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Maestro Jesús Franco

Por: Octavio Hernández Jiménez*

Fecha de publicación: 22/01/2022

Paz en la tumba del Maestro Jesús Franco. Falleció el viernes 21 de enero de 2022. Nació en Sevilla (Valle) y desde muy joven se trasladó a vivir en Manizales, ciudad donde desarrolló su fructífera y reconocida vida artística y profesional como profesor, durante muchos años, del programa de Artes Plásticas de la Universidad de Caldas.

Connotado acuarelista, este texto escrito por el profesor Octavio Hernández Jiménez introduce el libro Caldas en las acuarelas de Jesús Franco, editado por la Gobernación de Caldas con motivo de la celebración de los 90 años de edad del Maestro Chucho Franco en el año 2019.

La región del Gran Caldas ha sido por su geografía, hidrografía, topografía y por su alma impregnada de verdes diluidos en agua, un edén para los artistas que pintan con acuarela. Teodoro Jaramillo (Ibagué, 1913 – Manizales,1983), profesor de acuarela en Bellas Artes de Manizales, recorrió el país fijando su mirada en lugares como las playas del Pacífico y las viviendas de los negros de ese litoral; de esos recorridos dejó sus documentos gráficos en acuarela. Robert Vélez Sáenz (Manizales, 1918 – 1989), fue arquitecto, retratista en óleo, acuarela y acrílico. Bernardo Arias (Pácora, 1945), ha trabajado con acierto el grabado y la pintura sobre papel, con magníficas obras en técnica mixta con tinta, óleo y acuarela. Jenaro Mejía (Manizales, 1951), es arquitecto y pintor de acuarela y óleo.

A los mencionados agregamos a Jesús Franco nacido en 1929, en Sevilla (Valle) y radicado en Manizales desde 1960, como profesor en el programa de Artes Plásticas de la escuela de Bellas Artes de la Universidad de Caldas. Por muchos años combinó su labor docente con la pintura en acuarela. Al jubilarse consagró su vida de artista al retiro campestre, en La Francia, al occidente de Manizales, en donde, acompañado de su esposa, los perros y su familia, además del jardín saturado de flores y de los trinos de las aves que lo visitan, cultiva varias técnicas de pintura entre ellas la acuarela, técnica típicamente inglesa que, en la última etapa de su vida, como a otro Turner, lo llevaría al óleo. Ah, y a la tertulia permanente con sus amistades.

“Chucho” Franco, hipocorístico con el que se le conoce, ha expuesto en Medellín, Bogotá, Buenos Aires, Quito, Manizales, Sevilla, Santa Marta y quince localidades más. La Imprenta Departamental de Caldas le publicó un libro de gran formato titulado Acuarelas de Franco Ospina. En estas obras se perciben las sensaciones de belleza y soledad.

En el año 2003, Jesús Franco participó en la I Trienal de Acuarelistas que se llevó a cabo en la Quinta de Bolívar de Santa Marta. Tomaron parte 74 acuarelistas de 9 países: España, Italia, México, Cuba, Japón, Francia, Rusia, China y Colombia. Por Colombia fueron seleccionados: Hernán Lemaitre, Adriana, Patiño, Clemencia Vásquez, Diomedes Vargas, Gonzalo Castellanos, Ignacio Consuegra, Jenaro Mejía, Jesús Franco, José A. Hernández, Juan Abondano, Juan Bernal, Juan Manuel Jaramillo, Luis Eduardo Villa, Manuel de los Ríos, Martha Caicedo, Ricardo y Roberto Angulo, Roy Pérez y otros artistas. Antes, había participado en el II Salón Nacional de la Acuarela realizado en Medellín, en 1982, en el que ocupó el primer puesto “Eladio Vélez”, en la categoría de Paisaje.

El poeta antioqueño Jorge Robledo compuso un tríptico de sonetos en los que evoca sensaciones inspiradas en las acuarelas de “Chucho” como la constante consagración de la naturaleza y la obra del hombre.

Cada acuarela suya, diluida con lírico realismo, representa un homenaje al paisaje del Gran Caldas. Casi siempre contempla la naturaleza andina, sus vertientes encajonadas, chorros, cascadas, las plantas de los montes y los sembrados, las descomunales moles grises como caparazones de tortugas, los troncos y los bejucos que se columpian sobre las quebradas, la sinfonía in crescendo del agua pocas veces estancada, las lagunas en que se copian las tardes, los paisajes ariscos y evanescentes por donde sube perezosa la neblina rumbo a los cafetales y los picos de nuestras montañas. El agua ha sido su materia prima y la técnica también ha sido el agua.

El paisaje real es una cosa y la visión que el artista logra hacer de él es otra. El pintor se interpone entre el público y la realidad. Como pocos pintores, Jesús Franco estaba preparado para hacerle a Caldas, en el primer Centenario de fundación (1905-2005), un reconocimiento plástico acorde con la naturaleza y el espíritu de los caldenses. Su mirada no era romántica e idealista sino más bien de particular interpretación. En sus acuarelas, la vegetación es vista con mirada evocadora representada por esa neblina que se extiende como una cortina. En las hojas, los troncos y las cortezas de sus árboles, palpita la vida.

Para la celebración del I Centenario de creación del Departamento de Caldas, Jesús Franco realizó 27 acuarelas, una por cada municipio caldense. En su propuesta ofrece panorámicas de cada una de las áreas urbanas vistas desde el entorno: una montaña, un cerro, un guadual, una cerca, la silueta de un tronco reverdecido y, en lontananza, en el centro o a un lado, el conglomerado tan apacible como una majada dispuesta a pasar, allí, la tarde.

El acuarelista no se metió por calles, callejuelas o vericuetos en búsqueda de sus habitantes o de los oficios a los que se dedicaban, sino que contempló cada pueblo según la ubicación topográfica. Se trata de un acercamiento a cada poblado. Dominando esos escenarios aparecen las torres de los templos que, en la cultura cristina, equivalen a los alminares de las mezquitas. A sus lados se desperdigan las casas del período de poblamiento, casi siempre de bahareque con tejados de barro, paredes blanqueadas con cal, zancos de guadua, abismos y cañadas, enredaderas festivas y guayacanes agobiados de flores que se mecen bajo el toldo de nubes regordetas. Expuso parte de la colección de acuarelas de los 27 municipios de Caldas en varias localidades como el Club Tucarma de Apía y el Club Chamberí de Salamina.

La Gobernación de Caldas adquirió la totalidad de esa serie de acuarelas regionales pero la ciudadanía les perdió la pista. En 2015, María Elena Estrada las trataba de ubicar en las principales oficinas del magnífico Palacio Amarillo de Caldas. Unos opinaban que, por lo menos, convendría darles un vistazo antes de que desaparecieran y otros criticaban la propuesta pues el destino de las obras de arte no es colgarlas como objetos decorativos en distintos espacios desvertebrados de cualquier contexto. En los despachos, embebidos en preocupaciones prosaicas, los visitantes de paso no sacan tiempo para mirarlas.

Es copiosa la obra del Maestro Jesús Franco. A comienzos del siglo XXI donó un conjunto de acuarelas a la Casa de la Cultura de su tierra natal que es una estancia en la amplia penumbra de sugestivos espacios. En ella instalaron las obras con apropiada iluminación. Los sevillanos manifiestan su orgullo ante el patrimonio legado por el artista al que condecoraron con la Medalla Hijo Ilustre de Sevilla, en el año 2000.

Casi una paradoja: una de las formas más etéreas del arte como es el trabajo con las manchas de agua se apresta a conservar, en el tiempo de los venideros habitantes del Gran Caldas, las caricias de unas acuarelas sensuales.

En la temporada de jubilación como profesor del programa de Bellas Artes, Jesús Franco tornó al redil del óleo sobre lienzo, con estilo semiabstracto en el que mezclaba colores y formas geométricas con sombras desvanecidas, mucha penumbra y demasiadas alegorías. Se trata de óleos con signos dispuestos en distintas atmósferas.

Ante los bosquejos de los miembros de su crecida familia y ciertas efigies de personalidades nacionales retratadas por él, se puede pensar que Jesús Franco pudo ser un buen retratista, pero prefirió el paisaje.

En etapa reciente, pintó al óleo crucifijos que, como el mismo artista lo aclaró, “no (aparecen) como una expresión religiosa sino como una denuncia frente al poder de quienes hani8uuuuuuuuuuuuuujkiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii utilizado sus conocimientos para dominar el mundo”; obas que entonan un miserere por el dolor humano. En otro cuadro exalta a Antígona a la que ve como una representación de las mujeres que lloran a sus muertos. “Como esta protagonista griega, son muchas las mujeres que han padecido la violencia, no solo en Colombia, sino también en España, la de la Guerra Civil; en Europa, la de las dos guerras mundiales, en Bosnia, Vietnam, Afganistán, Palestina, Siria, en el Cono Sur, en Centroamérica y Venezuela. En todos los sitios del planeta donde haya guerras, siempre habrá Antígonas”.

Acrílicos abstractos, pensados, analizados, con su parte oscura y su parte alegre, con la utopía de vivir, la oscuridad por donde se filtra la vida. Obra que despierta sensaciones; la forma para materializar la espiritualidad de Chucho.

Formas abstractas que, si se muestran de otra forma, se perciben otros cuadros. Lecturas diferentes según sea la forma de asumir la vida. Volcanes que explotan en la noche, y al variar su posición, aparecen otros cuadros. Cuatro cuadros en uno. Sobre la obra abstracta, Chucho monologa. “Pintarlas me libra de tanta palabrería”. Es una visión onírica, según sus propias palabras.

No todo está dicho. Falta por mencionar de su trabajo artístico los elementos biológicos de profundidades marinas, los géiseres y los cenotes de los que cada observador trae un mensaje diferente. Ante el arte, todos percibimos sensaciones distintas. Ahí están esas renovaciones que no cesan.

Acuarela, lápiz, acrílico, óleo… El renovado tiempo del óleo, con ese penetrante olor a trementina, coincidió con el tiempo del escritor polémico que saca sus ratos para redactar prosa y versos, En su vida cotidiana, Chucho ha sido, desde siempre, contestatario. En las frecuentes tertulias que convoca en su casa “La Arcadia”, al calor de su verbo insistente, de un momento a otro, las pinturas de convierten en hogueras de palabras encendidas.

“Envejecer en muy duro” confiesa Jesús Franco. El problema de los años es que muchos envejecen tanto del cuerpo como del alma. La función del artista es resignarse al envejecimiento del cuerpo, pero no permitir que envejezca el alma de los que contemplan su obra.

*Escritor.