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La sensibilidad a flor de piel

Por: Germán Sarasty Moncada *

Fecha de publicación: 02/12/2023

El escritor japonés Yasunari Kawabata (Kawabata Yasunari, (Osaka, 11 de junio de 1899 – Zushi, 16 de abril de 1972) al lado de otros grandes como Ryūnosuke AkutagawaJun’ichirō TanizakiOsamu Dazai y Yukio Mishima, de quien fue amigo y mentor, se constituye en uno de los más representativos exponentes de la actual literatura japonesa, además de haber sido el primer japonés que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1968. Su padre quien fuera médico, constituyó una familia moderna acomodada. A los cuatro años de edad quedó huérfano, por lo cual fue enviado a vivir con sus abuelos paternos, a su hermana mayor la volvería a ver cuando la niña ya tenía diez años y al año siguiente, murió. Su abuela faltó en 1906 y su abuelo ciego, en 1914, cuando Yasunari contaba con aproximadamente quince años.

En 1920 ingresó a la Universidad de Tokio a cursar la carrera de literatura en lengua inglesa, y un año después se cambió a la de literatura japonesa. Mientras cursaba la Universidad, revivió la revista literaria Shinjichō donde publicó algunos de sus trabajos, con lo que se abrió camino en el mundo literario. Concluyó sus estudios universitarios en 1924. Se lanzó como escritor con uno de los relatos más perdurables y seductores de la literatura japonesa moderna al publicarse La bailarina de Izu en 1927, luego vendría La pandilla de Asakusa, en 1930, alcanzando la consagración en Japón diez años más tarde con País de nieve.  En 1961 publicó otra de sus obras maestras: La casa de las bellas durmientes, en 1962 Kioto y en 1965 una de sus obras más inquietantes y profundas sobre la condición del amor, el desamor y la venganza: Lo bello y lo triste. Así es como  nos entrega una obra llena de vigor, hermosura, sencillez y novedad.

En 1961 su amigo y también escritor Yukio Mishima,  envió una carta a la Academia Sueca para recomendar a su maestro Yasunari Kawabata al Premio Nobel de Literatura, en la cual resaltaba:

«Las obras de Kawabata unen la delicadeza con el vigor, la elegancia con la conciencia de los más bajo de la naturaleza humana; su claridad encierra una insoldable tristeza. Son modernas aunque directamente inspiradas en la filosofía solitaria de los monjes del Japón Medieval. La manera en que el escritor elige sus palabras demuestra qué sutileza, qué grado de estremecedora sensibilidad puede alcanzar la lengua japonesa; su estilo único, con una agilidad infalible, es capaz de ir directo al corazón de un hombre para expresar su sustancia, ya se trate de la inocencia de una jovencita o de la horrorosa misantropía del anciano. Una concisión extrema –la concisión cargada de sentido de los simbolistas- se instala en obras cortas que, a pesar de su brevedad, engloban todos los aspectos de la naturaleza humana».

Agregaba que para los escritores del Japón moderno era compleja la situación entre la fuerte tradición y las nuevas posibilidades, pero que Kawabata había logrado una síntesis que conjugaba ambos aspectos con la cual desarrollaba su obra, la cual desde su juventud había tenido como obsesiones, el tema de la soledad del hombre y la belleza en las diversas manifestaciones, ya sea en la naturaleza o en las relaciones interpersonales, de amistad o de amor. Allí afirmaba: el contraste entre la soledad fundamental del hombre  y la inalterable belleza que se aprehende intermitentemente en las fulguraciones del amor, como un rayo que de pronto pudiera revelar, en el corazón de la noche, las ramas de un árbol en plena floración. Sería en 1968 cuando por primera vez, un japonés, recibiría el premio Nobel “por su maestría narrativa, que expresa con gran sensibilidad la esencia de la mente japonesa”.

En un emotivo discurso lleno de lirismo, tradición, bellas descripciones, amor por la naturaleza y sus manifestaciones y con un reconocimiento por la labor de los traductores quienes han permitido por su trabajo el acceso a esas obras, manifestó:

Cuando vemos la belleza de la nieve, cuando vemos la belleza de la luna llena, cuando vemos la belleza de los cerezos en flor; es decir, cuando somos acariciados y despertados por el esplendor de las cuatro estaciones, es cuando más pensamos en quienes amamos, y deseamos compartir con ellos ese placer. La emoción ante lo bello despierta fuertes sentimientos de amistad, deseos de compañía, y el término camarada puede tomarse en el sentido de ser humano. La nieve, la luna, las flores, palabras que expresan el sucederse de las estaciones, abarcan en la tradición japonesa la belleza de las montañas y de los ríos, de las plantas y de los árboles, todas las innumerables manifestaciones tanto de la naturaleza como de los sentimientos humanos.

 Ese espíritu, ese sentir hacia los amigos que despierta la nieve, la luz de la luna, las flores, es también fundamental para la ceremonia del té, que es una unión en el sentimiento, una reunión de amigos en una estación agradable.

Estamos frente a un escritor que aborda la realidad a través de todos los sentidos y logra transmitir magistralmente las sensaciones que le producen ese contacto, como el pintor con su trazo seguro y creador, este artista lo hace describiendo igualmente con sus narraciones, resaltando y exaltando el anhelado deseo, pero haciendo más énfasis en el deseo que en la concreción del mismo, acrecentado por la demora, el aplazamiento y la dificultad del logro.

Tenía una gran devoción por la belleza, la soledad, el abandono y el desamparo. Esta obsesión la tuvo desde niño cuando se fue quedando paulatinamente solo por la desaparición de sus seres más cercanos y la tristeza se fue acentuando con el tiempo y la única manera de exorcizarla fue a través de la escritura. Su forma de narrar concisa y precisa, siempre tras la búsqueda de los detalles de belleza y los sublimes momentos en que esta aparece. Aunque la riqueza de las descripciones deja satisfecho al lector, de igual forma exige de él completar la narración pues es  a través de los silencios, la ausencia de enunciados, las omisiones, los simbolismos, las suposiciones y los vacíos, como le gusta al escritor mostrar su obra. Éste calla, bien por evitar escenas terribles o por mantener el interés en la lectura, así capta toda la atención del lector quien deberá con su interpretación cerrar el círculo. El relato corre como el agua en un manantial y de pronto aparece una tormenta.

En muchos de sus libros se destaca la obsesión por el paso del tiempo y el arribo de la vejez que conduce a la decadencia y a la fealdad, también aparece en forma recurrente la sensualidad, el erotismo, el placer de lo prohibido, la violencia, la muerte, la admiración por la belleza y todo esto girando alrededor de la mujer como personaje central.

Miremos en algunas de sus obras como encontramos lo anterior. En su primer libro La bailarina de Izu escrito cuando tenía veintiocho años narra como un estudiante de veinte años encuentra en una caravana itinerante un grupo de artistas que van de localidad en localidad presentando su espectáculo y con ellos viaja una hermosa joven que aparenta unos diecisiete años, de la cual queda prendado y decide tener una relación con ella, por lo cual y con mucha ilusión, se une al grupo. Ese deseo y esa ilusión son confrontados con la realidad y ese amor idealizado se hace inalcanzable.

 De pronto, una mujer desnuda salió corriendo desde el fondo de la oscura casa de baños. Se quedó en el límite de los vestuarios como si pudiera bajar volando al arroyo. Gritaba con los brazos extendidos. Estaba completamente desnuda, sin siquiera una toalla. Era la bailarina. Cuando observé su blanco cuerpo, las piernas estiradas, de pie como una joven paulonia, sentí que por mi corazón fluía agua pura. Lancé un suspiro de alivio y reí en voz alta. Es una niña… una niña que puede correr desnuda a plena luz del día, sobrecogida  por la alegría al encontrarme, alta en puntas de pie.

La primera vez que la vio estaba ataviada, maquillada y peinada como una joven mayor y por error, él la había visualizado y aceptado como tal, pero eso fue muy costoso para su deseo pues ya no sería la joven de sus sueños, sino la niña de sus juegos y así la aceptó, pero ganó con ello su admiración y confianza, pues ella le manifestó: –Es realmente agradable. Es bueno tener a una persona tan agradable cerca. El intercambio de palabras tenía reminiscencias de simplicidad y franqueza. La suya era la voz de una niña expresando sus sentimientos sin la menor censura.

 Cuando se separó del grupo para continuar su viaje de vacaciones, con solo acordarse de su ilusión perdida por su malentendido expresó : dejé que mis lágrimas corrieran sin restricción. Mi cabeza se había convertido en agua pura, agua que caía gota a gota. Era una sensación dulce y placentera, como si nada fuera a quedar.

La pérdida temprana de sus familiares, la exigencia de sus estudios y su forma de ser, lo convirtieron en un ser solitario, quien a través de su obra presentaba no solo sus recuerdos sino sus desafectos, sus carencias de amor verdadero, sus frustraciones, temores, angustias y otros rasgos que hicieron se conociera como “el maestro de la desilusión”. Tal vez por eso pudo haber tratado de vislumbrar cuarenta años después lo que pudo haber sido ese primer fallido amor y lo expresó en su libro Lo bello y lo triste.

Oki, un escritor de veintiséis años, recién casado con su pareja Fumiko de veintidós y quien acaba de dar a luz su primer hijo, tiene como amante una joven Otoko, de quince quien está locamente enamorada de él y a pesar de su corta edad le da claras muestras de ese amor cuando le dice:

 —Tú eres de los que siempre se preocupan por lo que pueden pensar los demás, ¿no? Deberías ser más audaz. —Me parece que soy bastante desvergonzado. ¿Qué me dices de esta situación? —No. No hablo de nosotros —dijo ella e hizo una pausa—. Me refiero a todo… Deberías ser más tú mismo. Al no encontrar respuesta, Oki había reflexionado sobre sí mismo. Mucho tiempo después, las palabras de la muchacha continuaban grabadas en su mente. Sentía que aquella criatura veía con extrema claridad su carácter y su vida, porque lo amaba. En lo sucesivo había accedido a su propia voluntad con harta frecuencia, pero cada vez que comenzaba a preocuparse por la opinión de los demás recordaba las palabras de Otoko.

La situación se complica cuando Otoko  a sus dieciséis y en su séptimo mes de embarazo pierde a su niña, a la cual nunca llegó a conocer.

¿Acaso la madre de Otoko, y hasta el propio Oki, no habían deseado en secreto que la criatura no llegara a ver la luz del día? Otoko había sido internada en una clínica sórdida y pequeña de las afueras de Tokio. Oki sintió un súbito y agudo dolor al pensar que la vida de la criatura podía haberse salvado de estar bien atendida en un buen hospital. Él sólo la había llevado a la clínica; la madre no se había sentido con fuerzas para acompañarlos. El médico era un hombre maduro, de rostro congestionado por el alcohol.

Esta tragedia desencadenaría la tentativa de suicidio de la joven y luego el internamiento varios meses en una clínica de reposo, después de lo cual su madre viajaría a establecerse con ella en Kioto, abandonada a su suerte por ese irresponsable amante, a quien nunca dejó de querer.

Los remordimientos no tardaron en aparecer pero como única forma de exorcizarlos, Oki decide escribir esa historia en una novela Una chica de dieciséis. Como Fumiko, su esposa era desde antes de casados, quien le trascribía en mecanografía sus manuscritos, nunca creyó que era otra ficción como en otros casos. El éxito de su libro no solo por lo extraño de la apasionada relación sino por lo miserable del abandono, fue asombroso y así logró gran difusión. Lo curioso es el recurso de Kawabata en introducir en su narración, otro libro, reivindicando la heroína de su relato.

Los recuerdos lo seguían atormentando, los interrogantes lo laceraban, la curiosidad por conocer la situación actual y el desenlace de lo que no supo afrontar como hombre, el querer desentrañar una relación ya superada, sin poderse librar de sus propios remordimientos y las dudas y  temores lo condujeron a buscar veinte años después, su antiguo amor. Esa introspección que le permitió mirarse interna y profundamente y esa retrospección que lo condujo a revaluar la forma como irresponsablemente había afrontado esa situación, serian esta vez su perdición. Ella  ya con cuarenta años se había convertido en una pintora famosa, vivía con la joven Keiko, su discípula de veinte años, voluptuosa, amoral y que ansiaba cobrar el abandono y la humillación hecha a su mentora. Lo que Oki no advirtió fue la sutileza y la forma de llegar la tragedia, de nuevo a su familia. Es que del amor al odio hay un paso, que lo puede concretar la venganza.

Volviendo al discurso de aceptación del Nobel, decía Kawabata: “En mi ensayo La visión en los últimos momentos digo: Por muy desencantado que se pueda estar del mundo, el suicidio no es una forma de iluminación; por muy admirable que sea, el hombre que se suicida está lejos del reino de la santidad. Yo no admiro ni estoy de acuerdo con el suicidio. Tuve otro amigo que murió joven, un pintor vanguardista. También pensó en el suicidio en los últimos años, y sobre éste escribí en el mismo ensayo lo siguiente: Parece que ha dicho una y otra vez que no hay arte superior a la muerte, que morir es vivir.” Para él, nacido en un templo budista y educado en una escuela budista, el concepto de muerte era muy diferente al occidental. De aquéllos que reflexionan, ¿quién no habrá pensado alguna vez en el suicidio?

Pero como todo lo categórico es circunstancial, acongojado, enfermo, solitario y triste por la muerte de su amigo Yukio Mishima, quien lo había definido como un “viajero perpetuo”, se suicidó en un pequeño apartamento a orillas del mar, se cree que inhalando gas.

A diferencia de otros escritores, Kawabata no se sirvió de la poesía, pero sí de la concisión y precisión de la misma para poder con su prosa captar esos instantes decisivos en una escena, en un recóndito sentimiento, en una acción poco común y en un personaje excepcional, allí estaban sus palabras para capturar esos momentos de belleza, incertidumbre y expectación, al igual que sus silencios que daban mas información de la que pretendía ocultar, ¡que maestría!

* Profesional en Filosofía y Letras  Universidad de Caldas.