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Huellas de resistencia cultural

Por: Martín Rodas*

Fecha de publicación: 14/05/2021

Casting

Creímos que nuestras vidas estaban condenadas a estar atrapadas en las pantallas, encerrados en cuartos que como celdas de cárceles se convirtieron en los espacios laborales, cumpliendo las profesías de Foucault sobre la imposición de los esquemas panópticos en las sociedades. Las calles estaban desiertas, solo habitadas por policías y uno que otro valiente que se atrevía a salir. Pero no, de un momento a otro llegó el estallido, el tropel, la marcha de millones de personas que regresaron a estampar sus huellas sobre el pavimento de las avenidas, las esquinas, los barrios, los parques… en fin, esos territorios que por naturaleza le pertenecen al pueblo de manera libre y espontánea.

Estas multitudes se caracterizan por su colorido y diversidad. Jóvenes… muchos; niños; teatreros; cantantes; poetas; viejos sindicalistas; trabajadores informales; trabajadores formales; desempleados; mariguaneros; barristas del fútbol; indígenas; negros; travestis; campesinos; locos; estudiantes… en resumen, el pueblo visible en todas las expresiones posibles de la cultura… pueblo levantado, rabioso, desobediente y en resistencia, reclamando lo que es suyo… justicia, dignidad, libertad, derechos… ¡voz!, ¡voces!, muchas voces, como una polifonía que truena en medio de la indiferencia, la exclusión y la represión.

Ha renacido la solidaridad, encarnada en personas históricamente postergadas y desplazadas por los sectores que han usufructuado su trabajo y recursos para el mantenimiento de sus privilegios en una sociedad cada vez más desigual. Los efectos de las políticas y medidas gubernamentales de carácter neoliberal son los que en Colombia y en varios países de la región han provocado profundas desigualdades, indignación popular y movilizaciones de protesta. Los recortes presupuestarios de la salud, educación, seguridad social significan precarización de la vida de la mayoría de la población. El cuestionamiento democrático a estas medidas contra la vida no puede ser respondido mediante violencia sistemática radicalizada por parte del Estado.

¡Nos están matando! Es lo que gritan las y los jóvenes en Colombia desde el pasado 28 de abril de 2021. Pero esta denuncia no es nueva, el fenómeno del juvenicidio tiene antecedentes históricos y arraigados en las prácticas necropolíticas del Estado colombiano. Nombrar como Juvenicidio lo que acontece en Colombia, es mostrar una de las muchas caras de la crisis que implica procesos históricos y expansivos de estigmatización, precarización, represión y exclusión que desencadenan la instrumentalización, cosificación y exterminio sistemático de jóvenes.

Las cifras de pobreza han aumentado en un 42.5 % y más de 3.5 millones de personas no tienen garantizado ningún requerimiento básico de existencia; cuando la crisis sanitaria por el Covid 19 ha generado un incremento del 14.3 % en el desempleo y tiene colapsado el sistema de salud; cuando el país reporta cotidianamente masacres y asesinatos sistemáticos de líderes y lideresas, el gobierno de turno formula un conjunto de reformas (tributaria, salud, pensión) que afecta directamente a los sectores populares y a la clase media, provocando un profundo rechazo e indignación.

Colombia tiene uno de los niveles más altos de corrupción de la región latinoamericana y el segundo lugar después de Brasil en inversión militar de acuerdo con el último reporte del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo. En el país más desigual de América Latina, los reportes de ganancias del sector financiero ascienden a más de 24.25 billones de pesos y el de empresas como Ecopetrol a 3.2 billones de pesos. Los bancos gozan de exenciones de impuestos lo mismo que las grandes empresas colombianas, mientras se grava a las grandes mayorías sociales que deben cubrir el déficit del Estado. Eso pretenden las reformas que, desde el pasado 28 de abril, han empujado a grandes sectores de la población, particularmente a los jóvenes, a las calles.

Hoy, más allá del retiro de la reforma tributaria, las y los jóvenes en las calles están exigiendo cambios estructurales en el Estado, en la participación política y en el modelo económico de precarización que les confina a un presente de miseria y un inexistente futuro. El clamor es por el cese de la violencia contra la población, la garantía de todos los derechos, la dignidad y la construcción de paz.

La respuesta del gobierno es la estigmatización de la protesta, la militarización de las calles y el uso indiscriminado de la fuerza. Se criminaliza a los marchantes tildándolos de vándalos para silenciarlos mediante las balas, las desapariciones, las detenciones arbitrarias e ilegales, la tortura y la privación del debido proceso.

La respuesta ciudadana ha sido con arte, música, poesía, teatro, identidad. Las expresiones culturales de todo tipo se han manifestado y desde sus creaciones se suman a esas gigantescas comparsas que son las movilizaciones. Los indígenas han salido de las montañas, como caminantes ancestrales, impactando a la sociedad con el poder de sus mingas, exhibiendo sus atuendos tradicionales y sus costumbres, denunciando a los colonizadores que siguen explotando sus territorios; enarbolando sus banderas multicolores, la wiphala milenaria que como arco iris nos define como humanidad variopinta; con sus bastones, símbolos de respeto por la Pacha Mama.

Las calles son ríos de gente que viajan sobre Naves de Papel, navegando desde la utopía hacia mundos mejores que se avizoran en el horizonte, en medio de tormentas oscuras y remolinos amenazantes que no las podrán hundir, porque sus capitanes, capitanas, marineros y marineras llevan en sus bodegas lo mejor de la humanidad, tesoros inmortales que son nuestro patrimonio más preciado: la cultura, el amor, la solidaridad, la justicia, la paz, la equidad… la fraternidad.

Y como gesto supremamente iluminador, los jóvenes enarbolaron en los mástiles la bandera de Colombia… la cual ondea, ¡patas arriba!… ¡rojo, azul y amarillo!…, ¡genial!… Han resignificado con este símbolo toda la historia de nuestro país, derrumbando con un simple acto siglos de opresión, dominación e inequidad. Definitivamente este es un levantamiento popular que utiliza la creatividad como principal arma, que retumba desde los corazones como tambores primigenios que en su palpitar convocan a las almas, libres y valientes, a estampar sus huellas en el pavimento de las calles, que como el sol, la luna, la lluvia y el viento, no pertenecen a nadie… son de todos y para todos.

Rojo, azul y amarillo. (Ilustración de TiN, fotografía)

 *Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».