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La dura realidad

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 01/05/2021

La violencia en Colombia no solo es un tema recurrente sino que es la mayor tragedia que hemos padecido y de la cual no pareciera posible una salida concertada, pues cuando se había logrado un acuerdo estructurado con el mayor grupo en conflicto, las FARC, aparecieron otros a copar el espacio dejado; como en el caso del narcotráfico, cada vez que desaparece de escena un gran capo, siempre hay otros suplentes que a veces resultan más sanguinarios que su predecesor.

Por lo menos para interiorizarla, y para que el olvido no se constituya en cómplice silencioso de la violencia, los escritores se han encargado de mostrarnos, así sea desde la supuesta ficción, lo doloroso que es para quienes la sufren en carne propia, ya sea por el desplazamiento, el secuestro, el asesinato o la desaparición forzosa de sus familiares. Los medios de información también nos mantienen al día de esa penosa radiografía colombiana.

Tres veredas desocupadas por completo. Por lo menos 193 familias y 508 personas fueron desplazadas de sus hogares. El Ejército Nacional está en máxima alerta. El activismo de la zona reclama que esta situación se presenta cada año. Los nuevos paramilitares luchan con los disidentes de las Farc, todo mediado por fuerzas del narcotráfico. Una población aterrorizada y sin saber qué hacer. Un Estado ineficaz. Ese es el diagnóstico terrible de lo que está ocurriendo en Ituango y las zonas aledañas. Editorial El Espectador 19 de febrero de 2021.

Por su parte El Tiempo en su edición del 16 de marzo de 2021 afirma: En 2020, según información de la Defensoría del Pueblo, hubo en total 28.509 víctimas de este flagelo, lo que equivale, en promedio, a 78 desplazados al día. Pese a la alarmante dimensión de la cifra, en lo corrido del 2021 el fenómeno va a un ritmo muy acelerado pues diariamente estarían desplazando a por lo menos 168 personas, lo que equivale a un aumento del 115 por ciento en el número de víctimas, de acuerdo con la entidad.

En cuanto al aporte de los escritores, veamos uno de los más recientes. Se trata del de Ricardo Silva Romero (Bogotá, 1975) quien estudió entre 1980 y 1993 en el Gimnasio Moderno,  en donde las clases del poeta Ángel Marcel lo llevaron a los quince años a escribir sus primeros cuentos, poemas y obras de teatro en la revista del colegio, El Aguilucho. Luego, en la Pontificia Universidad Javeriana estudió literatura y después en la Universidad Autónoma de Barcelona de  1999 al 2000 cursó una maestría en cine y allí escribió sus primeros guiones cinematográficos. ​ Desde mayo de 2009 tiene en el periódico El Tiempo su columna Marcha fúnebre. En su libro Río muerto, publicado el año anterior, nos presenta una cruel versión del tema que estamos abordando.

La narración se desarrolla en el Corregimiento de Belén del Chami, en el municipio de Monteverde, en el suroccidente colombiano, o pudiera ser igualmente en cualquier otro alejado poblado, olvidado por el gobierno. Los infaustos sucesos tienen lugar un mes de febrero de 1992, pero su vigencia es atemporal. Allí viven en su tierra el campesino Salomón Palacios, con su esposa Hipólita Arenas y sus dos hijos, Maximiliano de doce años, y Segundo de ocho. Ha sido una zona en donde la confluencia de guerrilla, paramilitares, narcotraficantes, todo tipo de grupos al margen de la ley, y ejercito han vuelto invivible e inviable la vida de sus escasos moradores. Aunque todos se conocen, al mismo tiempo se rehúyen, haciendo más enrarecido el ambiente.

De los 3.931 habitantes del corregimiento de Belén del Chamí, que “Chami” es “cordillera” en la lengua embera, más o menos la mitad sobrevivía a duras penas. Pero dígame usted que se puede esperar de un lugar que no está en el mapa.

El estricto control del caserío y sus habitantes pasaba de un grupo a otro, cuando este llegaba arrasando y estableciendo su ley a sangre y fuego y limpiando todo vestigio de poder del grupo desplazado o aniquilado. Así fue como  el Bloque Fénix al mando del su comandante Triple Equis, se propuso la reconquista de ese territorio de la patria, quitando todo al viejo Frente 99, y así quedándose con todo:

 …ocurrió en las orillas de aquel manso y claro rio Chami –que entonces les dio por llamar el rio Muerto—aquella “masacre de los compinches” o aquella “matanza de las manos” en la que fueron torturados y acribillados los negros y los blancos más fuertes del poblado, y a sus mujeres y sus niños les cortaron las manos izquierdas y las   lanzaron a la corriente, por seguirles sirviendo a los guerrilleros de resguardo, de escondite.

Cada grupo tomaba así como trofeo de su conquista, no solo los haberes de algunos “seleccionados”, sino también sus mujeres, aun niñas, sus casas y sus tierras y esta vez habían escogido como escarmiento a Salomón, sin importarles para nada su familia, pues además ya el jefe de policía le había echado el ojo a Hipólita, su esposa, con el consentimiento del grupo. Esto lo hacían pues, las amenazas que les hicieron para que se fueran dejando todo atrás, fueron desoídas por Salomón. Por eso Caicedo, el enterrador antes del amanecer se arriesgó a darle sepultura, creyendo que nadie se daría cuenta a esa hora, por eso les dijo a Hipólita y sus hijos:

Salomón Palacios, el trasteador, el mudo, era primero que todo un hombre bueno –les dijo duro y claro–, y sin embargo ni la gente del bloque Fénix ni la gente del Frente 99 ni la gente de la policía ni la gente del ejercito ni la gente del templo confiaban en él porque cometió el error de ser un hombre bueno hasta con los peores hijos de puta.

Después del asesinato de su esposo, el dolor los conmovió profundamente a tal punto que sus hijos creyeron que su mamá enloquecería, pues cayó en un letargo y mutismo que la iban consumiendo, pues no lo podía admitir, creía era una mala pesadilla que había roto el pacto que se hicieron algún día, de morirse juntos cuando los niños fueran viejos, pero la confabulación de todos esos infames acabaron con sus esperanzas.

Cuando salió de su adormecimiento tomó la determinación de hacerse matar con sus hijos para así recobrar a Salomón. Este coraje que obró como catarsis le permitió enfrentar a sus vecinos quienes habían oído a los asesinos, los conocían, y se reían con ellos; al agente Sarria inspector de policía, a quienes todos odiaban pero temían y a quien enrostró tantas verdades y bajezas que aun armado, se sintió totalmente inerme. Luego en el templo en lugar del salmo del día le cantó a los pastores de esa iglesia las verdades por todos calladas, los abusos con las hijas menores de los feligreses, la descarada expoliación de lo poco que aquellas gentes tenían y así a cada uno le fue diciendo lo que no querían escuchar, hasta que tuvieron que recurrir al jefe Triple Equis, para que recobrara el orden al que estaban sometidos. Además,  porque no podía ser que una mujer despechada por mas viuda que fuera, ofendiera al pastor con acusaciones temerarias.

El control social de la población logrado a través del amedrentamiento y el temor de ser ajusticiado o desplazado, constituye una amenaza a la población, que como único recurso debe mostrar, así sea como medida de supervivencia, alguna simpatía con esos grupos, a veces infamemente confundida como apoyo a sus acciones, ¡qué ignominia! Este continuo temor y la ausencia del estado, han creado situaciones insostenibles, en las cuales los débiles son las víctimas.

Aunque el escritor Antonio Tabucchi sostiene que la historia parece ocuparse de la verdad, pero quizás no diga mas que fantasías, y la literatura parece ocuparse de las fantasías, pero quizás, no diga más que verdades, en nuestro caso, la realidad supera la ficción. Ya no es el realismo mágico, sino la inquietante y permanente zozobra.

*Profesional en Filosofía y Letras. Universidad de Caldas