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Irresponsable abandono

Por: Germán Sarasty Moncada *

Fecha de publicación: 02/08/2021

La independiente editorial Angosta, en su colección Opera Prima, que ya había presentado con notable éxito a Sara Jaramillo Klinkert, con su libro Cómo maté a mi padre, ahora nos ofrece Esta herida llena de peces, primera novela de Lorena Salazar Masso, impresa en marzo de 2021. Actualmente existe también una edición en España, en donde como trabajo de grado realizó esta novela, la cual ha resultado tan bien acogida, que ya preparan traducciones y ediciones en Francia, Italia, Republica Checa, Polonia y Austria entre otros.

Lorena Salazar Masso (Medellín, 1991), estudió Publicidad y luego un máster de narrativa en la Escuela de Escritores de Madrid. Por razones familiares vivió varios años en el Chocó, lo que le permitió conocer muy de cerca toda la problemática social y económica en la cual está inmersa esta rica región colombiana tan olvidada por todos.

En el Chocó de siempre, abandonado a su pobreza y su desgracia, con autoridades departamentales y locales totalmente desinteresadas, y del cual solo se acuerdan los poderes centrales cuando hay una gran tragedia o alguna masacre difícil de desatender, Lorena nos describe con lujo de detalles y en el lenguaje de sus moradores, la convivencia en medio de la precariedad y la inseguridad, de un pueblo tan solidario entre ellos y valiente como se requiere ser ante la adversidad.

La ausencia del Estado ha sido de siempre, a tal punto que el editorial Municipios afros asumen su estrategia de desarrollo, de El Espectador del 12 de junio 2021, puntualiza:

 No sobra repetir aquí, para empezar, que es en esa Colombia afro donde se observan los peores indicadores sociales y económicos del país, que contrastan con sus vigorosas riquezas naturales y culturales. La historia de promesas incumplidas, o incluso de   proyectos ejecutados que a las claras han resultado inefectivos, explica su convencimiento de asumir un esquema de gestión diferente al que tradicionalmente han aplicado, que comienza por ser ellos mismos quienes propongan sus estrategias de desarrollo, construyéndolas con los actores públicos y privados que existen en sus municipios. Todo esto bajo un concepto poderoso: que el desarrollo debe ser un estado de bienestar material e inmaterial regido por patrones educativos, económicos,  culturales y ambientales definidos, y con la creación de capacidades para que la gerencia pública local sea efectiva.

En la narración apreciamos el viaje por el río Atrato, en lancha desde Quibdó hasta Bellavista, con paradas incluidas en La Comilona, Tagachí, Puerto Beté y Unguía. La embarcación tiene capacidad para diez personas y carga para las necesidades de Bellavista. Las aventuras y desventuras de una de las madres de un niño de siete años, que va en busca de su otra madre, constituyen el eje de la novela. El majestuoso río Atrato, lleno de vida para los pobladores ribereños por los pescados que provee, y muerte por las inundaciones que causa y por servir de cementerio a todo tipo de fuerzas del mal, pleno de alegrías por los reencuentros que propicia y de tristeza por las separaciones que fomenta, via de acercamientos placenteros y desplazamientos tenebrosos, contrastan igualmente la diversión y el aburrimiento, la nostalgia y la serenidad.

En un mundo de adultos, un niño representa un faro de esperanza, una luz en las tinieblas, un motivo de alivio de las penas y un aliciente para continuar; eso constituye para una de sus madres este niño, así lo admite ella:

Los niños establecen reglas inquebrantables. Me someto a su ley. A cambio le pido que haga las tareas antes de salir a jugar. Lo preparo para una vida llena de intercambios. Nos vamos educando mutuamente. Yo le enseño a ser él y él me ayuda a deshacerme, a   vivir bajo nuevas formas, señales que nadie comprendería. Está conmigo. No me nació a mí, pero soy su mamá. Lo digo para mí cada noche, una oración al desapego.

Esta tarea no buscada, pero consentida, le correspondió y la asumió complacida, educarlo para el bien y formarlo para la adversidad. Enseñarle a rezar, a obedecer, a temer, corregirlo con cariño, pero con severidad, hacerlo sentir seguro y responsable. Ella había crecido en Bellavista y allí conoció a su vecina Gina. Como quería estudiar se fue para Quibdó y allí aprendió a trabajar con madera para enmarcar cuadros y con tela para hacer flores artificiales, y así conseguir con que costearse sus estudios. Un día cualquiera se le apareció Gina llorando con un bebé en sus brazos, lo acostó en su cama y le dijo que no podía cuidarlo, pues ya tenía otros tres y la comida no le alcanzaba. Le tocó improvisar el papel de madre.

En toda la zona del recorrido la guerrilla es omnipresente, donde menos los esperan, allí están o aparecen; no se sabe si por temor o como medio de supervivencia, su presencia es tolerada y nunca se los enfrenta, ¿para qué? Por eso cuando en una de las paradas del viaje, donde se bajaron, el niño se perdió, con la debida conmoción de todos, aunque finalmente apareció en uno de los campamentos que había armado la guerrilla, conversando con un hombre que limpiaba su arma. Su madre además de angustiada, se sintió desconcertada y sin respuestas a sus preguntas.

Tener un hijo es buscar, todo el tiempo, formas de explicar el mundo. Poner en palabras cosas terribles, milagros, presentimientos. Hablar de dinosaurios sin tener idea. A mi niño, si la historia no le convence, tranquilamente dice  “Ma, no te creo” a veces la niña soy yo y es él quien me enseña a hablar. Puedo explicarle como nace un río, como hace el ángel de la guarda para escucharlo cuando reza o porqué los búhos y murciélagos salen a pasear de noche. Incluso sé que puedo presentarle a su madre y sus hermanos. Lo que no puedo explicar es porqué un hombre carga un arma.

Las tradiciones orales en sus alabaos, en sus conversaciones, sus rituales y su forma de aceptar al otro, como primo, vecino, compadre, hermanito, etc. han creado unos lazos indisolubles como red de apoyo invisible, en la cual todo se comparte la comida, el techo, las tareas cotidianas, los duelos, las alegrías, como en una gran familia. Esto se ve cuando hay inundaciones por las lluvias y los desbordes del rio, o cuando se desata un incendio arrasando sus humildes casas y se forma una cadena desde el rio hasta el foco, todos pasando vasijas con agua para sofocarlo, pues si se quema una casa, se queman diez. Constituye un ejemplo de cómo sobrevivir a la adversidad en esa desafiante realidad. El papel de las mujeres en esta sociedad es fundamental, además de luchadoras, son valientes, altivas, seguras, ejemplarizantes y sobre todo sustento de la cohesión familiar tan necesaria en esta precariedad; los ejemplos son evidentes, la lanchera, la tendera, las monjas y su residencia de paso y a veces hospital, las lavadoras de ropa en el rio, las cuidadora de niños, en fin unas mujeres admirables.

La nostalgia invade a nuestra protagonista, pues ha ido creando unos lazos indisolubles con el niño, y aunque siempre pensó que el momento del desprendimiento llegaría, no quería admitir que la rueda del tiempo ya marcaba su fin.

 No quiero llegar. Me habría ido remando de ser posible. Voy a Bellavista porque la mamá biológica quiere ver a mi niño. Quiere que él le muestre sus juguetes, el diente flojo, la cicatriz del codo, porque el niño se quebró una mano hace dos años. Ella no lo sabe, él se lo va a contar. Quiere mirarlo a los ojos, tocarle una oreja, besarlo en la frente, quizá revisar si está sano, si lo he cuidado bien.

Al final en una descripción magistral y brutal, los personajes de la narración confluyen en una escena dantesca, lacerante como todo allá. Han sido desatadas las fuerzas del mal y el destino les ha tendido una trampa de la cual no saldrán indemnes. Todos los esfuerzos, la dedicación, las esperanzas y las angustias, ya no contarán para nada. Otros han decidido la suerte o mejor, la desgracia de sus congéneres.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.