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La zozobra instaurada

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 01/12/2021

En marzo del 2007 empezó a circular el libro Los ejércitos, obra de Evelio Rosero (Bogotá 1958) ganadora del II Premio Tusquets Editores de Novela, con el cual se hizo conocer internacionalmente a través de las traducciones a siete idiomas; igualmente en 2009, en el Reino Unido, alcanzó el reconocido Independent Foreign Fiction Prize. La mayor parte de su infancia estuvo en Pasto y ya adolescente regresó a Bogotá a continuar sus estudios de primaria y secundaria en colegios católicos y en la Universidad Externado de Colombia su carrera de Comunicación Social y Periodismo.

En su libro narra descarnadamente la suerte de los habitantes de un pueblo al sur del país, San José, aunque el nombre pude ser genérico, ya que la situación es similar en muchos de ellos. Allí en medio de una pretendida calma bucólica, habitan Ismael Pasos de setenta años y Otilia del Sagrario Aldana de sesenta, ambos educadores, quienes a los veinte años se casaron y tuvieron una hija María, casada y quien vive en Popayán. También están Hortensia Galindo y Marcos Saldarriaga, gamonal del pueblo y quien tiene como amante pública a Gloria Dorado. Vecinos de Ismael viven Eusebio Almeida, el brasilero, su exuberante mujer Geraldina, quien se broncea desnuda en su patio y mantiene al pobre vecino excitado cada vez que, pretendiendo coger naranjas, se sube al árbol que linda con ambas casas.

Completan el relato el padre Albornoz, Chepe el tendero, el médico Orduz, el alcalde, los policías, y otros tenebrosos personajes que conforman los ejércitos que han ido arrasando el pueblo, desplazando las familias, o acabando con ellas por medio de los secuestros, los asaltos y las emboscadas.

La gente trata de vivir en calma en medio de tanta zozobra, algunas veces negando lo evidente, otras engañándose a sí mismos, de que eso les pasa es a los demás y por alguna desconocida razón, tratando de justificar lo inadmisible de la situación. Ismael recuerda que cuando tenía veinte años soñaba con habitar una de las casas rurales, pero ahora…

Nadie las habita, hoy, son muy pocas las habitadas; no hace más de dos años había cerca de noventa familias, y con la presencia de la guerra –el narcotráfico y el ejército, guerrilla y paramilitares—solo permanecen unas dieciséis. Muchos murieron, los más debieron marcharse por fuerza: de aquí en adelante quien sabe cuántas familias irán a quedar, ¿quedaremos nosotros?, aparto mis ojos del paisaje, porque por primera vez no lo soporto, ha cambiado todo, hoy –pero no como se debe–, digo yo, maldita sea.  

Las envidias, los comentarios desobligantes, las intrigas entre los lugareños propiciaron la instauración de la violencia, pues unos creían que los otros eran informantes y a su vez los demás creían que había no solo simpatizantes, sino auxiliadores de esas oscuras fuerzas. Como tantas veces ha ocurrido, la guerrilla les deja a los campesinos propaganda para repartir y a ellos les toca recibirla y luego enterrarla, pues si la queman despiertan sospechas. Y así cada cual tiene su relato.

Hace dos años hubo un atentado en el cual dinamitaron la iglesia con feligreses y todo, además de otros destrozos en el pueblo. Hace cuatro se llevaron a Marcos Saldarriaga, quien creyó blindarse con su simpatía con los ejércitos y su displicencia con sus coterráneos, además de que se rumoraba que el había sido artífice de la muerte de Adelaida López candidata a la alcaldía, mujer emprendedora y diáfana, a quien fuerzas extrañas sacaron de su casa con su marido y a garrote la asesinaron,  mientras su esposo en el piso era encañonado; también mataron a su hija de trece años.

Todos estos hechos hicieron de Marcos Saldarriaga el hombre invulnerable de San José, porque parecía entenderse con la guerrilla, los paramilitares, los militares, los     narcotraficantes. Eso explicaba el origen de su dinero, que debía tener múltiples orígenes: colaboró con grandes sumas en las actividades humanitarias del padre Albornoz, entregó millones al alcalde, para obras de beneficencia…

Ahora han vuelto, se llevaron al brasilero, su hijo de doce años y la niña de igual edad, quien les colaboraba en los servicios domésticos y a quien hace dos años le mataron a sus padres. Están pidiendo un rescate exorbitante y la pobre Geraldina está desesperada. Está desaparecida Otilia la esposa de Ismael y nadie da razón de ella, este la busca infructuosamente. La gente está huyendo despavorida, pero él se queda porque sabe que si se va, cuando aparezca su mujer, no sabrá en donde encontrarlo.

Apenas hasta ahora descubrimos que las calles van siendo invadidas por lentas figuras    silenciosas, que emergen borrosas del último horizonte de las esquinas, asoman aquí, allá, casi indolentes, se esfuman a veces y reaparecen, numerosas, desde las orillas del acantilado.

Andan con lista en mano indagando por nombres que les han insinuado, o han escuchado, aunque otros saben que la lista es solo un papel en blanco que van llenando con los que van cogiendo y sin fórmula de juicio ejecutando, esa es la consigna. Las violaciones también forman parte del botín y se ensañan en las mujeres bellas como Geraldina que les sirve aun muerta, a un pelotón de desadaptados.

Lo más irónico es que por la lejanía del pueblo y por lo miserable de su población, su suerte no parece interesar a las autoridades centrales, que desconocen o pretenden ignorar la situación, tal vez para no despertar zozobra, y lo triste es que los mismos pobladores se enteran de ello y sufren su indolencia por la incapacidad de defenderse.

Si vemos menos soldados, de eso no se nos informa de manera oficial; la única declaración de las autoridades es que todo está bajo control; lo oímos en los noticieros – en las pequeñas radios de pila, porque seguimos sin electricidad–, lo leemos en los periódicos atrasados, el presidente afirma que aquí no pasa nada, ni aquí ni en el país hay guerra: según él Otilia no ha desaparecido, y Mauricio Rey, el médico Orduz, Sultana y Fanny la portera y tantos otros de este pueblo murieron de viejos, y vuelvo a reír…

Se puede apreciar cómo la complicidad de unos, la complacencia de otros, la indiferencia de muchos y la falta de presencia efectiva del Estado y su autoridad, propician el caos que empieza poco a poco a envolver en su torbellino de maldad a ese territorio de paz como lo denominan sus habitantes, territorio que puede ser cualquier parte urbana o rural del país, en donde el desplazamiento pareciera ser la única salida, lo cual además despeja el terreno para la consolidación del mal.

La terquedad de algunos que tienen la esperanza de que la situación puede revertirse, constituirá a no dudarlo en su decisión de no abandonar lo suyo, que tanto trabajo les ha costado, su perdición, pues lo que los otros buscan es no tener ningún tipo de oposición a su saqueo sistemático, ellos necesitan apoyarse en los débiles y les estorban las voces disonantes.

Vale la pena al respecto, tener en cuenta lo afirmado por Bertolt Brecht:

Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importó.
Mas tarde se llevaron a los intelectuales, pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.
Después siguieron con los curas, pero como yo no era cura, tampoco me importó.
Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde.

Tal vez lo que encontramos en la narración es lo que creemos que ocurre, o sea, situaciones conflictivas, pero llevaderas, pues aun no han tocado a nuestras puertas para requerirnos, o en el mejor de los casos, que es algo excepcional, pero la realidad en este caso, la violencia desatada, supera con creces la ficción. Es tan duro contemplar a veces la realidad que preferimos creer que ésta es ficción.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas