Volver

La tragicomedia personal

Por: Germán Sarasty M.*

Fecha de publicación: 30/03/2020

Una de las acertadas costumbres de nuestros escritores, es la de tener columnas de opinión en los periódicos, algunos dicen que para mantener su capacidad creadora vigente, otros que para participar activamente en la vida cotidiana, y los más para tener una atalaya en donde contemplar la humanidad en acción y allí tener una inconmensurable cantera para sus creaciones, pues la mayoría de las veces, sus escritos en esos medios tenían réplicas de los lectores, a través de las redes sociales, en donde eran igualmente difundidas. Ha sido el caso de Gabriel García Márquez, Héctor Abad Faciolince, William Ospina, Santiago Gamboa y Juan Gabriel Vásquez en El Espectador, y Juan Esteban Constain y Ricardo Silva Romero en El Tiempo, y en La Patria Eduardo García Aguilar y Adriana Villegas Botero.

Al ser humano siempre le ha intrigado el saber ¿cómo viven los demás?, no solo por curiosidad, sino para consolarse conociendo tanto sus logros, como también sus frustraciones y de esa manera paliar las propias, además porque nadie quiere ser lo que es. A esta pretensión supieron responder en su época Balzac con su obra monumental La comedia humana, Flaubert con Madame Bovary, difundida por entregas en una revista entre 1856 y 1857 y Marcel Proust con su En busca del tiempo perdido; todas ellas obras clásicas que han trascendido los siglos y han conservado su vigencia, pues en ellas se puede ver tanto la grandeza del ser humano, que sabe sobreponerse a sus limitaciones, pero también llega a ser capaz de atrocidades. Ese era el retrato de esa sociedad.  

Acá hemos tenido en este género descriptivo exponentes de la narrativa colombiana en todas las épocas, miremos no más entre 1970 y 1980, dos grandes escritores Luis Fayad con Los parientes de Ester y Álvaro Salóm Becerra con Un tal Bernabé Bernal, El delfín, Al pueblo nunca le toca, etc. y ahora nos presenta Ricardo Silva Romero, en 607 páginas una radiografía actualizada de la sociedad en el 2016 y la ha denominado Cómo perderlo todo. Allí campean los más conspicuos representantes del sector público y privado y los privados de algo, los políticos y los intelectuales, los militares y los artistas, los hetero y los no tanto y una abigarrada cantidad de personajes que representan nuestra actual sociedad y aunque decimos actual, es la de siempre.

Toma como uno de los personajes centrales al filósofo y profesor universitario Horacio Pizarro quien se desempeña como docente en una prestigiosa universidad capitalina, en donde ha ganado su merecida fama de ilustrado, hasta que un simple desliz en ese resbaloso piso de la envidia académica, sus ramificaciones y amplificaciones en las tales redes sociales, lo llevan por el seguro camino de perdición total. A través de este personaje se desenvuelve una increíble trama que lo involucra no solo a él, sino a todo tipo de personas que configuran el abigarrado ambiente de la sociedad.

Parece increíble, pero la lapidación virtual, el acoso laboral y la exclusión del elitismo académico se originó en la publicación en su perfil de Facebook de su opinión frente a las mujeres, obviamente influenciado por el entorno familiar de su esposa y sus dos hijas mayores y después de leer un artículo sobre la maternidad en la revista New Scientist, escribió, “Las mujeres que tienen hijos son de lejos las más inteligentes”. No midió el alcance de esta opinión, ni el riesgo con la hipersensibilidad que suelen campear en estas redes sociales o tal vez por eso y más bien por impresionar, pues quien mejor que él sabía los alcances del lenguaje, pues estaba escribiendo un libro que había titulado “Los significados ocultos en los términos equívocos y los eufemismos que se emplean en el lenguaje ordinario en la Colombia en guerra”.

Desde el titulo se pretende mostrar un academicismo que lo condenará y si detrás de ese título había una sesuda indagación del lenguaje, ¿cómo se atrevía a colgar en una atalaya sin límites, esa afirmación?; desconoció que su idealizada tribuna no era más que una cloaca nauseabunda en donde cada imbécil pretende posar de auténtico y cada aparecido posa de intelectual y erudito y todo el que se atreva, será víctima del escarnio público ilimitado. Lo que más le dolió vino de Gabriela Terán su antigua compañera filosofa, ahora su jefe: “Es apenas la frase final de un monólogo misógino que ha repetido por lo menos las últimas tres décadas mientras ningunea colegas, piropea alumnas, decepciona esposas y abandona hijas como un buen machista agazapado siempre a la espera de reducir y de violentar  a la mujer sin dejar pruebas: siento vergüenza de mi misma por denunciarlo hasta ahora y vergüenza de que mi universidad  le permita ser su profesor”

En un agradable discurrir van pasando toda serie de personajes que tiene que ver con el profe HP, Horacio Pizarro para los que lo valoran y HP para los demás atrabiliarios que además lo envidian, aparecen con sus tragedias y comedias: el músico serenatero, el taxista, la manicurista, el chef, la estudiante lesbiana, el coronel tratando de salir del closet, después de salir del ejército, el pensionado, la actriz, la guionista, el instructor de gimnasia, etc. Se presentan todo tipo de uniones y separaciones, fidelidades y deslealtades, amistades y desengaños. Se muestra lo efímero y lo permanente, lo banal y lo trascendental, lo circunstancial y lo intencional, es decir de lo que participa todo ser humano y por eso lo individual es lo que establece una tragedia o comedia, pues es relativo a cada uno, y allí vemos mucho de eso

En esta maremágnum en que estamos inmersos, para poder sobrevivir debemos adaptarnos, pues el mundo ya cambió, por eso para disfrutarlo debemos asumir las frustraciones, tener paciencia con los fracasos y aceptar que el pasado ya no nos puede salvar y el futuro como proyección de este presente es más incierto, comprender que las fake news se amplifican con la tecnología, no es sino ver de aquellos a quienes conocemos, los perfiles que proyectan en Facebook y en las demás redes. Esto nos hace desear esas vidas que no son más que ilusiones, por no decir ficciones. La realidad debe ser la ruta, no la ficción. 

Profesional en Filosofía y Letras

Universidad de Caldas