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Ingenio incomprendido

Por: Germán Sarasty Moncada *

Fecha de publicación: 02/11/2023

Antonio Caballero Holguín (Bogotá15 de mayo de 194510 de septiembre de 2021) ​ fue un escritor, periodista y caricaturista colombiano. Su padre, Eduardo Caballero Calderón, conocido como “Swann“​ era un prestigioso escritor y periodista. Fueron sus hermanos, el pintor Luis Caballero Holguín y la escritora Beatriz Caballero Holguín. Durante los años 1950, a raíz del cierre del diario El Tiempo, donde laboraba su padre, vivió entre España y Colombia. Estudió en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, y después en el Gimnasio Moderno donde terminó su bachillerato. Comenzó su carrera de Derecho en la Universidad del Rosario y luego se trasladó a París donde continuó sus estudios en Ciencia Política, abandonando así la práctica del Derecho.

En su estadía allí pudo vivir la revuelta estudiantil del mayo de 1968 que mostró una juventud aguerrida, ambiciosa y decidida a cambiar el orden establecido. El caos formado por las revueltas hizo que cerraran la facultad en donde estudiaba y tuvo que regresar. Poco después volvió a Europa, se instaló en Londres donde se inició como redactor para la BBC de Londres y la revista The Economist. En Madrid también laboró para la revista Cambio 16 hasta 1975. De nuevo en Colombia se vinculó a la revista Alternativa, fundada en 1974, de carácter contestatario, independiente y de oposición al establecimiento. Permaneció como jefe de redacción y corresponsal internacional hasta su última publicación. En los ochenta sería columnista de El Espectador. En 1996 regresó a la revista Semana como columnista y caricaturista. A finales de 2020 renunció para unirse al canal  digital Los Danieles, hasta su muerte.

En el ámbito de la crítica de arte, la obra de Caballero fue recogida en Paisajes con Figuras, de 1997 y reeditada en 2009. Como taurino fue uno de los principales cronistas y defensores de la fiesta brava. En este ámbito publicó Los Siete Pilares del Toreo (2003) y Torero en el  Sillón (2010).  En el 2018 el Ministerio de Cultura, con la Biblioteca Nacional de Colombia, publicaron Historia de Colombia y sus oligarquías novedoso texto elaborado e ilustrado por Caballero.

En 1984 cuando nuestro escritor tenia treintainueve años, sería publicada su novela Sin remedio, en donde nos muestra en caleidoscopio, como transcurría la vida en la fría Bogotá, no es una radiografía pues no solo se explaya en relatos de acontecimientos que a veces parecen anodinos, pero que luego en el contexto se ven esclarecedores, sino que desde lo físico, lo social y lo económico nos realiza una inmersión tan real, que muchas veces sentimos una preocupación personal por lo acaecido que nos impele a continuar la lectura hasta encontrar solaz con las salidas ingeniosas que nos ha preparado. El inesperado desenlace lo ha sabido organizar con todos sus elementos en las quinientas quince páginas de su creación.

Su disfrute nos plantea un ejercicio que implica traer al presente los precios que menciona para cubrir algunos gastos como una cena elegante, el desayuno típico de un enguayabado, el valor de una carrera en taxi, la cantidad que nuestro personaje le solicita periódicamente a su madre, etc., además comprender la dificultad de la comunicación en un tiempo en donde solo se tenía el servicio telefónico residencial y el servicio público de los aparatos monederos, en fin meternos en la narración para un máximo disfrute. Por lo demás tiene el merito de describir no solo los ambientes de la oligarquía criolla, sino los sombríos bares ordinarios, los lupanares de un poco mas de categoría y los extraños clubes en donde se esconden algunos pecados que no admiten la luz pública, sino la locura de la noche.

El personaje central Ignacio Escobar de treinta y un años, empedernido solterón dedicado según él a la poesía y sus dificultades para realizarla, mientras realmente está inmerso en el ocio remunerado, por el soporte económico, como hijo único, brindado por su mamá, alta representante de la oligarquía bogotana, viuda de un diplomático con el cual aprendió a disfrutar la vida y luego a establecer en su residencia una especie de salón cultural en el que medraban no solo sus familiares cercanos sino su cardiólogo, Monseñor Boterito Jaramillo, su consejero espiritual, y otros vividores que no faltaban todas las tardes a la cita con almuerzo incluido y licores finos a mares. Su vida de ocio navega entre guayabo y guayabo.

Pasaba días entero durmiendo soñando vagos sueños, sueños de sorda angustia persecuciones lentas y repetidas por patios de cemento encharcado de lluvia. Fina lo despertaba, le daba de comer, lo dejaba dormir lo olvidaba en su sueño: a veces insistía en darle vitamina, como si fuera eso. Había dejado de sentir, de esperar de hacer planes de pensar cosas complicadas, con incógnitas. A veces todavía -pero era por inercia- se le seguía viniendo a la cabeza algún poema. La forma debe reflejar el contenido. Sí, pero para qué.

Escobar atenido como siempre ha encontrado en sus amantes o novias una prolongación de su mamá quien le sabe alcahuetear todos sus caprichos, por lo cual más que como desahogo sexual las ha tenido como apoyo material ante su manifiesta inutilidad para valerse por sí mismo. Como la última compañera Fina, lo acaba de abandonar por no ser condescendiente con el hecho de tener con ella un hijo, aunque él en el fondo no lo hace más que por no tener una verdadera responsabilidad. Su vida se había reducido a comer regular, beber demasiado y fumar cigarrillos, marihuana y a falta de estos no tenia problema con aceptar cocaína o cualquier substituto. Inexplicablemente cree que sus versiones sobre las llegadas al amanecer suenan creíbles y por eso abusaba de la confianza y paciencia de ella y se escuda en su cinismo.

¿Qué iba a decirle Fina? Mi amor, se me hizo tarde. No: era culpa de Fina. Dejar que Fina se hiciera cargo de su cuerpo y su alma rendidos de cansancio, beber agua por litros, lavarse el olor perfumado del cuerpo de Cecilia, dormir. Despertar muchas horas más tarde con todo listo y  limpio, con los dedos frescos de Fina sobre sus ojos febricitantes de guayabo. Se hizo tarde, mi amor, y no había taxis. Me encontré unos poetas en un bar, El Amparo, El Refugio, El Oasis, y después maté a uno.  Eso: maté a un hombre, y después, tú ya sabes, la policía, etcétera. ¿Qué a qué huelo? Ah, sí: a puta, mi amor. Es que me metieron en una celda con putas, en la  comisaría.

Siempre tendría a la mano la excusa perfecta para no comprometerse, bien fuera la falta de tiempo para acudir a una cita o a una visita, un ineludible compromiso previo, una molestia pasajera, por no decirle guayabo, etc. A su tío Foción dueño de un banco, como lo conocían ya no sabía que aducirle para rechazarle la oferta de un puesto que cada vez que se lo encontraba se lo ofrecía además por que como el mismo decía necesitaba alguien de la familia que continuara al frente. Siempre que le tocaba encarar la realidad así fuera para prepararse su propia comida en ausencia de su compañera, sostenía: La libertad no consiste en pasarse la vida solo y desesperado, cocinando espaguetis, lavando platos, fregando ollas, restregando sartenes, la libertad debe ser un festín en el que corran todos los vinos, en el que se abran toso los corazones. No esta mierda.

Uno de sus amigo, Federico, casado con Ana María, se le dio por volverse escultor comprometido y lo sostenía aduciendo que era su forma de participar en la necesaria revolución que pregonaba el comunismo, del cual también estaba contagiada su sobrina Patricia hija del banquero, quien andaba comprometida con un líder anarco quien tenía como fama conquistar chicas con su discurso de rebelión y luego pasarlas por las armas, teóricamente. Ese tipo de esnobismo de acercamiento de la juventud, así sea de clase privilegiada, con las bases ha existido siempre, sobre todo en las universidades públicas. Sería Federico quien lo invitaría a una reunión clandestina con unos extraños personajes, eso sí activistas puros y duros quienes lo incluirían por error, (pues lo confundieron con Ignacio Alvarado otro poeta, activista) en su Frente amplio cultural. Cuando se dieron cuenta consideraron que él también les podría servir para componer un manifiesto poético comprometedor y que abarcara en él todo el reflejo de las contradicciones en que se vivía y el porque del necesario cambio.  

Creyó así encontrar su redención y un motivo para salir de ese lodazal en que estaba inmerso y lo peor era que no le estorbaba, solo con la visita de su sobrina Patricia a su apartamento pudo darse cuenta de ello. Miró e1 viejo desorden: los ceniceros rebosantes de colillas, los platos y las tazas los fragmentos de frutas oxidadas, el aroma marchito de las flores en agua corrompida el reguero de papeles escritos arrugados arrinconados en el piso. Era una suciedad de cosas limpias: flores, poemas frutas.

Sus recorridos diurnos y nocturnos por la ciudad, sus visitas así fueran esporádicas donde su mamá y el contacto allí con sus refinados invitados, su presencia en elegantes restaurantes y sombrías cafeterías, sus compinches de farras, rascas y trabas, en fin el conocimiento del ser humano, sus alcances y limitaciones, sus temores y desafíos, sus seguridades y miedos serían el material exquisito para componer el trabajo de su vida.

Escribió todo el día deteniéndose a veces para afilar el lápiz o para meter la cabeza bajo el chorro de agua de la ducha. Poco a poco iba viendo más claro lo que quería decir y lo que quería decir era un poema que iba saliendo poco a poco de sí mismo como si se sacudiera todo el fango superfluo que deja el paso por la noche del caos. Iba saliendo con más serenidad que la noche anterior. Aunque también -notaba a veces con temor- se iba reduciendo bastante. Temía que a fuerza de despojarse de todo lo superfluo se le quedara en nada, en una sola línea un solo verso.

Después de concluido se pudo dar cuenta de todas las capacidades intelectuales que tenía y se maravilló de su creación, no solo era un poema comprometido sino que además contenía en sí mismo la gran justificación del cambio, pero creería uno de su propio cambio, pero ahí la disculpa se cumplió, no tuvo más tiempo. Esa inmersión intelectual, ese descubrimiento de lo que llevamos tan en nosotros y que quizá no hemos ni encontrado, ni sabido aprovechar, sería el compendio personal de ese Manifiesto, no cultural, sino intelectual y personal. ¿Será que nos atrevemos a hacer nuestra propia inmersión?

Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas. *