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El tiempo de los ojos

Por: Nadim Marmolejo Sevilla *

Fecha de publicación: 09/08/2021

La hegemonía del tapabocas en estos tiempos de coronavirus nos ha obligado a vernos a los ojos, como nunca antes. Una mirada es hoy nuestra carta de presentación. La expresividad, la fuerza, la ironía, el escepticismo, la agresividad, la amabilidad y todo el cariño del que es capaz el ser humano, sólo tienen cabida en estos momentos a través del lenguaje de los ojos.

El cruce de miradas fortuitas en las filas que hay que hacer para entrar a los bancos, a los puestos de vacunación, a las notarías, a ciertas tiendas de los centros comerciales, etc., se han convertido en la nueva forma de comunicación más relevante fuera de casa. Con una simple ojeada estamos siendo capaces de realizar multiplicidad de cosas, como hacerle una señal a alguien para que se acerque o se aleje o confirmar un asunto o situación en concreto, en fin.

En la calle, los ojos ostentan hoy la condición de ser el único referente visible de nuestro rostro, y por ende de nuestra identidad personal. La nariz, el lunar, la verruga, los pómulos, que han sido por siempre rasgos definitivos para el reconocimiento de una persona en particular, ya no están a la vista de quien quiera escudriñar. De manera que si unos ojos parecen conocidos, será necesario tomarse el trabajo de mirar fijamente para averiguar si corresponden a la persona imaginada. O simplemente no mirar para evitar un desastre.

Las miradas se han cargado de palabras y la voz se ha visto apocada. En vez del blanco de los dientes vemos el color de los ojos al sonreír; mirar bien por dónde se camina se ha vuelto el único modo de hacerlo sin tropiezo pues resulta casi imposible dejarse llevar por el olfato, como suelen guiarse algunos, pues ahora está limitado por el barbijo.

En estos tiempos darse cuenta que alguien nos está mirando es sencillo. Y a las personas que miran les cuesta más no admitirlo. En gran medida, pasar desapercibido es comparativamente fácil en esta época y permite invertir mucho más tiempo visitando aquellos parajes de la ciudad que antes se evitaban, ya sea por razones de conveniencia o anonimato. Hoy simplemente puede mirar el panorama sin generar sospechas, ver cómo es el mundo de cada localidad y la manera cómo da vueltas sin parar. El transeúnte hace el camino más rápido, elude sin condena la curiosidad manifiesta, y puede guardar la mirada para la ocasión que quiera.

En nuestros días, la luz y las imágenes que caracterizan el tiempo actual entran solo por los ojos; el sigilo de la mirada logra lo que el escándalo de la voz espanta, pues, “cuando tienes ojos, no necesitas decir casi absolutamente nada”, como escribiera el poeta y novelista noruego, Tarjei Vesaas.

Con una sola mirada hoy podemos infundir temor o ánimo, según lo deseemos. Algunas son tan fuertes que pueden derribar o construir muros. Abrir o cerrar puertas. Y dialogar sin que nadie se dé cuenta. Sería fabuloso entonces si en adelante pudiéramos hacer y resolver todo con un simple encuentro de nuestros ojos.

No habría necesidad de armas, violencia física, ni de limitaciones para solucionar los problemas y lograr los acuerdos fundamentales que permitan la convivencia pacífica que las palabras “llenas de falsedad o de arte”, como dijera Shakespeare, no han logrado del todo hasta el momento.

Sumativo.- “Hay un camino entre los ojos y el corazón que no pasa por el intelecto”: G.K. Chesterton.

*Comunicador Social-Periodista, egresado de la Universidad Autónoma del Caribe de Barranquilla. Ha escrito los siguientes libros de cuentos: Todos los días no son iguales (Ediciones Antropos, 2013). Pedazos de tiempo (Secretaría de Cultura de Caldas, 2016). Ganador del concurso literario “El Personaje Inolvidable” realizado por la revista Libros y Letras, el periódico Sector H, y el portal Periodismo sin Afán, en el marco de la Feria del Libro de Bogotá de 2012, con el relato “La medalla del rasta”.