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El Niño y La Tormenta

Por: Rubén Darío Zuluaga Gómez*

Fecha de publicación: 10/10/2022

Crítica Teatral…

Grupo: La Congregación. Teatro-Cortocinesis

Seguimos llorando sobre el escenario, pero en esta obra la metáfora se sobrepone sobre los lenguajes realistas o panfletarios. Una madre y un hijo buscan la invisibilidad, aparece una rata que lucha por sus crías y un inquilinato de esos que pululan en Bogotá y en el resto de país, porque lo que si compartimos con la capital es la miseria y la violencia. En esta puesta dialogan diferentes formas artísticas: danza contemporánea, artes plásticas y visuales, música y se combinan todas ellas para hacer un cuadro conmocionante de la realidad colombiana, de la pobreza y la desigualdad. Más allá de la fenomenología de la miseria, se presenta una poética desgarradora, dura y difícil de ver, pero en lo más profundo de su sentido hay una mirada reveladora, crítica, que expresa una profunda dignidad: la madre prefiere el Suicidio (con su hijo) antes que la degeneración de los cordones de miseria que deja como opción el capitalismo y la burguesía de este país.

Es la primera vez que observo toda una platea llorando por la muerte de una rata y además justificando que una madre se lance con su hijo de un barranco y sea una poética solución. Cómo exigirle a una madre que prefiera morirse de hambre con su hijo debajo de un puente a tener una muerte digna y refregárselo en la cara a una sociedad indolente y a una clase política incapaz de crear soluciones efectivas. Se refleja en esta pieza la realidad de una mujer abandonada por su marido y su familia, que siempre huye para no pagar el arriendo, que es obligada a convertirse en ladrona: es el espectro visto desde el otro lado, fuera de la ley (fuera del supuesto “Contrato social” que no cumple el estado), donde no hay protección y el desamparado es la constante.

“El niño y la tormenta” pone la lupa sobre la sociedad de manera distinta, parece descubrir un lado inédito donde no entra la razón, ni ninguna lógica social, para descubrir la fragilidad de millones de seres humanos, no solo en Bogotá, sino en toda Colombia, que padecen la desigualdad, la marginalidad, el acoso en todas sus formas y entonces, estas personas no pueden comportarse como la “gente de bien” que tienen sus necesidades básicas satisfechas; esa otra Colombia vive en situaciones límites: están forzados a vivir huyendo, escondidos, sobreviviendo como ratas en alcantarillas, obsedidos por las deudas; ellos son mayormente vulnerables y débiles ante las grandes dificultades que normalmente tiene la existencia humana.

En la obra hay un realismo estetizado, es una verdad social vista desde el arte, es la ingenuidad de un niño expresada desde la poesía, o la desesperación de una madre presentada desde simbolismos. La historia de los seres marginados de la sociedad que nadie quiere mirar, ni se preocupa por ellos, que son un estorbo para las clases altas y las medias, porque no tiene capacidad de pago (menudeo del que se alimenta el capitalismo): obreros, trabajadores informales o vagabundos que recorren las calles tratando de encontrar comida para vivir un día más.

(Realmente son mejores los divertimentos que mirar la cruda realidad).

Con esta obra regresó la poesía al teatro, y el aplauso cerrado al final fue unánime, ni un espectador se quedó sentado en un golpe de sensibilidad parecido al que ofició el mismo grupo el año pasado con una obra sobre Dylan Cruz. Se repite la exclusiva experiencia estética única y privilegiada en este festival. Todos los aplausos y reconocimientos para La Congregación Teatro Cortocinesis.

*Docente Universidad de Caldas