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El estigma social le dice no a la cultura del Cannabis en Colombia

Por: Juano Jurado *

Fecha de publicación: 24/06/2023

Colombia es el país de las contradicciones, generalmente lo que se pretende jurídicamente, no se logra a nivel social, cultural, ambiental, económico, político, entre otros; la ley va por un lado y las dinámicas sociales por otro camino. Entonces tenemos inconvenientes de aplicación de la norma porque las contradicciones en nuestra ciudadanía no permiten que exista coherencia entre lo que se debe hacer, lo que se quiere hacer y lo que finalmente se hace.

Ahora es el turno de hablar sobre la legalización de la comercialización del cannabis en Colombia, un asunto que no es nuevo, como muchos lo quieres mostrar, y que, todo lo contrario, es un asunto que debió haber sido atendido hace varias décadas antes de convertirse en un problema de salud publica en muchas regiones y de proliferación de negocios ilegales en otros.

El contexto jurídico es simple, la Constitución Política de Colombia, en su artículo 49, prohíbe la comercialización de sustancias psicoactivas (no solo la marihuana o cannabis, cualquier tipo de sustancia psicoactiva como la cocaína, heroína, sintéticas, etc.), sin embargo, el consumo, el porte y el autocultivo de hasta 20 plantas de cannabis está permitido.

Aquí es donde comienza una contradicción interesante, una contradicción que desde 1994 con la Sentencia C-221, del magistrado Carlos Gaviria Díaz, promovió la despenalización del porte de drogas como el cannabis. En esa ocasión, basados en la nueva Constitución Política de 1991 que protege derechos fundamentales como el libre desarrollo de la personalidad.

Entonces, en un marco normativo contradictorio, donde se permite el porte se permite el consumo pero se prohíbe la comercialización, es obvio que social y culturalmente también se generen contradicciones, estigmatizaciones y prevenciones sobre el asunto. De hecho, hablar sobre drogas es un tabú en la mayoría de hogares colombianos, porque, aunque muchos saben sobre la prohibición de las drogas, no tienen claro que es lo que se prohíbe.

Sumado a lo anterior llegan las clasificaciones y señalamientos al mejor estilo de Cesare Lombroso, “esos marihuaneros ladrones”, “mire ese marihuanero nos va robar”, “ese amigo suyo tiene cara de marihuanero”, “los marihuaneros de la esquina”. Que si la persona viste con ciertos atuendos ¡marihuano!, que si la persona tiene determinado timbre de voz y acento ¡marihuano!; una lista interminable de señales que según muchos ciudadanos Lombrosianos, son señales irrefutables para identificar que una persona consume cannabis y probablemente esta fuera de control con las drogas.

La marihuana se convirtió en el termino para referirse a cualquier droga que se encuentre prohibida por el estado, y la palabra “marihuanero” se convirtió en el calificativo genérico para referirse a los delincuentes, drogadictos y personas en situación de calle. Todos calificados de la misma manera, y todos con situaciones totalmente diferenciales.

De esa manera, es casi imposible que exista coherencia entre lo que se debe hacer, lo que se quiere hacer y lo que finalmente se hace. En Colombia lo que se debe hacer es: estar a la vanguardia de los pensamientos liberales de las potencias mundiales que ya recorren el camino de la legalización, promover la protección de derechos fundamentales, ganar la guerra contra las drogas, promover las libertades individuales y solucionar un problema de comercialización ilegal y salud pública.

Sin embargo, lo que se quiere hacer es: promover leyes con discurso liberal pero contenido conservador, promover la protección de derechos fundamentales pero a través de tutelas por que el congreso no legisla y el ciudadano acude es a interpretaciones y jurisprudencias; ganar la guerra contra la droga pero no con la legalización sino con los apoyos económicos internacionales y el fortalecimiento de las fuerzas armadas; promover libertades a través de paños de agua tibia como permitir el consumo pero no la compra; y solucionar el problema de la ilegalidad y la salud pública a través de la estigmatización de los consumidores.

Finalmente, lo que se hace es: que los encargados de las reformas prefieran no perder su capital electoral y no se comprometen con temas polémicos (mejor no voto, mejor me ausento); los legisladores promueven discursos liberales en campaña y conservadores durante su tiempo como congresistas; las reformas sobre la comercialización de drogas como el cannabis se vuelven una ventana para promover creencias católicas y generar miedo en la sociedad; no se termina reformando nada, continuamos con los mismos problemas, y el próximo gobierno comenzara de nuevo el mismo camino y llegará al mismo destino.

Se perdió la oportunidad nuevamente de tener el control sobre la ilegalidad, se perdió la oportunidad de generar industria sobre un producto del cual incluso podríamos ser potencia mundial abriendo mercados con otros países que ya legalizaron el uso del cannabis recreativo y medicinal.

Lo que parece que no perdemos como sociedad y culturalmente, es nuestra mojigatería, nuestras costumbres arraigadas de creernos más avanzados y desarrollados políticamente, económicamente y humanamente en comparación con otros países, solo por el hecho de sentirnos plenos en un Estado estanco, en un status quo del cual solo saldremos a las malas cuando la falta de control sobre el mundo ilegal del comercio de drogas nos acabe de consumir y tengamos que acudir, como ya nos ha sucedido en las ultimas décadas, a esas mafias, a esos dineros y a esas personas para que lamentablemente ayuden al Estado colombiano. Ya lo había manifestado el musico Bob Marley en una entrevista que brindó al Trench Town, Jamaica. “todo gobierno en la faz de la tierra hoy en día es ilegal”.

* Músico, compositor, abogado y docente de la Universidad de Manizales y de otras universidades. Especialista en Investigación Criminal y Magíster en Derecho. Doctorando en Literatura.

Junio de 2023