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Expansión del vacío interior

Por: Mateo Ortiz Giraldo

Fecha de publicación: 08/04/2020

“Y estás realmente solo
Nunca has estado tan solo
Estás tumbado, tienes frío y te preguntas
Escuchando tu cuerpo, en plena consciencia, te preguntas
Qué es lo que vendrá”
(Sobrevivir parte de “Poesía”, Michael Houellebecq, p. 87)

I

El sentido de la espera inicia cuando la mirada tiene una frontera. El límite, por lo general, está marcado por un tiempo. Así, esperar es un acto temporal, contenido en la posibilidad de medirlo.

Primero, fueron cuatro días; luego, fueron 23; ahora, más de 36. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, lunes-martes… la aliteración, la repetición, el hastío. La frontera de esta espera se ha ido moviendo. El reloj contiene, sí; pero ahora esa espera no está definida por la decisión puntual de un gobierno. Está limitada por la sombra de la muerte, una muerte que salta de un lado al otro.

Por eso esperar ahora duele y expande los vacíos interiores. ¿Cuánto tiempo más se va a alargar esto? Ya poco sentido tiene esperar.

II

Abro los ojos. Durante unos segundos, que no sé si son muchos o pocos, no sé dónde estoy. Cierro los ojos al acto y recuerdo. En mi cabeza se repite la música, la placidez del cuerpo, la mirada perdida… divago. Luego, las botellas vacías, el aroma de la niebla artificial de las fiestas, las luces dislocadas… bailo. Recuerdo. Abro los ojos.

Estoy en mi cuarto. Me reviso: sigo con la ropa de la noche anterior. Reviso más a fondo, recorro con mis dedos los párpados. Miro sus puntas, están manchadas de rojo y negro; sigo maquillado. Sonrío con desdén. De pronto, como si mis sistemas recordaran el daño que les hice, me sobreviene un dolor de cabeza punzante, luego me da sed, luego me duelen las rodillas, luego se me entumece la cara, luego…

Busco mi celular, es un acto reflejo.  Deslizo el dedo. No veo bien ¿y mis gafas? No sé cómo entré a mi cuarto, mucho menos sé dónde andan mis gafas. Igual sigo mirando la pantalla. Twitter: Confirman primer caso de coronavirus en Colombia. Es sábado 7 de marzo. No leo mucho, me da pánico leer cualquier cosa sobre este tema. El dolor de cabeza pasa a un segundo plano. Es verdad, ya está aquí. Mata personas. Mata a personas de mi país. No es un miedo lejano. Corro hacia el baño y vomito todo.

III

Del pánico a la cercanía

Salgo vestido como un agente de manejo de crisis nucleares. Es mi turno de ir al supermercado. Hace más de dos semanas no me aventuraba a ir más lejos del sótano del edificio donde vivo. Me agobio con las personas en los andenes y ellos se agobian al verme así, disfrazado del fin el mundo.

Me siento extraño. Ya no puedo ver los labios de la gente. A algunos les veo poco los ojos tras el tapabocas. Me asusta pensar que esta es mi realidad. No es el futuro distópico de alguna novela. Es esto. Los ojos de la gente lucen distantes. Todo es hostil. El día se ve más gris de lo que en realidad está.

P/ ¿Cómo nos comprenderemos ahora que vivimos en una suerte de danza de máscaras?

R/ La cercanía supondrá peligro. La identidad sólo contará para categorizar: sanos y enfermos. En esa dualidad, muchas formas de lo real mutarán, se transformarán en conexiones lejanas. Estar cerca a ti me mata o me matará. Total, a lo Sartre: el infierno son los otros.

El infierno son los otros.

Esta enfermedad se sitúa en el núcleo de la humanidad.

Primero, el tocarse la cara.

P/ ¿Qué es lo primero que aprendemos del mundo?

R/ que existe una anatomía lejana a la nuestra que nos encubó.

P/ ¿Qué aprendemos después?

R/ que existe una propia, que tenemos partes en el cuerpo.

¿Y luego?

Nos las aprendemos:

¿Esto qué es, bebé? La nariz, mami.

Te tocas la nariz. Te tocas los ojos, las orejas, los labios. Entiendes tu anatomía por comparación y porque tu dedo viaja hasta tu cara. Te entiendes porque te encuentras entre la piel. Ya no, ya no nos podemos tocar.

Segundo, tocar a los demás. El contacto físico se limita o se extingue. No hay contacto, no hay descubrimiento. Tras el tapabocas solo miradas crudas. Han minado nuestra humanidad, nuestra cotidianidad.

El infierno son los otros. Está en los otros. Habita en los otros y en ellos, la enfermedad. Por eso constituyen el infierno y nosotros el suyo.

IV

“Por ahora tiendo a llenar los huecos, a ocupar todas las horas libres con alguna actividad estúpida e inconducente porque, casi sin darme cuenta, yo también, como esa gente que siempre he despreciado, me he ido creando un fuerte temor de mi mismidad, a estar a solas sin ocupación, a los fantasmas que desde el sótano empujan siempre la puertatrampa buscando asomarse y darme un susto” . (La novela luminosa, Mario Levrero, p. 22)

V

La dicotomía esencial es el adentro y el afuera. La filosofía y las religiones han fundado sus bases en esta división. Lo de afuera se construye, se edifica; el afuera supone una corporalidad. Todo lo exterior tiene forma. El interior se pregunta por la esencia. Así: cuerpo y alma. Divididos. Esencia y potencia. Pura mierda.

El afuera, como simple corporalidad ya no nos es suficiente; así como un interior metafísico, etéreo, sin cuerpo… solo dialéctica inmaterial. No nos sirven esas divisiones, debemos aprender otras formas de habitarnos.

Hace 22 días cerré la puerta de mi casa. Entré en aislamiento preventivo cuando me lo pidieron. Lo hice sin ver las cifras de infectados, lo hice sin entrar en pánico y comprar 14 rollos de papel higiénico, lo hice extendiendo mis horas de silencio propio a días de silencio colectivo.

VI

“(…) el mundo interior artificial, impermeabilizado, puede llegar a convertirse para sus habitantes, bajo determinadas circunstancias, en el único medio ambiente posible. Con ello se introduce en el mundo un proyecto novedoso: la idea de autocobijo y autoencierro de un grupo frente a un mundo externo que ha devenido imposible”(Esferas II, Peter Sloterdijk, p. 219)

VII

He pasado meses sin venir a casa. Mi casa podía ser errante como las que habita María Luque en “Casa transparente”. La casa de mi exnovio, la de mi mejor amigo, la casa de mis padres, de algún desconocido… casas que mutaban y donde dormía. Mi casa, la casa mía de mí, estaba lejos de mis intereses.

Prestarme al interior de mi posesión era aceptar que debía estar adentro y con ello la quietud. Entonces iba y venía, habitaba casas traslúcidas donde lo mío estaba expuesto, donde mi intimidad estaba minada o conjurada hacia la intimidad ajena.

Ahora estoy en casa. En mi casa que comparto con dos personas más, un perro, libros, plantas y cosas sin clasificar que no señalo con el dedo. En este encierro mi interior ya no es solo mi interior psíquico; es un interior material.

Mi cama, los muebles de la biblioteca, las persianas y el piso de madera son extensiones de mí. Existen en cuanto las toco y me hacen existir en cuanto las habito: “el cosmos forma al hombre, transforma a un hombre de las colinas en un hombre de la isla y del río. Comprende que la casa remodela al hombre”. (La poética del espacio, Gaston Bachelard, p. 79)

VIII

La ciudad me devoró sin tragarme

Sloterdijk, filósofo moderno -por llamarlo de alguna forma-, explica que las ciudades son un modo de desocultamiento. Con esto asegura que la ciudad no contiene, revela. En esa revelación desteje la verdad: quienes las habitamos estamos arrojadas en ellas, en su naturaleza pasmosa y de conglomeraciones.

De allí que habitar mi casa en este momento es, también, una forma de desocultamiento. Estoy dentro y sueño con estar afuera. El interior de mi habitación se une a este cometido. Aquí dentro la vida sigue: es un cine, una biblioteca, un gimnasio, una discoteca… en los mejores momentos es solo un cuarto. Ese que Virginia Woolf reclamó como propio y que yo reclamo como necesario. Una extensión de mí, una manifestación de mis agobios.

Todo está dispuesto en él para representarme, los colores y los ambientes; los olores y, naturalmente, los sonidos. En este interior habitado puedo gritar como Jean Laroche:

Una casa erigida en el corazón

Mi catedral de silencio

Reanudada cada mañana en ensueños

Y cada noche abandonada

Una casa cubierta de alba

Abierta al viento de mi juventud

(Memoria de verano, p. 9)

Por tanto, habito aquí con la consciencia que el tiempo no me será propio. La cuarentena me asila en mí. Expande mis vacíos dentro y el afuera se delimita por ese mismo vacío. Las mañanas se unen a las noches. La espera no llega a un final y si el final llega, seguramente se unirá a la noche también. Una noche que no es solo del alma, sino del cuerpo. Un cuerpo que como mi casa me representa, pero que si sucumbe a la enfermedad ya no seré yo, sino la enfermedad.

IX

Busco en google: casos actuales de coronavirus

En el mundo hay millón trecientos dieseis mil novecientos ochenta y ochos casos confirmados de COVID-19. De los cuales mil setecientos ochenta son en Colombia. Los muertos ya van por setenta y cuatro mil y los recuperados son más de doscientos noventa mil. ¿Seré yo uno de esos casos? ¿Llegaré a ser uno de esos muertos?

Mi cuerpo espera.

X

De cuando el silencio terminó

El mundo se volvió sólido,

Silencioso, las calles estaban vacías

Y escuché a la muerte llegar.

Aquel día llovió muy fuerte.

(Renacimiento parte de “Poesía”, Michael Houellebecq, p. 257)

 

Posdata: Mientras nos extinguimos, la naturaleza renace tras mi ventana. Vale la pena que el silencio y el vacío se expandan.

*Escritor y Periodista.

Pinturas de Vilhelm Hammershøi donde el interior es lo que habla.