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Lo dijo Casandra

Por: Guillaume Bruno Roux*

Fecha de publicación: 12/09/2023

Con “Lo dijo Casandra”, Rubén Darío Zuluaga Gómez**, profesor de la Universidad de Caldas, ofrece una obra ecléctica y heterogénea, rica y profunda, particularmente variada en su estilo y en sus temas, pero de la que se desprende una gran coherencia de conjunto.

En primer lugar, el título plantea un interrogante: ¿Por qué “Lo dijo Casandra”? Casandra es una mujer sublime, una pitonisa de la mitología griega a la que Apolo quiso seducir y, para ello, le concedió el don de la profecía. Sin embargo, cuando ella lo rechazó, él le escupió en la boca, lo que la privó de toda posibilidad de ser creída. Antes de llevarnos de un texto a otro, ¿se refiere el autor a visiones del futuro? ¿A la falta de fe? ¿A la falta de comprensión? ¿Al vínculo entre la palabra y el otro? ¿A la función poética del lenguaje? ¿A un retorno a los orígenes del pensamiento? ¿A las profecías y a visiones?

El personaje de Casandra está presente en la literatura, en Boccaccio, Ronsard, Schiller, Wolf, Sartre. Pero, más recientemente, nos hará pensar en el escritor y etnólogo francés Jean Laude con su largo poema “Le Dict de Cassandre” (El Dictado de Casandra) que representa una especie de testamento de Casandra en forma de monólogo, donde la palabra “Dict” significa al mismo tiempo “palabra poética”, “máxima” o incluso “relato”. Pues es de este conjunto de significados de lo que tratan los textos de Rubén Zuluaga.

En segundo lugar, todo el libro está escrito en forma de prosa poética, con un cierto lirismo en el que las figuras retóricas como la metáfora, pero también los oxímorones y las antítesis, desempeñan un papel central. A través de ellas, el autor parece poseer una llave que abre la puerta a otro mundo y da respuesta a algunas cuestiones relacionadas con la propia existencia. Además de esta obra poética, los textos varían de género, desde el ensayo al monólogo teatral, pasando por la narración, la ilustración y la autobiografía.

Hay muchas influencias explícitas o implícitas en esta obra. La Antigüedad tiene un rol esencial, remitiéndonos al título, pero también a Platón y Aristóteles, en particular a la Poética. La poesía desplegada remite a la filosofía de Kant, Hegel o Nietzsche, y abundan las referencias literarias, destacando, sobre todo, Dostoievski, pero también Borges, Keaton, Homero o Shakespeare. En cuanto al estilo de escritura, nos sumerge en una época que oscila entre el simbolismo de Mallarmé y el surrealismo de Aragón y Laude, pasando por el expresionismo de Ball. Esta relación con las referencias literarias revela una trayectoria vital inmersa en el arte y la literatura.

En cuanto a los temas abordados por Rubén Zuluaga, son múltiples sin alejarse de las visiones oníricas, simbolistas y surrealistas en las que puede evolucionar el hombre. Algunos textos tratan de los orígenes de la vida, especialmente del ser humano, estableciendo el vínculo entre un origen físico y un origen simbólico, incluso mitológico, del tiempo. A través de la puesta en escena de este tipo de profecías, se tiene la impresión de asistir al nacimiento del Universo, al Caos de los orígenes, al desarrollo de la naturaleza, a las primeras tribus, al surgimiento de las sociedades hasta la modernidad, a la complejización de las relaciones sociales, a la importancia de los sueños, del amor, de lo imaginario donde perdura el misterio del mundo y de la realidad que hay detrás.

La relación con la naturaleza establece la correspondencia entre la Naturaleza misma y la naturaleza del hombre, y tiene algo profundamente colombiano, apegado a la tierra, a las raíces; pero también, esta naturaleza con sus aspectos a veces humanistas, guarda algo de cierta violencia natural, sin juzgarla. La relación con la naturaleza se confronta entonces con la Modernidad desarrollada por el hombre, simbolizando también a Dios frente a la tecnología; el hombre moderno materialista, en particular el político, es objeto de cierta crítica mordaz e irónica en relación con una verdad simbólica.

En este mundo antiguo y moderno desarrollado por los textos, se revela poco a poco el vínculo con la cotidianidad. La experiencia a través de los sentidos se codea con los diferentes aspectos de la vida, los sueños, el día y la noche, el amor, el desengaño, la filiación. Estos aspectos abren hacia una forma de introspección donde el humor ayuda a iniciar el viaje interior que permite el lenguaje poético, hasta la pregunta universal: ¿Quién soy yo? Este cuestionamiento remite a la propia vida del autor, especialmente en la última parte de la obra, que trata de la madre, del padre, del nieto, de la violencia y de la transmisión; pero también en otras partes, a lo largo del libro, tal vez más íntimas, que evocan algo de un sufrimiento ligado a la mujer, al niño, a la infancia. Sin hacer una hermenéutica del texto, me viene a la memoria esta frase atribuida al célebre escritor francés Gustave Flaubert: “Madame Bovary, c’est moi” (Madame Bovary, soy yo); una frase apócrifa nunca pronunciada por el autor que subraya tanto la mezcla entre leyenda y realidad, como el hecho de que, aunque no hable de sí mismo, un autor crea en función de su identidad, de sus conocimientos, de su subjetividad. A través de la nostalgia, a veces parece que se trata simplemente de una invitación a seguir siendo un niño.

Introspección, autobiografía, sueños, simbolismo, surrealismo conducen a una inmersión en el inconsciente, pero ¿cuál? ¿El del autor? ¿Un inconsciente colectivo? La dimensión mitológica de ciertos textos, la fuerza de los símbolos, el juego de lo imaginario con sus fantasmas y demonios son la imagen de representaciones construidas durante la infancia y subrayan una dimensión más profunda del ser humano y de su existencia. Las referencias a Jung recuerdan implícitamente los arquetipos que están en la raíz del inconsciente y que se reflejan en los sueños y en el lenguaje poético. Y los símbolos y la relación con la tierra colombiana recuerdan el trabajo de Jean Laude como etnólogo africanista. Por momentos, este viaje a las infinitas profundidades que revela la creación poética alude a cierta locura; pero al fin y al cabo, ¿qué es la locura? Para no preguntarse qué es la normalidad.

La creación poética ocupa así un lugar esencial, por no decir todo el lugar en estos textos, para constituir el corazón de los mismos. Remite al misterio de la creación, tanto artística como del mundo, que se inscribe en la relación del poeta con su propia estética. El lenguaje, en particular a través de la metáfora, permite, como demostró Baudelaire en su poema “Correspondances” (Correspondencias), poner en relación mundos diferentes. Abre una metafísica, nos permite atravesar el espejo, entrar en otro universo, hace aflorar lo misterioso y lo desconocido. Es un verdadero viaje al interior de la mente y de lo invisible.

La relación con el lenguaje, con la poesía, se convierte en un elogio del arte, un elogio de la vida artística frente al materialismo; un canto a la vida, como si el autor intentara dejar algo de arte en el mundo. Para identificar este “algo”, si tuviera que elegir una sola frase de la obra de Rubén Zuluaga, que resumiera el conjunto de esta creación, sería “¡Todo dogma niega la risa!”. Esta frase, escogida subjetivamente por mí, lleva en sí todo el trabajo realizado; resume la coherencia y variedad del estilo, de los géneros, de los temas: la creación se encuentra en la libertad, porque es la libertad, en definitiva, lo que está en juego en la creación poética, en el lenguaje y en la vida.

Además, probablemente uno de los elementos más fuertes de la obra sea el “eterno retorno”. Aunque Nietzsche sólo se mencione una vez y más allá del texto del mismo título, esta noción es trascendental para los escritos de Rubén Zuluaga, y la obra de Nietzsche permite comprender la relación entre la naturaleza de los orígenes y una violencia sin juicio, más allá del bien y del mal. En fin, todo vuelve. La vida, la muerte, los días, las noches, el amor, la violencia y, más que todo, la poesía. Es un ciclo eterno en el cual estamos todos encerrados, pero del cual nos libera la misma poesía.

Por último, “Lo dijo Casandra” representa una experiencia única de Rubén Zuluaga; uno se pregunta por la dimensión autobiográfica oculta tras los símbolos presentados y las visiones nostálgicas adormecidas por el humor. Es un resumen de lo que debe ser un autor: un poeta, un filósofo, un artista y un escritor; es todo un mundo por descubrir. Puede haber mil y una opiniones sobre esta obra e invito a todos a tener la suya. Esa fue la mía.

*Profesor de la Universidad de Caldas. Lingüista y escritor.

**Presentación del último libro del actor, director, dramaturgo y amante del teatro desde la adolescencia. Crítico y ensayista. Colaborador en periódicos y revistas nacionales e internacionales en artes escénicas. Licenciado en Artes Escénicas y Magister en Filosofía de la Universidad de Caldas.