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Mulán, un personaje decadente

Por: Rafael Santander*

Fecha de publicación: 23/01/2021

 Como forma de promocionar su nueva plataforma de VOD en latinoamérica, Disney estrenó a finales del año pasado un remake de Mulán, dirigido por Niki Caro. Después de su estreno logró un puntaje sólido de la crítica, 73 y 66 sobre 100, según registran las páginas Rotten Tomatoes y Metacritic respectivamente. El público, por otro lado, dejó claro que la película le pareció mediocre, lo evidencia el puntaje de 49% en Rotten Tomatoes y el 2.8 de 10 en Metacritic. Este caso resulta particular porque, aunque es común la discrepancia entre los puntajes de crítica y público, quien tiende a sobrevalorar los grandes estrenos comerciales es el público, no al contrario

En cuanto al puntaje positivo de la crítica los comentarios se refieren particularmente a la belleza de las imágenes y al espectáculo visual. Ciertamente, Mulán es una película hermosa y su factura es de altísima calidad. Y aunque esto por lo general merece un comentario positivo, cuando hablamos de Disney la técnica impecable es un a priori, no una virtud.

Este titán del entretenimiento lleva años de estrenos que destacan por su técnica pero que no generan mayor satisfacción. Dejan un mal sabor en la boca pese a “estar bien”.

Resulta risible que como productora Disney se preocupe tanto por crear “universos cinematográficos” y tramas que se entrelazan unas con otras en una macroestructura épica con líneas de tiempo y mitologías hiperelaboradas y que al mismo tiempo sea incapaz de lograr narraciones interesantes a pequeña escala. El interés de sus películas cada vez se debe menos a lo intrínseco de sus historias y cada vez más a su rol como vástago —a modo de secuela, remake o spin off— de su sobredimensionado catálogo de propiedades intelectuales.

Nunca me había molestado particularmente esta práctica, aunque siempre me había parecido innecesaria, pero lo que hicieron con Mulán me parece inaceptable. La versión animada sigue hablando con la misma frescura de hace veinte años. Incluso es posible afirmar que, ante la urgencia actual de narrar las historias de personajes femeninos fuertes e inspiradores en la gran pantalla, Mulán de 1998 es aún más relevante que en la fecha de su lanzamiento y muchísimo más que la versión del 2020.

Volver a contar historias tradicionales y cambiarlas para ajustarlas al contexto es algo común en la narración, Disney lo ha hecho desde sus inicios. La propia Mulán es un personaje tradicional en China que ha protagonizado diversas películas y narraciones, así que argumentar en contra de una película por no parecerse al material original es insensato. Aunque sí es posible examinar las variantes del mismo mito y preguntarse por lo que quieren decir las diferencias encontradas.

Ambas narraciones parten de la misma premisa: “Mulán, una joven china, suplanta a su padre en el ejército para defender al emperador”, pero las diferencias son muchas y nada sutiles. En la versión animada Mulán es una mujer corriente que a pesar de su edad no tiene interés en casarse. Desde la primera vez que la vemos, sentada en su cama escribiendo en su brazo lo que debe recitar de memoria a la casamentera, notamos su apatía. Esto cambia cuando se entera del reclutamiento de su padre. Para protegerlo toma su armadura y se escapa de su casa.

La nueva Mulán, en cambio, nace con altos niveles de chi, algo nuevo en esta versión. Desde niña tiene una agilidad sobrenatural y domina la lucha con bastón. Y aunque también entra al ejército para proteger a su padre, al ser una gran guerrera desde niña, su acto no es tan valiente ni significativo.

Mientras la primera se fortalece con el entrenamiento y la disciplina del ejército, la segunda pasa de esconder su habilidad a mostrarla. La primera se enfrenta al enemigo aunque la situación es desfavorable y la segunda nunca corre peligro. Incluso en la mitad de la película muere, pero su muerte no es dramática, así como muere vuelve a la vida sin dejar ninguna marca este suceso.

Si la versión animada es emocionante porque Mulán se enfrenta a los hunos a pesar del peligro que corre su vida y porque podemos presenciar su crecimiento mediante disciplina y esfuerzo, la nueva versión es aburrida porque nos muestra un personaje físicamente superior que no tiene ningún defecto y que no corre ningún peligro real.

El gran problema de Mulán consiste en que eso que la hace especial es lo mismo que le impide desarrollarse como personaje. Si la comparamos, por ejemplo, con Beth Harmon de Gambito de dama, otro personaje femenino reciente con habilidades innatas, podemos ver una gran diferencia en el tratamiento de este arquetipo. La arrogancia de Beth es su principal defecto, ésta le cuesta el título de campeona nacional y le impide llegar a su nivel más alto de juego. Las derrotas le permiten la perspectiva necesaria para considerar sus errores y solo mediante la disciplina, el estudio y el trabajo en equipo logra prepararse para vencer a los mejores.

Los mitos del innatismo y la genialidad me parecen nocivos, lo mismo que la Mulán de Niki Caro. Esta fantasía de poder que pretende ser inspiradora transmite un mensaje conformista. Transmite la idea de que el cambio es innecesario pues de nacimiento podemos ser la mejor versión de nosotros mismos. Y comunicar esto, sobre todo considerando que estamos en medio de una crisis sanitaria mundial, es irresponsable.

Más preocupante aún es que estos problemas no son exclusivos de esta película. La banalización de los personajes de Disney se está volviendo norma, trayendo consigo narraciones blandas que deben recurrir a un despliegue técnico espectacular, en el sentido estricto de la palabra, para producir una emoción que suplante la que el guión debería suscitar.

Si las narraciones, como afirma Jorge Volpi, son una forma de prepararnos para la vida, las películas en la que los personajes no se enfrentan contra un conflicto real, no tienen defectos, ni sufren derrotas, son productos colmados de cinismo y misantropía.

*Escritor – Realizador de Cine.