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Lo miserable del ser humano

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 10/01/2023

Resulta fascinante la confluencia de varios idiomas en la pluma de grandes escritores para darnos la oportunidad de disfrutar obras que de otra forma no hubiera sido posible acceder. En esta oportunidad tenemos originalmente al escritor polaco Joseph Conrad, con El  agente secreto, cuya versión original fue en inglés, con prefacio del prestigioso novelista alemán, Thomas Mann y la traducción al español a cargo del escritor chileno, Jorge Edwards.

Esta apropiación de la lengua del país que ha acogido a innumerables escritores, se ha dado con más frecuencia de la que creemos. Vale la pena mencionar al checo Milan Kundera, quien al tener que abandonar su país, escogió vivir en Francia en donde asumió su lengua e hizo todo su desarrollo novelístico con ella. Igualmente es digno de mencionar al cubano Guillermo Cabrera Infante, quien exilado en Inglaterra, utilizó el inglés como herramienta para plasmar su creación. Todos lo han hecho como tributo de gratitud al país que los acogió. Al respecto Thomas Mann acota:

El enamoramiento fortuito del modelo vital de otra nación, la emigración decidida y radical, la completa naturalización personal y espiritual en un ámbito extranjero, como si de la corrección por parte del intelecto humano de un error de la falible naturaleza se tratase, se repite al parecer con relativa frecuencia en la historia de la cultura y la poesía, y quien comparta la sana reverencia por lo natural… constatará con satisfacción una liberalidad en lo nacional cuyo resultado no ha sido la perdida de la cultura y la muerte intelectual, sino un logro intelectual admirado por todos los pueblos.

El nombre original del escritor polaco era Józef Teodor Konrad Nałęcz-Korzeniowski y al recibir la nacionalidad británica adoptó el de Joseph Conrad. Nació el 3 de diciembre de 1857, en el seno de una familia de la baja nobleza en BerdychivPodolia, hoy situada en Ucrania y por entonces en la Polonia ocupada por los rusos. Su padre combinaba la actividad literaria como escritor y traductor de Shakespeare y de Víctor Hugo con el activismo político al servicio del movimiento nacionalista polaco por el que sufrió una condena a trabajos forzados en Siberia. La madre de Josef murió de tuberculosis durante los años de exilio, él tenía ocho años,  cuatro años más tarde fallece su padre, al que se le había permitido volver a Cracovia. Lo recoge y ampara entonces su tío Tadeusz Bobrowki, pero a los diecisiete años Conrad deja Cracovia por Marsella y comienza su vida sobre el mar en un barco mercante francés. Esa experiencia cambiaría su vida ya que con ella nacería una pasión (que no abandonó jamás) por la aventura, por los viajes, por el mundo del mar y por los barcos.

Para él, el ideal del trabajo en la marina se centraba en la gran potencia inglesa y su poderío naval, lo cual lo alentó a aprender el inglés, pues no bastaban su polaco, su ruso y su francés, de esta manera su deseo se cumplió con creces y no solo pudo acceder al mar, sino al territorio británico, del cual llegaría a conocer a fondo la sociedad que lo conformaba, sus potencialidades, debilidades y demás características de la época.

Además de disfrutar en medio del mar, su destino elegido, supo plasmar esas vivencias en los relatos que nos dejó como novelas no solo de aventuras, sino de tragedias y desgracias, que retrataron lo mejor y lo peor del ser humano. Quedan como claros testimonios: El espejo del mar (2012), Lord Jim (1900), La locura de Almayer (1895), El negro del Narciso (1897), Nostromo (1904), La línea de sombra (1917) y El Pirata (1923). Merece especial mención la descripción que logró del despojo que realizaron los europeos a los nativos en el África de donde extrajeron el marfil y el copal canjeando estos por baratijas, esa narración la consignó en El corazón de las tinieblas (1902).

Si bien es cierto la mayoría de su obra fue desarrollada en relatos marinos en los cuales las vicisitudes, los peligros y las explosivas situaciones desencadenadas por los largos encierros y tristes penurias, no es menos grandiosa su elocuencia en las narraciones eminentemente terrestres, como lo resalta Thomas Mann:

Pero su masculino talento, su anglicismo, su amplitud de miras, su mirada incisiva, fría, pero llena de humor, su nervio narrativo, su fuerza y su seria alegría, no pierden un ápice cuando pone los pies en tierra firme y contempla, analiza y plasma con enorme equilibrio crítico y estético la vida social en tierra.

Este es el caso que nos presenta en El agente secreto (1907), en el cual podemos apreciar todas las intrigas de la época a través de la historia que ocurría en una embajada de un país oriental, en Londres, a la cual estaba adscrito un personaje muy particular, quien creía estar realizando un papel muy importante para la seguridad mundial, pero su contraparte, el primer secretario de la embajada, no pensaba lo mismo y luego de ridiculizarlo, humillarlo, menospreciarlo, amenazarlo y darle un ultimátum, supo utilizarlo en una operación miserable.

Esa mirada del diplomático sobre la estabilidad reinante lo perturbaba al punto de hacerlo afirmar ante el agente secreto:

–La vigilancia de la policía, y la severidad de los magistrados. La blandura del procedimiento judicial de este país, y la completa ausencia de medidas represivas, son un escándalo para Europa. Lo que se requiere ahora es un aumento de la intranquilidad, de la agitación que sin duda existe… El apego sentimental de este país por las libertades individuales es absurdo.

En esa charla tan poco amable y menos diplomática, se fraguó el destino final del agente y fue concluida con total claridad por parte del secretario: Usted no puede contar por mucho tiempo con sus emociones, sean de lastima o de miedo. Para que ahora tenga alguna influencia en la opinión pública, un atentado con bombas debe ir más allá de la intención de venganza o terrorismo. Debe ser puramente destructivo.

Esta sentencia de muerte desestabilizó al señor Verloc, quien no veía una salida clara a tan crucial encargo, que además era parte ahora de su labor so pena de perder no solo su empleo, sino su realización como persona, su prestigio y quien sabe que otras cosas más.

En medio de todo ese drama, Conrad nos va mostrando como transcurre la vida en esa sociedad, analiza el papel de los policías y los malhechores (quienes reconocen las mismas convenciones, y tienen un conocimiento práctico de los métodos del otro y de la rutina de sus respectivas ocupaciones), la burocracia, los círculos de poder y sus intrigas, los salones culturales, las labores de los anarquistas de escritorio o de arengas públicas, posando de peligrosos individuos, pero regodeándose con la sociedad que cuestionan y que muchas veces los amparan de supuestos peligros que les acechan de parte de sus perseguidores.

Conrad escribe como si estuviera actuando y sabe lo que especula el criminal y lo que considera el investigador, veamos ambos puntos de vista:

En todas las eventualidades que había previsto, el señor Verloc había hecho sus cálculos con una visión correcta de la lealtad instintiva y de la ciega discreción de Stevie. La   única eventualidad que no había previsto lo había dejado consternado, en su condición de persona humanitaria y de marido afectuoso. Desde todos los demás puntos de vista constituía más bien una ventaja. Nada puede equipararse a la eterna discreción de la muerte.

Y en cuanto al investigador: El valor práctico del éxito depende en no poca medida de la forma como uno lo mira. Pero el destino no mira nada. No tiene discreción.

En cuanto a la señora Verloc, es de resaltar la vida miserable que arrastra quien renunció a un amor de juventud, por preservar la vida de Stevie, su hermano limitado mental, a quienes acogió con cariño el señor Verloc en su casa. Ella se convirtió por motivos de gratitud, en una abnegada ama de casa, sin mayores exigencias y con mucha tolerancia y silencio frente a las extrañas actividades de su marido y sus habituales contertulios. Ella adoptaba el punto de vista frio y razonable de que mientras menos exigencias se impusieran a la bondad del señor Verloc, más probabilidades había de que sus efectos tuvieran una larga duración.

En esta tragicomedia Conrad retrata la sociedad de esa época, la cual no ha cambiado demasiado, al igual las relaciones de Inglaterra con el resto de Europa, parecen una copia un poco refinada de las actuales y asombrosamente el parangón del papel de Rusia frente a Occidente, ni para que profundizar más. Como vislumbró Nietzsche “el eterno retorno”, para bien o para mal.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.