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Matrix, el blockbuster que citaba a Jean Baudrillard

Por: Andrés Rodelo*

Fecha de publicación: 09/12/2021

Desde el jueves 9 de diciembre, Cinépolis Manizales exhibe Matrix (1999), en la previa al estreno de Matrix Resurrecciones (2021).

¿Por qué acceder a esta u otra película ya no parece tan novedoso? Tener casi todo al alcance, gracias a las agitadas mareas del streaming, nos convence de que no es extraordinario que cierta cinta esté en alguna plataforma. Simplemente, debería estarlo.

Suena mal perder el asombro, aunque no tanto. En el fondo, hablamos de mayor acceso al cine. ¿O quizás la magnitud de una oferta tan colosal nos ha insensibilizado al punto de que simplemente dejó de importar? Bueno, ese es tema para otra ocasión. Quiero hablarles de Matrix (1999).

Que la película de las hermanas Wachowski llegue a HBO Max no justifica mayor entusiasmo, podrían decir algunos. Pero si vuelve a los cines, la experiencia adquiere capas de interés: no solo es verla, sino regresar a 1999 y ponerse en los zapatos del espectador que la disfrutó en la gran pantalla durante el estreno.

¿Quién sabe? A lo mejor ese espectador eras tú. Querrás revivir aquel día o bien sumergirte por primera vez en la experiencia a través de una pantalla grande, sonido envolvente y público. Cualquiera sea el caso, cualquiera el interés, podemos estar de acuerdo en que tener una obra maestra de hace 22 años en la cartelera es, cuanto menos, fascinante.

En los cines

Justamente, desde el jueves 9 de diciembre, puede verse Matrix (1999) en Cinépolis Manizales, un reestreno que ambienta la llegada de Matrix Resurrecciones (2021) el 23 de diciembre. Lana Wachowski dirige en solitario esta cuarta entrega que supone el regreso de la saga, exactamente 18 años después de que se estrenó Matrix Revoluciones (2003).

En esta era permeada de nostalgia y fan service, resulta apenas lógico que las glorias del pasado vuelvan a la primera línea del mainstream desde los anaqueles del archivo. La saga Matrix no es la excepción de esta tendencia empeñada en capitalizar el fervor de los fans por aquellos hitos de la cultura popular.

En medio de tanto producto anémico, complaciente y efímero de este fenómeno, es bueno saber que el asunto viene acompañado del regreso a los cines de las obras originales. Porque, si se fijan bien, el lío no está tanto en los éxitos que abren el camino, sino en la explotación inescrupulosa y desmedida que viene después, lo cual también le pasó a esta saga.

Profundidad y entretenimiento

El director ruso Victor Kossakovsky describió alguna vez al cineasta ideal como una mezcla entre Charles Chaplin y Andréi Tarkovski. Es decir, el encuentro entre la comedia y la solemnidad del arte más elevado.

Esa aspiración al entretenimiento y la profundidad es una excepción a la regla, pues las películas suelen inclinarse por un lado u otro. Y, en caso de buscar el equilibrio, no me interesan aquellas que lo intentaron, sino las que triunfaron. Esa proporción sí que es menor, porque no es nada fácil conseguirlo.

Matrix (1999) es,  con plena seguridad, una de ellas. Combina los dos enfoques con más gloria que pena. Lo evidencia que sea un objeto recurrente de las clases de filosofía para ilustrar postulados, teorías y deducciones acerca de la relación del hombre con la realidad, pero que a la vez sea ideal para pasar una tarde amena de domingo junto a tu padre.

Una clase de Descartes en medio de explosiones, combates al estilo artes marciales y un derroche de efectos especiales, lo cual es grandioso si se compara con aprender sobre Descartes en un salón gris y con un profesor de voz monótona. A propósito, cabe anotar que la película incluye un guiño al filósofo francés Jean Baudrillard mediante un cameo de un ejemplar de su libro Simulacros y Simulación.

Fantasía narcotizante

Las hermanas Wachowski consiguen ahondar en la ambición del componente filosófico, desplegarlo y ajustarlo de manera orgánica al espíritu blockbuster de la película. En lugar de fatigar, el argumento fluye por las vías del interés y la exposición clara de la historia. Lo curioso es que tampoco se torna ligera, como un tanque de Hollywood sin personalidad cuyo propósito es rendir al máximo en taquilla.

Antes bien, Matrix (1999) es compleja, siempre a la altura de sus aspiraciones. Un relato acerca de la desconexión, la alienación, la epifanía de la verdad, las arenas movedizas de la percepción, la distopía que adormece a sus dominados con una fantasía narcotizante y, sobre todo, la lucha de clases. En cada uno de estos aspectos, la obra se desenvuelve con una genialidad y maestría notables.

Y luego está el espectáculo, que no es un fin en sí mismo, sino otro medio al servicio de la historia. Un armazón de coreografías, persecuciones y combates que es una carta de amor a la destreza física y, en segundo lugar, a la letalidad de las armas de fuego.

Sus efectos especiales popularizaron el recurso del bullet time, técnica que emplea un centenar de cámaras para captar un instante de acción dramática y reproducirlo mediante un giro de 180 grados en el que los actores permanecen inmóviles. El resultado te roba el aliento, una pausa que cambia el ángulo de visión y le permite al espectador moverse por el espacio de ese momento congelado por unos segundos.

Neo (Keanu Reeves), inclinado hacia atrás en una línea perpendicular, mientras mantiene los pies en la tierra y esquiva una bala que amenaza con destruirlo, no es solo una imagen icónica de la franquicia, sino de la cultura popular, como da fe la numerosa cantidad de series y películas que han rendido homenaje a ese momento.

Las píldoras roja y azul

¿Qué lectura podemos hacer de Matrix? ¿Qué supone verla hoy en comparación con quienes lo hicieron en los albores de internet, es decir, 1999? Primero, la película adquiere mayor vigencia  con el paso de los años, lo cual es una característica de los clásicos que vencen el juicio implacable del tiempo.

La razón es que sus conceptos tienen hoy una mayor resonancia, como espejos que arrojan luces a cuestiones y fenómenos de la era digital, internet, las redes sociales, los juegos de identidades en los mundos real y analógico, la anestésica felicidad de los likes, etc. Todo eso, en 1999, podía considerarse ciencia ficción. Ya no.

¿Te inclinarás por la píldora azul o la roja? Sea cual sea la elección, es un lujo poder ver en pantalla grande ese mítico primer plano del rostro de Laurence Fishburne (Morfeo) y apreciar que en sus lentes plateados se refleja el dilema: en uno la palma que sostiene la azul, en otro la que ofrece la roja, en ambos un Keanu Reeves pensativo y temeroso. Pero el miedo no podrá contra el anhelo de ser libres, y entonces emprenderemos la aventura.

*Crítico de cine