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Ni tan automáticas, ni tan metálicas, ni tan distópicas

Por: Andrea Ospina Santamaría*

Fecha de publicación: 27/05/2021

 Fue justo en un Festival de la Imagen, hace muchos años, que escuché por primera vez una frase que recordaré por el resto de mi vida: Podemos cerrar los ojos o la boca, pero nunca los oídos. Siempre me ha parecido que la escucha es un sentido infravalorado al que a veces se le niega su naturaleza de ser un requisito vital de la percepción del mundo. Por esta razón, en las propuestas artísticas ha sido un foco de exploración constante y en lo social un requisito indispensable.

Una de las áreas más fuertes de este Festival es sin duda el escenario sonoro, el cual, aunque suele estar concentrado en los puentes y paisajes (que lo han caracterizado por años), también se expande en las demás áreas.  Este año se podían navegar muchas obras que mezclan el sonido natural con el proveniente de la inteligencia artificial (mientras sólo se respaldan con la producción visual) pero hubo una en especial que me llamó la atención: el corto Tremendous Cream de MCai (Rusia) que se asemeja a un video de rap ambientado en los noventa cuya letra y música es seleccionada por medio de la inteligencia artificial, pensado como el perfecto artista contemporáneo al hacernos dudar de qué es lo que conforma lo que llamamos creación.

Entre estos ruidos electrónicos pienso una vez más que los nuevos medios hace mucho que son viejos. Hoy para algunos creadores la inteligencia artificial es parte de un ecosistema de convivencia, es una forma de co-creación más que una herramienta, mientras para otras personas del común es apenas una distopía digna de película de ciencia ficción. Esta contradicción es esperable cuando vivimos en una generación que abruptamente ha vivido desde el disquete hasta la nube, convirtiéndonos en parte de una evolución acelerada de todo un nuevo universo digital como nos recuerda el vídeo de Sebastián Sagot que mezcla imágenes y sonidos relacionados con este tipo de narrativa visual.

Sumándole a esto, llevamos dos años procurando acostumbrarnos a micrófonos, cámaras y bots que, aunque ya eran usuales en varios contextos, están cada vez más fundidos con nuestra casa y nuestro cuerpo, tema del que obviamente debía dar luces esta edición 2021. Por ejemplo, Antibodies es una instalación interactiva de TBD, que presenta una interminable reunión virtual donde podrías encontrarte con personas de cualquier parte del mundo y en la cual tus gestos tienen una respuesta a partir de patrones y sonidos. Otra obra que contrapone esta virtualización acelerada de nuestras actividades en estos tiempos de pandemia y cuarentenas, es la Agencia internacional de teletransportación de Martin Groisman que contrasta el aislamiento social desde un performance para simular viajes en realidades paralelas.

Vista del proyecto Agencia Internacional de Teletransportación de Martin Groisman

Desde la edición 2020 el Festival de la Imagen tuvo que enfrentarse al reto de ofrecer una programación online, con sus obstáculos y posibilidades. En este caso casi podríamos hablar de virtualizar lo digital, y aunque ha sido complejo en muchos sentidos, no dejan de asombrarme hechos tan sencillos como que en el foro de cine y digital podamos tener directoras que se presentan con su identidad virtual o la simultaneidad de plataformas a las que nos lleva un click.

Pero, además de todas estas infinitas posibilidades sensibles e investigativas de lo tecnológico, también estos ecosistemas compartidos con las máquinas y los códigos nos han llevado a interpelar su función, su alcance y lo que nos hace humanos. Nos han creado una verdadera relación más allá del simple uso.

Sin duda el acercamiento más interesante que he tenido hasta ahora con este tema ha sido la conferencia de Lasse Scherffig de Alemania, quien hablaba de la tecnología invisible. Él abarca aquel juego en que diseñamos para confundir a los códigos a partir de los cuales las máquinas logran leer el mundo. En muchos aspectos el diseño está pensado para el sistema y sus ambientes, incluso cuando se hace específicamente para ser invisibles hacia ellos. Poco a poco todo el contexto se modifica para dar más espacio a estos seres ya no tan automáticos ni tan metálicos como nos vienen a la mente. Desde las señales de tráfico que restringen la presencia de humanos, gafas para confundir el reconocimiento facial, espacios de trabajo pensados para robots, entre muchos otros inventos, hacemos intentos constantes de entender la máquina como humano y el humano como máquina, de hablar lenguajes similares que faciliten comprender un ambiente y una ecología digital (y, por tanto, no sólo humana).

Ahora bien, estas obras que piensan ciertos planteamientos de lo tecnológico más allá de siempre ser afirmativas, han llegado a plantearse problemáticas muy profundas desde la misma interactividad y las herramientas de lo mecánico, como pueden ser la obsolescencia programada, la privacidad, la energía que utilizamos y la forma en que todo esto nos utiliza a nosotros. Es urgente que, cómo muestran estas obras, dejemos de centrar nuestra atención y de medir la calidad del arte y el diseño según una innovación tecnológica, que a veces sólo busca impactar con más pantallas, cables y movimientos estridentes. Estos proyectos que en realidad logran reflexionar sobre los campos más avanzados, no sólo asombran en la utilización de herramientas, sino que dialogan necesariamente con los conceptos, contextos, historias y procesos humanos que hay detrás. Abandonan una carrera que se vuelve producción industrial extrema en lugar de crítica y sensibilidad.

Pensar y comprender la tecnología ha llevado a múltiples artistas a interpelar lo que consideramos mecánico y lo que no, y con ello, a reconsiderar en las acciones más cotidianas cómo son nuestras relaciones con los objetos y territorios. En el video de Paulina Martínez titulado Paseos Dentro, el cuerpo adopta la experiencia de una aspiradora robot preguntándonos ¿cómo convivimos con lo automatizado? ¿hasta dónde somos cyborgs permanentes? Por otro lado, la obra de Lasse Scherffig, Hill Climbing, persigue las pendientes de Manizales de forma autónoma y matemática con una relación visual y casi una burla en su planteamiento: ¿Cómo vivimos el territorio desde la inteligencia artificial? ¿Qué tiene lógica y qué no para estas nuevas formas de pensamiento que componen nuestro mundo? ¿Quién y cómo nos muestran la ciudad en internet?

Fotograma extraído de Paseos Dentro de Paulina Martínez, Media Art Festival de la Imagen 2021

Fotograma extraído de Hill Climbing, exposición virtual de Lasse Scherffig Festival de la Imagen 2021

El Festival de la Imagen es literalmente un mar de información en donde la mezcla entre tecnología, inteligencia artificial y arte nos ha hecho escuchar el sonido de nuestra cara, del vacío, del mundo sin humanos, de las bacterias y de tantas otras cosas; cuesta imaginar alguna imposibilidad en este mundo tan lleno de máquinas y de creatividad.

Ha sido toda una sorpresa encontrarme con estas propuestas que hackean el sistema desde adentro y desestabilizan las formas en que asumimos el progreso o el desarrollo, para darnos cuenta de que hace mucho estamos situados en un contexto que nos desborda, y que convive de cerca con todos nuestros hábitos. También con aquellas que no buscan que la virtualidad sea una traducción de la presencialidad, sino que realmente exploran hasta el último rincón de sus posibilidades (como No Exit Oasis de Kurt Hentschlager), para comprender que no somos el centro de estos lenguajes ni tenemos porqué serlo.

*Artista Visual y Gestora Cultural y Comunicativa.