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La barbarie del ser

Por: Germán Sarasty M.*

Fecha de publicación: 03/05/2020

Pablo Montoya  (Barrancabermeja, 1963) es un escritor colombiano quien ha incursionado en varios géneros literarios, como cuentista, novelista, poeta, ensayista, traductor y crítico; desde hace varios años se desempeña en la Universidad de Antioquia como profesor de literatura colombiana.

Realizó estudios de Música en la Escuela Superior de Música de Tunja y se graduó  en  Filosofía y Letras de la Universidad Santo Tomás en Bogotá. Posteriormente obtuvo su maestría y doctorado en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos en la Universidad de la Nueva Sorbona-París 3. En 1993 obtuvo el Primer Premio del Concurso Nacional de Cuento “Germán Vargas”.

En 2015 con su novela Tríptico de la Infamia, alcanzó el Premio Rómulo Gallegos,  convirtiéndose en el quinto colombiano en obtener dicho reconocimiento. Lo antecedieron Gabriel García Márquez en 1972, Manuel Mejía Vallejo en 1989, Fernando Vallejo en 2003 y William Ospina en 2009.

En su libro Tríptico de la infamia, al cual se refiere como novela histórica, describe la sociedad europea renacentista del siglo XVI, tremendamente religiosa, con un fanatismo tal que hace al hombre incurrir en extremos increíbles contra los contradictores de sus creencias. Desde esta perspectiva se presenta el significado del descubrimiento de América por parte de Europa y para ello lo hace a través de la visión de tres pintores del Renacimiento, dedicados al  arte, el cual utilizan como instrumento de denuncia del arrasamiento de los indígenas en América y de los protestantes por parte de los católicos, allá mismo y en la culta Europa.

La mirada de esos tres artistas, los cuales realmente existieron, la plasma por medio de una prosa bellamente elaborada, así esto le imponga un arduo trabajo, como él lo admite, logrando igualmente una profundidad poética que contrasta con las demenciales circunstancias narradas, y es que en el horror también puede surgir la belleza. Con su trabajo logra describir que en la conquista no hubo grandeza, fue un avasallamiento.

El relato corre por cuenta de los tres pintores a quienes el autor dedica cada una de las partes del libro, y en cada una utiliza la forma narrativa más adecuada; Jacques Le Moyne, cartógrafo y pintor de Diepa fue quien tuvo contacto directo con los indígenas, pues participó en una expedición a la Nueva Francia con el fin de elaborar una carta geográfica de La Florida, en donde eran recibidos cordialmente como lo afirma “En las visitas a las aldeas los recibían con festines. Les obsequiaban tejidos y canastas de frutas. A veces, entre estos presentes, se extraviaba algún collar de oro o de plata que punzaba la codicia de los visitantes. Estos, a su vez, les daban a los indios brazaletes de fantasía, espejuelos redondos, pequeños estandartes con flores de lis.”

Los franceses supieron congraciarse con los nativos y lograron tener una sana convivencia, mientras se respetaran las culturas y los saberes, lo cual con su alma de artista pronto captó Le Moyne, quien fue quien más cohabitó con ellos, a tal punto que intercambiaron conocimientos sobre técnicas y materiales utilizados por los indígenas para ornar sus cuerpos que constituían obras de arte móviles y trató de desentrañar sus significados:

Los opuestos parecían ansiar la fusión en esas figuraciones, que eran idénticas en ciertos cuerpos y diferentes en otros. La revelación y el secreto se acoplaban. El desbordamiento y la contención, el hermetismo y la transparencia. Circunstancias de muerte y nacimiento, de labor y oscuridad, de aislamiento y apertura se amalgamaban  en la sucesión de los dibujos… La piel era un cuadro, único y cambiante del cual se desprendía una lección que el aventurero de Diepa solo podía ubicar en la palabra belleza.

Con esa aproximación a ellos logró que le permitieran ilustrar sus faenas diarias, sus ritos, su habitat y en general su cultura, pues quería tener con ello, testimonios fidedignos de su viaje a esta nueva cultura, pero el destino pensaba otra cosa.

El otro artista François Dubois era un pintor de Amiens, quien a los veinte años llegó a Paris para conocer de cerca el hombre citadino y sus contradictorias acciones, pretendió en sus obras retratar no solo los oficios, las diversiones, las costumbres, sino también la sordidez de lo urbano, como lo planteó:

Empecé a entender que toda ciudad es una moneda de caras simultáneas. Allí brota el ángel y allá el demonio. En este lado surge con una lucidez súbita la sabiduría y en este la bruma de la locura. Junto a la serenidad del templo se levanta la convulsión del lupanar. En este rincón finaliza el ciclo de sus pasos el anciano, y en este otro salta el atrevimiento del niño.

Es en ese crisol en el que se trata de depurar la escoria humana, en donde de pronto contraponiéndose a la religión católica aparecen otras posiciones desafiantes a esas seculares creencias, encabezadas por Calvino y Lutero y a sus seguidores se les denomina hugonotes quienes  desafiantes, vestían de negro; estos no solo despiertan la furia entre sus opositores, sino un afán desmedido de exterminarlos y entre más rápido mejor, para la gloria de Dios. Toda su gran obra levantada con tanto esmero, la pierde en esa batalla y si no se apura también hubiera perdido su vida, como lo fue la de sus seres más queridos. De esa  ignominia solo queda como fiel testimonio su cuadro que denominó La masacre de San Bartolomé, con la cual se ilustra la carátula del libro.

El tercer personaje es Théodore de Bry, grabador de Lieja cuyo destino estuvo signado por los desplazamientos, siempre huyendo de la intemperancia religiosa. Desde joven se estableció en Estrasburgo, para luego recalar en Amberes, Londres y Fráncfort. Su trabajo lo centró como ilustrador de libros dedicados a las relaciones de viaje que se hicieron  a América en el siglo XVI. Logró imágenes maravillosas con todo el horror del atropello que causa indignación, angustia y perplejidad. El ser humano conoce y practica la barbarie.

De todo lo horripilante de este relato, en el cual la maldad del hombre queda plenamente plasmada, hay algo adicional que nos regala Pablo Montoya en su libro, lo constituye la interpretación del cuadro de Jan van Eyck El matrimonio Arnolfini, lo hace con una maestría propia del artista que es él y al leerlo rememora uno lo hecho por Martín Heidegger sobre Los Zapatos de Van Gogh y Michel Foucault en Las Meninas de Velásquez.

*Profesional en Filosofía y Letras. Universidad de Caldas