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Para antes de que nos olvidemos: “Memoria” de Apichatpong Weerasethakul (2021)

Por: Rafael Santander *

Fecha de publicación: 29/10/2021

La locución damnatio memoriae hace referencia a un castigo ejecutado en el mundo antiguo en civilizaciones como la mesopotámica, la egipcia y la romana, el de desaparecer a alguien de la historia eliminando toda evidencia de su existencia, o puesto en términos poéticos, borrar toda huella de su paso por la tierra. Podemos hablar de “Memoria”, dirigida por Apichatpong Weerasethakul, como una película sobre estas huellas que venimos dejando como humanidad en todas las cosas y lugares sin necesidad de dejar un “registro”. Podemos también, hilando fino, leer la película de otra manera. Así como para la filosofía occidental, el vacío que encierra la vasija, su “negativo”, es también parte de esta, podríamos afirmar que todo lo que no menciona “Memoria” es también esencial para su lectura, el olvido, la desaparición, la damnatio memoriae a la que están condenados muchos colombianos dado el interés de algunas figuras públicas por enterrar los hechos de eventos ignominiosos de nuestra historia reciente.

En una entrevista Weerasethakul afirma que las películas echan raíces donde se hacen y por eso la lectura política de “Memoria” es propia del público colombiano. En el exterior, dice, se pierde esta lectura y son las cuestiones universales que plantea la obra las más discutidas. Y aunque resulte difícil resistirse a leer lo político en “Memoria”, lo cierto es que nunca se menciona ningún conflicto, hay apenas alusiones. No hay siquiera un intento de mostrar aspectos negativos del país, la película parece más un inventario de las cosas de Colombia que fascinaron al director como la arquitectura del centro de Bogotá, la obra de Éver Astudillo, la gente de los pueblos que baila en el espacio público o el paisaje de la zona cafetera.

Tampoco podemos hablar de un discurso explícito ni de un subtexto político en la película, apenas de dos imágenes que poseen resonancias violentas. La primera es el detonante de la historia: el sonido que despierta a Jessica una noche y no deja de perseguirla, que aparece cuando menos se lo espera y que inicialmente nos estremece tanto como a ella. En sus palabras: “es como una bola enorme de concreto que cae en un fondo de metal, rodeada de agua de mar. ¡Bang! Y después se encoge… Es terroso. Metálico. Redondo. Es como un rugido desde el centro de la tierra.” Este sonido que inicialmente parece un disparo, después de escucharlo repetidas veces pierde ese carácter hasta que la revelación del final lo resignifica completamente. La segunda imagen es la del cráneo agujereado que Jessica ve en la morgue, también se nos viene a la mente la idea de un disparo hasta que una forense explica que el cráneo tiene más de 5000 años y que el agujero se debe a una migraña insoportable. Estas imágenes no son del todo inocentes, la forma como se nos presentan inicialmente y su posterior resignificación ocurre de modo tal que terminan cuestionándonos, los violentos somos nosotros.

“Memoria” podría catalogarse dentro de lo que llamo un “policíaco espiritual”, su argumento no narra la investigación de un crimen, sino la búsqueda del origen o sentido de algo más personal que afecta al protagonista. En este caso, ese golpe o explosión ahogada que escucha Jessica es una excusa para mostrarnos algunas cosas, no es posible ser más específico. Weerasethakul prefiere el mecanismo poético, la yuxtaposición de imágenes e ideas, la creación de constelaciones de sentido ligadas por un hilo argumental muy fino con unos personajes esquemáticos y desdibujados, apenas definidos por unos pocos rasgos. Se asocian más con la caricatura o el texto sagrado.

Si bien los personajes fantasmagóricos y el argumento débil tienden a verse como aspectos negativos en una narración, en “Memoria” estos recursos logran de una manera cohesiva transmitir la impresión del relato de una mente que intenta hilar los recuerdos de una época turbulenta. Desde las primeras escenas el ritmo lento y envolvente, casi sagrado. Escena a escena, permite que desfilen imágenes insólitas y cautivadoras a la par que otras mundanas y de un tecnicismo soporífero. La memoria, el olvido, el cine, los sueños, la poesía, el insomnio, la tecnología, la magia, la tensión entre la actualidad y las épocas pasadas, son todos temas que a través de diálogos y situaciones se tratan de forma superficial, casi con desdén, pero igual quedan resonando. Estos cuestionamientos que nos plantea el director sin concluir nada ni emitir opiniones, es decir, sin decirnos qué pensar, puede descolocar a muchos acostumbrados a que las obras les digan cómo vivir. “Hay que esperar a que saquen la segunda”, fue el comentario medio en chiste medio en serio que alcancé a escuchar de un hombre sentado cerca mío en la sala.

Y es claro que no habrá secuela. También es claro que Weerasethakul no tiene respuestas para las preguntas que nos deja la película, su gran virtud reside en la capacidad de formularlas. En las antípodas del cine que realizan los titanes del entretenimiento que nos venden fantasías de poder, narraciones escapistas que pretenden enseñarnos máximas y valores absolutos mientras nos distraen un par de horas, se produce un tipo de cine como este que sirve de contrapeso, uno que nos pone de nuevo en contacto con el tiempo —como diría Tarkovsky—, uno que nos confunde, nos cuestiona y nos recuerda nuestras limitaciones, nuestra impotencia y nuestra humanidad, en lugar de hacer que la olvidemos. De esto deriva el inmenso valor de una película como “Memoria”.

Tilda Swinton y Apichatpong Weerasethakul. Protagonista y Director de “Memoria”. Foto El Colombiano.

*Escritor. Realizador de cine.