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Luis Sepúlveda: el eterno soñador

Por: Germán Sarasty M.*

Fecha de publicación: 01/06/2020

No se cansa uno de leer a este escritor y gran personaje, que utilizó todos los recursos estéticos para dejarnos su mensaje…

Al referirnos a Luis Sepúlveda (Calfura Ovalleregión de Coquimbo, Chile, 1 de octubre de 1949-OviedoAsturias, 16 de abril de 2020), difícil es separar sus libros y su vida, ya que en la mayoría de ellos está plasmada su biografía por medio del préstamo que hace a alguno de sus personajes, de partes de su propia existencia, ya que él mismo dijo que las autobiografías no son más que vanidad.

Su vida llena de altibajos emocionales y situaciones de riesgo fue configurando un personaje casi de novela, escritor, cineasta, activista político, periodista, viajero incansable; un gran hombre ético, solidario y ante todo, un humanista. Su formación la realizó en el Instituto Nacional en Santiago y luego en la Universidad de Chile ingresó a la Escuela de Teatro. Posteriormente en Alemania, durante su exilio, hizo su licenciatura en Ciencias de la comunicación, en la Universidad de Heidelberg. Como parte de esa vida novelada, en 1971 se casó con la poetisa Carmen Yáñez, después del nacimiento de su hijo Carlos Lenin, el matrimonio se terminó, pero en Alemania veinte años después, hubo un reencuentro amoroso.

En 1973 después del golpe militar encabezado por Pinochet, fue encarcelado casi tres años y luego su pena de 28 años de prisión, fue conmutada por ocho años de exilio. En 1977 abandonó Chile y comienza una diáspora que lo llevará de país en país, de revolución en revolución, de guerra en guerra, hasta ir encontrando un poco de sosiego y mucho de conocimiento que fue plasmando en sus libros, que hoy disfrutamos. Su periplo en Latinoamérica incluyó: Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, Perú y Ecuador, en donde conoció a los indios shuar, que le dieron tema para uno de sus más elogiados y premiados libros, El viejo que leía novelas de amor.

Después de haber participado en la rebelión sandinista, circunstancia que le produjo un amargo sabor, por la defraudación de los dirigentes de ese entonces, se instaló en Hamburgo, en donde trabajó como corresponsal de prensa, lo cual le facilitó su espíritu de nómada; luego su vinculación con el movimiento ecologista Greenpeace, le permitió viajar, entre 1983 y 1988, por los mares del mundo.

Su espíritu aventurero lo tuvo desde pequeño. Dijo que empezó como lector, viajando de la mano de los escritores; hablaba sobre la necesidad de descubrir el camino y echarse a  andar, que no quería oír, sino vivir. Afirmaba que hay muchas maneras de aprender lo inherente al oficio, pero que tuvo la gran ventaja de tener grandes mentores, que desde temprana edad lo ayudaron a descubrir su condición de narrador, pero siempre tuvo algo muy claro: Vivir intensamente compensa cualquier dificultad y cualquier sacrificio, vivir a medias ha sido siempre castigo de oficio de mediocres.

Vivía orgulloso de su oficio y sostenía que sus viajes o salidas no eran para buscar historias, o confirmar hipótesis, la vida está llena de historias que están eligiendo a alguien que las cuente. “Se trabaja sobre una idea, hasta que se vuelve una obsesión, esto se traduce en un texto que se convierte en literatura y hace del escritor un creador de belleza”, insistía en que el relato de los vencedores, lo hacían los historiadores, pero el de los perdedores, le correspondía a los novelistas, los cuales los engrandecían.

Consideraba la del escritor, una de las mejores profesiones del mundo, además la más antigua. Escribo porque me gusta y porque no sé hacer otra cosa… lo hago solo por el placer de la palabra escrita y también porque a través de esa palabra escrita puedo manifestar mi punto de vista con respecto muchas cosas que considero bien y de muchas cosas que considero mal. Con la literatura me relaciono de una manera lúdica, alegre, porque sé que soy además un artista capaz de crear belleza.

Su carrera signada por la excelencia se vio reflejada en su treintena de libros, con múltiples traducciones, ediciones y puestas en escena en varias películas; más de treinta distinciones y premios internacionales como: Caballero de Las Artes y las Letras de la República Francesa. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Toulon, Francia. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Urbino, Italia. Premio Tigre Juan, 1988 por Un viejo que leía novelas de amor; además en 1992 Premio France Culture Etrangêre y Premio Relais H d’Roman de Evasion, por el mismo libro.

Su carrera de trotamundos trató de anclarlo en Gijón, España, en donde se radicó desde 1997 y allí,  fiel a su vocación,  fundó y dirigió el Salón del libro iberoamericano, que todos los años se celebra en la segunda semana de mayo, pero la vida nos reserva muchas sorpresas; a finales de marzo luego de su regreso de Póvoa de Varzim (Portugal), donde había participado en un festival literario fue diagnosticado de Covid-19. El escritor, guionista y director de cine falleció el 16 de abril, a los setenta años, en el centro hospitalario de Oviedo tras más de un mes y medio batallando contra el virus. Vecinos de la ciudad lo homenajearon el 23 de abril, Día del Libro. Centenares de personas se asomaron ese mediodía a sus ventanas para agitar libros y aplaudir durante varios minutos al vecino y escritor quien será propuesto como hijo adoptivo.

Su recorrido vital, sus aprendizajes, sus experiencias y sobretodo su sensibilidad, supo plasmarla en sus relatos, como en el caso de Un viejo que leía novelas de amor, en el cual su estadía con los indios shuar, le proporcionó la vivencia, el conocimiento y la firmeza para hacer tan cinematográficas descripciones de las aventuras de colonos, cazadores, salvajes y toda clase de depredadores, que siempre medran en estas tierras de la Amazonía. Un cazador en busca de pieles mata a un tigre que cuida unos cachorros y veamos su descripción:

           Piense, excelencia. Tantos años aquí y no ha aprendido nada. Piense. El Gringo hijo de puta    mató a los cachorros y con toda seguridad hirió al macho  Mire el cielo, está que se larga a llover. Hágase el cuadro. La hembra debió de salir de cacería para llenarse la panza y amamantarlos durante las primeras semanas de lluvia. Los cachorritos no estaban destetados y el macho se quedó cuidándolos. Así es entre las bestias, y así ha de haberlos sorprendido el gringo.

              Ahora la hembra anda por ahí enloquecida de dolor. Ahora anda a la caza del hombre. Debió de resultarle fácil seguir la huella del gringo. El infeliz colgaba su espalda el olor a leche que la hembra rastreó. Ya mató a un hombre. Ya sintió y conoció el sabor de la sangre humana, y para el pequeño cerebro del bicho todos los hombres somos los asesinos de su carnada, todos tenemos el mism olor para ella.

No menos espectacular el relato de la mordedura de una serpiente: De los shuar aprendió a desplazarse por la selva pisando con todo el pie, con los ojos y los oídos atentos a todos los murmullos y sin dejar de balancear el machete en ningún momento. En un instante de descuido lo clavó en el suelo para acomodar la carga de frutos, y al intentar asirlo nuevamente, sintió los colmillos ardientes de una equis entrando en su muñeca derecha.

A los dieciséis años su viaje iniciático a la Patagonia, le servirá complementado con su paso por el grupo movimiento ecológico Greenpeace y su carrera de corresponsal de prensa, para describir los atentados a la naturaleza por parte de magnates internacionales que mueven por mar desechos de todo tipo para descargarlos en países indefensos o ávidos de algún dólar, la infame deforestación, la pesca industrial, por succión practicada por infames navieras de todo tipo de bandera, son los modernos corsarios y para completar, la caza de ballenas, prohibida por tratados internacionales, que no afectan a estos depredadores. Todo esto lo trata en Mundo del fin del mundo. Para empezar narra el exterminio de los indígenas, para implantar la civilización y con ella la propiedad privada:

            Mi madre fue víctima y testigo de uno de los grandes genocidios de la historia moderna. Hacendados que hoy son venerados como paladines del progreso en Santiago y Buenos Aires practicaron la caza del indio, pagando primero onzas de plata por cada par de orejas y luego por testículos, senos y finalmente por cada cabeza de yagan, ona, patagón o alacalufe que les llevaran a sus estancias.

Y si no hubo objeción en exterminar humanos, menos la habría para inmisericorde sacrificio como el de las ballenas, usando los más mortíferos sistemas de caza:

         Había muy poca luz, pero nos bastó para conocer el estilo de caza del capitán Tanifuji. ¿Escuchó hablar alguna vez de la caza de caballos a la australiana? Es muy sencillo: en helicópteros buscan la manada de caballos salvajes y esperan la llegada de la noche. Entonces, con poderosos reflectores los enloquecen de miedo, los caballos corren en círculos, sin alejarse, y los cazadores los ametrallan desde el aire.

            Por eso espero Tanifuji el helicóptero en Corcovado. Y allí, en Gran Ensenada,   ametrallaba ballenas que acudían curiosas a la llamada de los reflectores.

            Al amanecer los japoneses seguían subiendo ballenas muertas a bordo. Los vimos izar  unas veinte, una tras otra, y habían trabajado toda la noche sin descanso por lo que es imposible saber cuántas mataron. El agua de la ensenada hedía a sangre y por todas partes flotaban restos de piel.

No se cansa uno de leer a este escritor y gran personaje, que utilizó todos los recursos estéticos para dejarnos su mensaje, como en el caso de su relato Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, con el agregado Una novela para jóvenes de 8 a 88 años, escrita según lo dijo, como un homenaje a Hamburgo la ciudad que lo acogió tan amablemente en una época tan aciaga para él. En esa historia se nos revela como un fabulista que muestra a través de los animales lo más vil y elocuente del ser humano. Constituye una verdadera historia de amor y desprendimiento.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas