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Han clonado a Tyrone: el placer del cine irrelevante

Por: Rafael Santander *

Fecha de publicación: 31/08/2023

Recientemente recordé esos años en los que Manizales se quedó sin salas de cine hasta la apertura de Cinemark en Cable Plaza. Ver que esta cadena también abandonó la ciudad me hace sentir que estoy hablando de historia patria, aunque solo quiero compartir una anécdota pequeña: recuerdo que cuando podía asistía semanalmente como un peregrino a aquellas salas y que de manera bastante asequible pude ver una serie de películas tan inocuas e irrelevantes que no retengo en la cabeza, ni pasaron a la historia del cine, ni se las menciona en ningún lado. Lo que sí recuerdo y atesoro con cariño es el ritual: llegar temprano, ver el corto nacional y los tráilers y emocionarse al momento de bajar las luces y ver el logo animado de la productora de turno. Esta nostalgia no implica el deseo de regresar tampoco, más importante es mantener estas memorias del cine como motivo de reunión, alegría y fascinación, como asumo que permanece en la mente de la mayoría de cinéfilos. Con la transformación que ha ocurrido desde hace dos décadas en las industrias culturales, las películas se han tornado tan cínicas y desencantadas de sí mismas, que algo de eso se nos ha pegado a todos los espectadores.

Hemos venido experimentando también un progresivo uso del cine como herramienta de propagación de ideas progresistas. Entiendo el estrecho vínculo entre cine y política, las dinámicas del poder y la economía inherentes a la producción audiovisual, la forma como se proyecta la ideología personal en el argumento y en la estética hacen que resulte ineludible relacionar la política con el cine, aplica lo mismo para cualquier obra de arte. La incapacidad de identificar esto o la decisión voluntaria de ignorarlo es la que termina degradando las obras a meros panfletos. Ni siquiera hay relación con la “profundidad” del mensaje que quieran comunicarnos, el problema es que las ideas que se quieren transmitir pasan por encima de una propuesta estética sin afectarla. La falta de fe en las instituciones nos dio el cine criminal, los detectives privados, los policías rebeldes y una serie de narrativas y personajes adicionales que refuerzan esta idea, así como la fe en las instituciones nos dio el género bélico, las investigaciones policiacas y el cine judicial.

La ideología personal ya está implícita en el subgénero de cada narración, no es coincidencia el aluvión de distopías adolescentes que pobló la pantalla grande la década pasada, películas que cuestionan el orden social y la autoridad hechas a la medida de su público. Esta quizás fue la última de las tendencias del cine comercial que integraba ideología con argumento. Si admitimos que el cine de superhéroes, la sucesora de las ficciones adolescentes, preserva esta relación entre ideología y argumento, tendríamos que admitir dolorosamente que la pasividad y abulia de los jóvenes de esta generación hace necesario alguien que los salve, no sabemos de qué, y que solucione sus problemas. Pero esto es solo especulación.

Más que un ataque hacia la tendencia de la última década del cine comercial, con sus personajes desencantados y autoconscientes encaramados encima de franquicias que toman la vía del menor esfuerzo de contar con una base fiel de fans que da por sentado el estudio, la idea es celebrar y aplaudir las producciones que toman vías diferentes.

El 21 de julio, es decir, el mismo fin de semana del estreno simultáneo de Barbie  y Oppenheimer, la plataforma Netflix estrenó sin hacer mucho ruido El clon de Tyrone. Las dos razones que me llevaron a verla fue un fotograma que vi en el que aparece Jamie Foxx con un vestido y un abrigo vinotinto sosteniendo un revólver dorado y la etiqueta en IMDb que mencionaba que pertenecía al género de ciencia ficción. La sugerencia de que esta película presentaba una estética y universo retrofuturistas me llamó la atención, aunque después de verla, parece ubicada en un presente alternativo y los anacronismos hacen parte del comentario por parte de su director, Juel Taylor, sobre los barrios negros en los suburbios estadounidenses y la historia que se repite una y otra vez.

Sin ánimo de arruinar la experiencia ofreciendo detalles del argumento, me encantó ver cómo de un conflicto de microtráfico en un barrio negro deviene en una película con acción, humor, conspiraciones y ficción especulativa. Sobre todo me sorprende que funcione esta amalgama después del escepticismo que dejó una década de pastiches e hibridación de géneros que solo producían argumentos mediocres y hacían del recurso un simple guiño a los cinéfilos sin interesarse por comprometerse con las convenciones de cada género sino decantarse inmediatamente por la senda del mínimo esfuerzo, autorreferencialidad y clichés.

La interpretación de un actor consagrado Jamie Foxx ayuda bastante a que esta narración funcione, también John Boyega, que hace un muy buen trabajo para venir del establo de Star Wars y Teyonah Parris, que también ha cometido sus pecados vestida de enterizo para una serie de Marvel, pero también ha sido actriz en una película de Spike Lee y una súper serie como Mad Men. Este trío es el protagonista, el guion utiliza el recurso clásico del equipo formado a la fuerza con personas que ni se la llevan bien ni se entienden pero se ven forzados a cooperar y le funciona bastante bien al proyecto dadas las habilidades individuales de sus actores sumadas a la química que lograron generar en el set de rodaje.

También necesito advertir, para no generar expectativas muy altas, que esta película no es ninguna obra maestra del séptimo arte, que no desafía ningún paradigma, no experimenta, no reinventa nada, antes bien, se siente fresca en su sencillez, en su deseo de no sobresalir demasiado por las razones equivocadas y en la correcta decisión de la dirección de dar el paso a un lado para permitir que su elenco principal se divierta.

Mejor aún, mucho de Han clonado a Tyrone se siente como un patio de recreo en el que un equipo tomó los lugares comunes y clichés del género, incluidos los prejuicios racistas con los que se configuran algunos personajes afroamericanos y se divirtieron haciendo una versión retorcida —o enderezada— de una narración que combina la blaxploitation y la ciencia ficción de serie B.

Mientras el debate en redes estuvo encendido con comentarios contra Barbie, referencias a la historia de Max Oppenheimer y memes sobre la disputa entre Cristopher Nolan y Warner Bros, que llevó a estrenar el mismo fin de semana sus películas, el evento conocido como Barbenheimer, la productora Netflix sacó un muy buen producto de consumo que me hace recordar esos tiempos de ver cine de gama media, con buenos actores y sin presupuestos exagerados, seguramente costosa, pero no para llevar a nadie a la quiebra.

Este es el camino que las plataformas deberían seguir recorriendo, en lugar de pelear directamente con los mayores estudios intentando comprar derechos de autor de propiedades intelectuales que nadie conoce y no tienen ninguna relevancia cultural (como por ejemplo El hombre gris), vale la pena que se rescate este espacio para las películas más modestas, sin grandes pretensiones y, por ende, más aptas para el consumo de nichos pequeños; buenas películas que no pasarán a la historia, que no serán recordadas en una década y, lo más importante, tampoco tienen la necesidad.

* Escritor. Realizador de cine.