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Héctor Hernando López y su iceberg

Por: Martín Rodas *

Fecha de publicación: 21/04/2023

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El poeta invitado en nuestra columna es Héctor Hernando López Hincapié, quien nació en Anserma, Caldas, y vive en Manizales desde hace muchos años. He leído su último libro “Presencia y distancia”, publicado por la Secretaría de Cultura de Caldas en la colección “Libros al aire”, del cual, para reseñarlo, voy a retomar la idea de Ernest Hemingway sobre la literatura como iceberg, en este caso, los que denomino poemas-iceberg de Héctor Hernando. Se refiere este concepto a que los textos siempre son la punta del iceberg que asoma una pequeña proporción de su inmensa mole que en mayor porcentaje se encuentra sumergida en el océano, porque así es la creación, el resultado de toda una vida de experiencias, de la cual surge un toque leve, en este caso, con forma de poema, y más específicamente poemas breves.

Me voy a enfocar en los que aparecen de mínima extensión en el libro de Héctor, textos leves como la brisa y profundos como el mar: “Palabra altisonante/imperfecta y escondida/incapaz de explicar/el silencio de la tarde”. En el anterior poema, imagino al autor ensimismado y aturdido frente a un atardecer de Chipre, consciente de la incapacidad de las palabras para nombrar el éxtasis, el cual solo es posible esbozar en un susurro.

Y es que en los silencios, él encuentra la esencia de las palabras: “Lo que nos dijimos/fue lo que más/pudo acercarnos”. Son tres versos contundentes y limpios, gotas que caen en el pozo de un alma transparente. Pero también un alma atormentada: “Nunca escribo/para satisfacer/deseos insulsos./Lo hago para luchar/con esos demonios insondables”, pues el acto creativo surge de los pantanos, como las flores de Baudelaire, como las flores más hermosas, cuyo aroma nos atormenta, como las flechas de Cupido.

Y es que ese demonio del amor, gusanito que nos habita como parásito sin posibilidad de expulsar, suena de la siguiente manera en sus palabras: “La vajilla,/el butaco de madera/y la mesa donde escribo/como nuestro amor/se fueron desgastando”, porque, como continúa en otro poema: “En el verano de mi juventud/te amé,/ha llovido mucho/desde entonces”.

Es la maldición existencial de los poetas, de sus lamentos: “Tendré un mediodía/de ilusiones/con la esperanza/incierta/de estar equivocado”; que siempre, al final de las jornadas, exclama en la derrota:

Solo el amor puede lograr

que un hombre espere

con encanto

un amanecer

sin la angustia de pensar

en sus muertos.

 Referencia bibliográfica: López Hincapié, H. H. (2022). Presencia y distancia. Manizales: Secretaría de Cultura de Caldas.

* Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».