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Parásitos de toda clase

Por: Andrés Rodelo*

Fecha de publicación: 26/11/2019

“La sirvienta se nos convirtió en la dueña de la casa”, dice Fernando Vallejo para ilustrar un deterioro en la relación de gobernantes y gobernados. La clase política colombiana, que se supone rendida a los anhelos de los ciudadanos, invirtió el trato entre las partes para declararse ama y señora, con la corrupción y el lucro como estandartes de esta trampa.

Palabras que Vallejo pronunció en un acto público, como se observa en el documental La desazón suprema (2003), de Luis Ospina. Casualmente, el escritor antioqueño da en el blanco de la indignación y el revuelo que marcan los destinos de Colombia y Latinoamérica en días recientes. Miles insisten en que la relación entre funcionarios y civiles debe dar un vuelco, retroceder a la esencia que establece dedicación al servicio de la sociedad.

Traigo a colación la frase de Vallejo, pues llegó a mi mente luego de ver Parásitos, el reciente largometraje del surcoreano Bong Joon-ho, ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes de este año.

Una obra que narra el plan de una familia pobre para que los empleados de una familia rica sean retirados de sus cargos y, de esta manera, los pobres consigan trabajo al reemplazarlos. Individuos obsesionados con el ascenso, con conquistar territorios sociales sin importar los medios empleados. No por nada, han sobrado las comparaciones entre Parásitos y El sirviente (1963), la obra capital de Joseph Losey, en la que un hombre dedicado a la servidumbre deviene en tirano gobernador de un hogar.

La afirmación de Vallejo resuena en la trama, gracias a la idea de relaciones cuyas naturalezas se alteran para fines mezquinos y ambiciosos.

Importante aclarar que lo cuestionable no es que la sirvienta se vuelva dueña de la casa, como si el problema fuera que ella no permanece en su sitio y se niega a rendir pleitesía al patrón. Más bien, el debate apunta a la manera reprochable en que se da el ascenso, como en Parásitos, algo a lo que apunta la frase de Vallejo sobre el dominio de la clase política del país.

Los motivos que electrizan las protestas resuenan aquí y allá. En la convulsa realidad, en expresiones artísticas que están a la altura del espíritu de los tiempos para proponer diálogos que sacuden consciencias, que revelan y rebelan.

Fenómenos de alzamiento que responden a una amalgama de detonantes y que desembocan en una causa primaria: la cara más siniestra del capitalismo, como lo denuncian Parásitos y las actuales reivindicaciones. No por nada, Bong Joon-ho explicó que la acogida de la película entre audiencias del mundo obedece a que “vivimos en el mismo país llamado capitalismo”.

Habría que pensar en este modelo económico como una fuerza imparable que se abre paso por cualquier grieta, pese a estar arrinconada en ocasiones. Un monstruo incontenible de la naturaleza que configura el entorno a su gusto, según la época.

No era lo mismo este sistema hace 30 años que hoy. De allí que el valor de Parásitos radique en una incisiva lectura del aquí y el ahora, nada mejor para entender en clave de ficción ciertas realidades acerca de la fabricación de identidades e imágenes. Falsificación, engaño, ocultamiento, apariencias. Síntomas del capitalismo y su vinculación a la era digital.

Como lo menciona Vallejo, hablamos de jerarquías, de clases por encima y por debajo de otras. Aun cuando parezcan separadas, aun cuando unas se resistan a convivir con otras, finalmente interactúan (sin remedio) por vínculos de autoridad, sumisión, dependencia y complicidad. Como los políticos y los ciudadanos, como los ricos y los pobres.

*Crítico de cine y periodista.