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El gesto romántico de Mudos Testigos

Por: Rafael Santander *

Fecha de publicación: 29/04/2023

En la exhibición de Mudos testigos (2023) en el teatro Fundadores de Manizales, Jerónimo Atehortúa, codirector de la película declaró que no le gustaba esa tendencia a apreciar el cine colombiano como producto sociológico antes de hacerlo como producto estético. Resulta particular esta afirmación después de haber hecho una película que parece más un documento y una conversación con la tradición audiovisual que un producto confeccionado para el disfrute sensorial, una experiencia más reflexiva que meramente placentera.

No se rodó una sola imagen para realizar Mudos testigos, sino que se utilizó material del archivo fílmico silente de Colombia. La Cinemateca Distrital aporta esta sinopsis: «la historia de amor imposible de Efraín y Alicia que recorre la convulsa primera mitad del siglo XX en Colombia». Y teniendo un argumento tan tradicional, asumí que esta película pretendía aportar una perspectiva original a la narración de este tema tan clásico. Encontré, en cambio, un confuso ejercicio de mímesis que, por fortuna, en su tercer acto se transforma de manera sorpresiva.

Mudos testigos es dos tercios melodrama y un tercio diario de viaje. Ambas partes poseen un planteamiento estético diferente: la primera es propia de las narraciones decimonónicas y de la tradición romántica de occidente y la segunda parece ubicada en las antípodas: desaparecen los actores —pues ya no utiliza como en la primera material de archivo de ficción— y aparece, en cambio, un ejercicio documental, un relato personal en el que los intertítulos son lo único que queda de su protagonista, reducido al papel de observador del amazonas y su gente. Lo más interesante es el anacronismo en el que incurre esta parte, pues realiza una recreación sonora de los ambientes y efectos que pudieron haberse registrado en estas expediciones en una época en la que no existía el sonido sincrónico, en la que al audiovisual todavía le faltaba el audio.

Anacronismos también hay presentes en algunos intertítulos del primer acto: dos en particular llaman la atención. Primero, el «¡Ajúa!» después de que un soldado hace un saludo militar y segundo, después de la captura del perpetrador de un intento de homicidio le preguntan «¿Quién dio la orden? ¿Fue Uribe?» haciendo referencia a un personaje de la película, pero de una resonancia innegable con el tiempo presente.

El último anacronismo que cabe mencionar está por fuera de la obra. Es la propia película, la idea de hacer este ejercicio en el momento en el que la inteligencia artificial produce toda suerte de derivaciones creativas a partir de material existente: “Realizar una película silente que cuente un melodrama sirviéndose de la tradición novelística y los archivos de cine colombiano de las primeras décadas del siglo XX” suena como a un comando que podríamos darle a un robot. Y de aquí surgiría la pregunta: ¿por qué y para qué Mudos testigos?

Mirada al horizonte

El caminante sobre el mar de nubes (1808) muestra a un hombre sobre la cima de un monte rocoso mirando el horizonte cubierto de neblina del que apenas asoman algunas montañas y árboles. Es fácil imaginar a este caminante girar la cabeza hacia atrás y ver el territorio que ha atravesado. Ese giro y esa mirada a lo que se ha dejado parece el gesto que hace Atehortúa con Mudos testigos.

En medio de la presentación de la película el director también afirmó que una de las cosas que encontró revisando el archivo audiovisual es el surgimiento de la pregunta “¿cómo se conoce y se enamora la gente?” ante la entonces nueva dinámica social producto de la migración del campo a la ciudad. Efraín y Alicia se conocen en un parque, él queda tan enamorado que busca quién le informe dónde trabaja y así visitar el almacén que ella atiende para poder coquetearle.

Esta forma de conocerse y enamorarse en el espacio público ahora está en entredicho. Aunque desde hace años se crean espacios virtuales de interacción, a partir de la cuarentena del 2020 nuestra forma de interacción con plataformas sociales y medios de comunicación se ha transformado de forma radical. Poco nos conocemos en plazas y parques, resulta más común conocerse e interactuar en plataformas virtuales. Y así como ocurre con el cine silente, que no murió apenas llegó el sonoro sino que fue desapareciendo, lo mismo viene ocurriendo con los enamoramientos en la vía pública.

También consumidos por la neblina en el horizonte que aprecia el caminante están los realizadores audiovisuales, escritores, montajistas, ilustradores y toda una serie de obreros del campo creativo, amenazados por la fiebre reciente de la inteligencia artificial. Aunque la máquina no puede reemplazar la capacidad creativa de un artista, sí puede superarlo en su capacidad para reproducir, imitar y generar obras derivadas de material original. En menos de un año los robots que previamente impresionaban con sus imágenes que reproducían algún estilo de ilustración reconocido popularmente, ahora pueden crear fotografías falsas de personas famosas y reproducir los patrones de habla de personajes públicos. Reciente es también la noticia de que viene produciendo canciones nuevas con la voz y estilo de músicos ya fallecidos. “¿Quién querrá escuchar ahora nuevos artistas?”, se pregunta la industria musical.

Cada vez es mayor la capacidad de estos robots de crear productos, ya puede escribir guiones y realizar animaciones, aunque torpemente, pero torpemente también escriben muchos profesionales en las mayores productoras del mundo. Así que es posible que más pronto que tarde veamos el lanzamiento de películas nuevas protagonizadas por Humphrey Bogart o Marilyn Monroe realizadas todas por una de estas máquinas y ahí nos preguntaremos “¿Quién quiere ver nuevos actores? ¿Quién querrá ver nuevos directores?”.

Formas de resistencia

Una última declaración de Atehortúa: este se refirió a los espacios de exhibición pública de cine como «forma de resistencia», pero ¿resistencia a qué? Se me ocurre que resistencia a que reemplacemos la sala de exhibición por el recuadro de bolsillo y que el arte audiovisual termine convertido en un producto de consumo individual y privado —como un chicle o un mal pensamiento— en lugar de ser una invitación a la reunión y, en esta medida, una oportunidad para la celebración de la cultura y estimular la propia existencia de estos espacios.

Gesto de resistencia es entonces la mera congregación de espectadores y también lo es el tipo de contenido que se ve. Mudos testigos nos pone en contacto con prácticas ya desaparecidas o en peligro de extinción, se resiste a que la máquina reemplace al director y cada imagen y línea de texto, incluyendo las más controversiales y políticamente incorrectas, parecieran tener sobreimpreso con baja opacidad la frase “no olvidar”. Hacer memoria, resistirse al paso del tiempo y al olvido, son gestos políticos además de románticos.

No afirmo que la realización de Mudos testigos se trate de una añoranza de regresar al pasado, pero con las declaraciones del director sí veo una reserva con respecto al futuro. Sumando sus características: hecha por un ser humano, presentada en un espacio público, realizada con material de archivo y preocupada por entender el canon narrativo de hace cien años, Mudos testigos es un gesto. De haberlo realizado  una inteligencia artificial, sería un producto derivado adicional, otra iteración, una noticia más en la sección de entretenimiento de un medio de internet poco reputado con un titular tipo “Inteligencia artificial hace película colombiana a partir de material de archivo” irónicamente escrito por otra inteligencia artificial.

* Escritor. Realizador de cine.