre de su madre, pudo escuchar en cierta ocasión una música majestuosa y que muchos años después, oyéndola de nuevo en una emisora, supo que se trataba de la Sinfonía No.2 de Gustav Mahler, más conocida como La Resurrección. La empinada cuesta revivió una dolencia de su pierna derecha, impidiéndole avanzar con el vigor que debió tener años atrás y por eso, al cabo de un buen tiempo, gozando con sus historias y acompañados en la radio por La noche de los Mayas de Silvestre Revueltas, llegamos a El Frutillo.

Tan pronto se ingresa a ese lugar, se participa de un aura diferente. Nos recibió una antigua casa de madera, generosa en su espacio, entibiecida por una chimenea y en cuyos muros se habló por mucho tiempo la lengua de Shakespeare –ya que formando parte del Cable Aéreo, se constituyó en Estación, en taller de reparaciones y en estancia habitual de ingenieros y trabajadores ingleses encargados del establecimiento y administración del mismo- y ahora, adornada con jardines y rodeada de altos eucaliptos, sigue ofreciendo un privilegiado mirador de paisajes, en cuya presencia empieza uno a entender la fascinación de don Arnoldo por sus montañas y a comprender mejor el panteísmo que profesa como su credo personal. En este lugar, siendo apenas un muchacho y aprovechando que su hogar quedaba cerca, conoció a los místeres, como se les decía comúnmente a los ingleses que operaban el Cable Aéreo Mariquita-Manizales y se inició más tarde, en su vida laboral.

*La palabra lahar proviene de la isla de Java, en el Océano Índico y describe el flujo de agua y sedimentos que se desliza por las laderas de los volcanes.