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Guardar lo que hacemos, contar lo que somos

Por: Andrea Ospina Santamaría*

Fecha de publicación: 18/02/2022

Parece que en este mundo todo se multiplica de forma exponencial: trabajos, proyectos, música, memes… Solo por arrojar un dato, el 90% de la información de internet fue creada en los últimos 2 años y el área de la cultura no está fuera de esta realidad. El dilema es que ese mismo mar de estados, eventos y posibilidades parece lograr que nos ahoguemos muy despacio hasta el punto en que olvidamos guardar y comunicar lo que hemos hecho (en especial a largo plazo). A fin de cuentas, cuando todo parece solo “una cosa más del montón” y cuando nos comunicamos con imágenes que desaparecen en 24 horas ¿por qué habríamos de darle importancia?

Hace unos días estaba leyendo una reseña de un libro escrito por William López (2015) sobre Emma Araujo, una de las primeras mujeres en hablar de educación en museos en el país desde el Museo Nacional de Colombia, en donde generó programas para públicos escolares en una época donde se mantenía intacta (aún más que ahora) la idea de que la cultura sólo era un derecho para una élite ilustrada.

Entre toda la historia me llamó la atención la siguiente frase “(…) las tramas discursivas y los relatos que se despliegan en los espacios expositivos de los museos son casi siempre efímeros (…) Es una historia pendiente por escribir. Posiblemente porque esos protagonistas de los museos, los museólogos, casi nunca escriben, y sucede al final que las huellas de sus itinerarios se borran tras ellos. Al final, este componente humano que está detrás de los museos, su cara oculta, son personas que desaparecen y se pierden para la historia” (Castell, 2016)

Este fragmento me llevó a pensar en que sus palabras se extienden más allá de los museos y los espacios expositivos, llegando a gran parte de la actividad cultural: artistas, gestores, curadores, historiadores y docentes pasan desapercibidos día a día dejándonos con una historia del arte, del patrimonio y de cada una de las acciones asociadas a su quehacer contada desde afuera. Pero las prácticas locales tienen memoria y permiten que los procesos de investigación también exploren hacia adentro de nuestro territorio, donde muchas iniciativas, saberes y artistas continúan trabajando, dejando enormes frutos aún contra todo pronóstico. 

Sin duda alguna, si nos situamos en Colombia, este problema tiene más impacto en las regiones donde dichas prácticas no han encontrado respaldo en gran parte de las instituciones. Para empeorar, estos territorios han estado fuera de una suerte de poder omnipotente que ostentan ciertas ciudades, especialmente Bogotá, sin dejar de lado que incluso en estas grandes escenas culturales el trabajo de investigación es complejo y si comparamos con otros ámbitos tiene más barreras y menos oportunidades.  

Por eso me planteo unas preguntas que considero vitales en el campo cultural: ¿cómo estamos archivando y haciendo historia desde nuestra ciudad? ¿cómo contamos todo aquello que ha sucedido? Siento en ocasiones que adolecemos de archivo. Primero, en su sentido más básico: registrar, catalogar, guardar memoria a largo plazo de lo que se realiza, de las personas y de los procesos detrás de cada logro. Claro está que se han hecho inventarios culturales y patrimoniales, que han existido esfuerzos por contar historias en textos y en algunas revistas (en especial universitarias), que se han procurado agendas y proyectos de circulación de artistas y de sabedores patrimoniales, pero sigue siendo complejo pensar en su continuidad, encontrar dicha información y, en especial, articularla entre sí. Esto solo por mencionar algunos medios y hechos recientes, teniendo en cuenta que en el pasado personas nacidas en Manizales han sido pioneras en revistas de nivel nacional y también que a nivel local (desde los fundadores de la escuela de Bellas Artes hasta hoy) se ha publicado en diferentes formatos. 

Hacer archivos implica escribir, grabar, fotografiar y editorializar en muchos medios online y offline, pero también leer, escuchar, comunicar y expandir.  El archivo desde las artes visuales es un concepto contradictorio y complejo, que puede enriquecer la manera en que solemos entenderlo desde otras áreas: Tiene que ver con un contenedor, más no es sólo donde se guardan recuerdos; tiene que ver con una colección, más no es una acumulación de elementos; tiene que ver con el acto de registrar, más no es sólo lo material que hemos definido guardar; tiene que ver con clasificar, más excede este proceso para centrarse en sus relaciones… El archivo es poético y afectivo, dependiente de los códigos con los que leemos la realidad y por lo tanto, los que usamos para narrarla. 

Archivar es entonces enunciar el pasado desde el presente para imaginar un futuro: El archivo implica la posibilidad de volver atrás y detenerse en una cadena acelerada de manifestaciones de consumo, es decir, consumir de otra manera, ser compulsivos de otra manera.  En estos espacios encontramos momentos repentinos que recuperan la memoria y sus vínculos, se permean del presente y les dan sentido a nuevos relatos. 

Es un acto que resiste al olvido y nos permite, más allá de acumular rastros, preservar la memoria, sus medios, condiciones y contextos. La historia misma es un recuerdo dinámico que no está pensado como una línea recta. Más allá de contarnos hechos, el archivar va construyendo realidades y demostrando que el lienzo no está en blanco, generando así una conexión con la memoria histórica, colectiva y cultural que se crea a partir de hechos sencillos, particulares y concretos, de tu voz y la mía. 

En este proceso de archivar y releer nos encontramos un espacio de dudas, tensiones y nuevas formas de valorar – en una escala local – todo el funcionamiento propio de nuestros espacios y proyectos. Porque no cabe duda que sobrevivir cierto tiempo en un ambiente donde lo cultural está relegado a ser efímero, ha sido un logro digno de admirar y estudiar en muchas iniciativas. Por naturaleza, casi todos los espacios culturales de nuestra ciudad son contra-corriente en algún sentido. 

¿Cuáles serían entonces las ventajas de guardar y comunicar lo que hacemos? Implica dejar una huella para darnos cuenta de qué hemos hecho y cómo podemos mejorarlo. Una posibilidad de evaluar, reestructurar, renovar contextos y conocer las posibilidades. Poco a poco es una puerta para usar más referentes locales y traer a memoria a esos artistas, iniciativas, patrimonios y comunidades con toda la fuerza que tienen, que suele pasar desapercibida. Una oportunidad para recordar, investigar, conservar y sistematizar; una invitación a construir a partir de esto. Como concluye un estudio de Taller Historia Crítica del Arte: 

“Los archivos son el registro sensible del pasado y por esto, en los intersticios que hay entre sus materiales, la memoria instituida (tan menguada en el caso colombiano) y los recuerdos y versiones de los protagonistas de la escena artística nacional, se hallan múltiples horizontes de comprensión del actual estado de cosas del arte, por un lado, y de su potencialidad por otro. Ante todo, el encuentro cada a cada con quienes conservan estos importantes acervos documentales mostró la inmensidad de territorios incógnitos y en ocasiones ocultos, censurados e ignorados, que podrían configurar el árbol narrativo de la(s) historia(s) del arte en Colombia” (2010)

En esta ciudad en la que tantas cosas pasan y tanto talento existe, donde las instituciones y patrimonios materiales e inmateriales tienen cosas para contar, y donde además hay muchos artistas con propuestas interesantes, necesitamos que queden consignadas y difundidas. Podríamos lograr que dejen de pasar desapercibidas, por un lado, las iniciativas de autogestión que hacen artistas, muchas veces emergentes, las cuales están volviendo a mirar las comunidades y resaltando voces locales, y por otro, los relatos que cargan maestros, instituciones y lugares históricos que se están perdiendo y son desconocidos para tantas personas. Que las voces de Chucho Franco, las historias del Museo Samoga, los mitos del Cementerio San Esteban o las yerbas de La Mona no pasen desapercibidas, y con ellos muchos más con miedos y ventajas similares que pueden no haber sido compartidos. 

En este caso pienso que contar la historia desde nuestras propias voces lograría estar más cerca de una democracia cultural, es decir, de tener la posibilidad de producir espacios para compartir la cultura desde lo local y descentralizar el control de estos; y no seguir con la idea de democratizar la cultura que nos llega desde afuera, lo que significa popularizar unos conocimientos “eruditos” y jerarquizados (Aidar, 2020)

Sin duda para hacer esto accesible es necesario unir esfuerzos y procurar que las instituciones (desde las universidades hasta los ministerios públicos) comprendan que registrar las creaciones, considerar los catálogos y expografías como productos académicos y tantas otras propuestas son necesarias para construir historias. Necesitamos crear micro políticas y micro comunidades que se apropien de los espacios, conocer la importancia de estos lugares fuera de la centralización a la que nos hemos acostumbrado y revalorizar la riqueza local. Un ideal es que cuando las cosas pasen de manos a futuras generaciones, no dependan de sus gestores directos y al mismo tiempo que no se pierda la memoria. Cuando dejemos de tener la necesidad de estar ahí, los relatos orales y escritos tendrán más fuerza para proyectarse, como menciona Monserrat Iniesta “Únicamente una memoria vivida que haya sido activada políticamente tiene la capacidad de construir futuros locales diferenciados” (2009)

 

Aidar, G. (2020). ¿Es posible pensar en prácticas museológicas sociales y críticas dentro de los museos tradicionales? 

Castell, E. (2016). Pensamiento y acción museológica. Errata #16 | Saber y poder en espacios del arte. pedagogías y curadurías críticas. N°16, Bogotá.

Iniesta, M. (2009). Patrimonio, ágora y ciudadanía. Lugares para negociar memorias productivas. RBA Libros, Cataluña.

Taller Historia Crítica del Arte (2010) Archivos, memoria y arte contemporáneo en Colombia: entre la amnesia y la comercialización. Errata #16 | Arte y archivo. N°1, Bogotá.

*Artista Plástica y Gestora Cultural y Comunicativa. Estudiante de Museología y Gestión del Patrimonio. Fotografías cortesía de la autora.