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La violencia religiosa en la cotidianeidad

Por: Juano Jurado *

Fecha de publicación: 28/08/2023

Históricamente como sociedad, los colombianos hemos estado rodeados de una moral mayoritariamente basada en las doctrinas cristianas. Esto se debe a las herencias colonizadoras españolas, y aunque lo que supuestamente se intentó fue una hibridación de creencias espirituales, finalmente se dio una evangelización completa donde se terminaron desapareciendo los símbolos que representan la cosmovisión indígena americana, y aparecieron todas las figuras y símbolos creados para satisfacer al Cacique y al Papa.

Los últimos meses en Colombia se han conmemorado dos días muy importantes para la libertad religiosa y de cultos. El 04 de julio se conmemoró el Día nacional de la libertad religiosa y de cultos, el cual se institucionalizó desde el año 2016 cuando el entonces presidente Juan Manuel Santos firmó el decreto que estableció la celebración anual de este día en una reunión con más de 100 líderes cristianos, católicos, protestantes, judíos, musulmanes, de organizaciones sociales internacionales como Open Doors y el Consejo Mundial de Iglesias.

Además, el 22 de agosto se conmemoró el Día internacional de las víctimas de persecución religiosa, fecha designada por la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en mayo de 2019, con el objeto de honrar a las víctimas y los supervivientes de actos de odio y violencia originados por la religión o las creencias, quienes a menudo permanecen en el olvido.

Estas dos fechas nos llevan a recordar que desde 1991 Colombia es un estado aconfesional, es decir, no tiene ninguna religión oficial que obligue a los ciudadanos a profesar una única creencia, y el estado tampoco debe tener una relación única con una sola expresión espiritual o institución religiosa. Aunque todavía nos encontramos con personas e instituciones que parecen ser un reflejo de la constitución de 1886, y promulgan a los cuatro vientos la necesidad de continuar de manera indefinida “hasta que la muerte nos separe”, con el matrimonio iglesia estado, un matrimonio decimonónico y anquilosado.

Sin embargo, aunque han pasado más de 30 años desde ese cambio constitucional, los colombianos tenemos todavía muy arraigados comportamientos culturales y sociales que durante siglos predominaron en nuestro entorno y que nos han llevado a transferir de generación en generación actos discriminatorios, excluyentes y de odio frente a otras personas y comunidades que no profesan y no practican nuestras creencias espirituales o religiosas.

No debemos cansarnos de hacer pedagogía sobre este tema y recordar que el artículo 18 de la Constitución Política garantiza la libertad de conciencia, indicando que nadie será molestado por sus convicciones o creencias, y que el artículo 19 ibídem reconoce la libertad de cultos que permite a todas las personas profesar libremente su religión y difundirla en forma individual o colectiva.

También debemos recordar constantemente que cuando se habla de discriminación y de violencia contra personas que profesan creencias espirituales diferentes, no estamos haciendo referencia únicamente a los actos de discriminación físicos que en muchas etapas de la historia de la humanidad se han transformado en masacres y genocidios, y que la violencia tampoco puede verse como simplemente los actos físicos ejercidos contra otro para evitar sus prácticas religiosas.

Cuando se hace alusión a la discriminación y a la violencia, se están teniendo en cuenta comportamientos que en ocasiones no son tan evidentes, como negar el acceso a otros derechos conexos como el libre desarrollo de la personalidad, o violencias simbólicas y psicológicas.

Seguimos pensando que somos buenos practicantes de doctrinas religiosas y espirituales solo porque no matamos y no robamos en sentido estricto, no somos corruptos, ni cometemos actos contra la humanidad propia ni ajena. Sin embargo, cuando hacemos evaluaciones completas y estrictas sobre nuestros comportamientos, lo que encontramos son excusas que nos ayudan a mantenernos moralmente intactos ante los demás y a reclamar una actuación moral de más alto nivel por parte de quienes nos rodean.

Basados en esas percepciones de superioridad moral que cada uno de nosotros tenemos, materializamos todo tipo de violencia contra los demás, discriminamos, satanizamos, señalamos, borramos, eliminamos cualquier intento de disidencia frente a nuestras convicciones religiosas y espirituales. Es en este punto donde terminamos cometiendo actos de violencia que inicialmente por no llegar al maltrato físico, justificamos como evangelización y enseñanza de mi propia doctrina.

Para esos ejercicios de evangelización solemos usar lenguajes ofensivos, lenguajes que eliminan la posibilidad de debate, palabras que anulan la inteligencia del otro, símbolos que pueden ser agresivos para la libre expresión del pensamiento, expresiones como: “usted no está en el camino”, “usted no va al cielo”, “usted se quema en el infierno”, “usted este perdido”, “usted es mundano”, “usted no ha leído bien”, “ustedes roban”, “ustedes engañan”, “usted vive en pecado”, “usted no ha sido iluminado”, “usted no ha sido elegido”, entre millones de expresiones más. Sumado a lo anterior, podríamos decir que la violencia es mucho más fuerte cuando estos discursos van dirigidos a niños y niñas que apenas están en construcción de su discernimiento y comprensión del mundo.

Estas violencias simbólicas cotidianas también aparecen desde las instituciones públicas y privadas, desde el establecimiento de costumbres de unos impuestas a otros. La utilización de la religión y sus símbolos en campañas políticas o en planes de gobierno, recordemos que en países como Colombia la ley y la religión han sido aliadas constantes, se ha utilizado la ley para declarar eventos religiosos como patrimonios culturales, se han utilizado los poderes ejecutivos para emitir decretos en nombre de personajes religiosos, se han santificado leyes y se han legalizados cultos.

Que no se confunda el reconocimiento de una libertad con el uso sin lintes de una libertad, que no se confunda religión mayoritaria con religión oficial, que se comprendan los alcances de la palabra violencia y dejemos de verla solo como el maltrato físico, que se comprenda la dimensión de una discriminación desde la acción y la omisión. Que dejemos de celebrar y comencemos a conmemorar, porque en este asunto sobre la libertad religiosa y de cultos han sido las víctimas y los silenciados quienes han construido con sus muertes el camino de vida para que otros podamos practicar libremente nuestras convicciones espirituales.

* Músico, compositor, abogado y docente de la Universidad de Manizales y de otras universidades. Especialista en Investigación Criminal y Magíster en Derecho. Doctorando en Literatura.

Agosto de 2023