Volver

¿Qué es un escritor?

Por: Pedro Felipe Hoyos Körbel*

Fecha de publicación: 01/06/2018

Puede sonar a recurso retórico formular esta pregunta, pero al tratarse de un encuentro de escritores, es oportuno recapitular este concepto,  más ante unos tiempos cambiantes como los que vivimos.

Hagamos memoria y repasemos la historia, esa clara voz que crea los puentes entre las diferentes épocas luchando contra el presente en favor de un pasado y de un futuro. Todos recordamos esa bella figura egipcia del Escribano hospedada en el Museo del Louvre. Han pasado 4.500 años desde el día que se hizo esta estatuilla, que no tiene 40 cm. de alta y representa a un hombre sentado, cómodo y con sus útiles a la mano, listo y concentrado en serle útil al faraón. Era ese hombre, miembro de una casta especial envuelta en magia debido a que este grupo era dueño de un lenguaje secreto que se componía de signos, cada vez más abstractos, pero que puestos en orden daban un sentido, ampliando la mente y retando el olvido. Su función era contabilizar la riqueza del Reino de Egipto y fijar para las dos vidas, la presente y la futura, las hazañas de su señor y dios. El recién inventado alfabeto y su evolución gráfica eran el sustento de su función social. Esta figura es la primera representación que tenemos de un hombre de letras; era el escribano un artesano de alto rango, preciso dentro de una sociedad cada vez más organizada y compleja.

El primer cambio se dio en la época greco-romana mil quinientos años más adelante. El mito de la escritura fue develado porque cada vez más hombres sabían leer y escribir y al no estar ligados a un rey o a un dios hallaron el espacio de escribir en función de una cotidianidad. La poesía, la historia y la filosofía eran los temas liberales que se apoderaron de las letras que a pesar de que eran patrimonio de a una élite, llegaron hasta nosotros.

Una vez hundida Roma y su magnífica cultura hace 1.600 años, los nuevos amos venidos del norte, dueños de unas demacradas runas que sumadas no ajustaban un alfabeto, desecharon gran parte de ese legado cultural. El retroceso fue contundente, tanto que esa época se hizo acreedora al remoquete de Era Oscura. Así como fueron descuidadas las vías que unían a todo el imperio romano,  manteniendo vivo el comercio y conduciendo tropas a más lejanas conquistas, a la escritura la enclaustraron los nuevos señores, literalmente, en los monasterios. El escribano egipcio cedió el puesto al monje benedictino que destacaba ante una gran población iletrada, y el togado ciudadano romano, escritor de poemas tipo Virgilio y lector de los viajes históricos de Heródoto, desapareció temporalmente del escenario de la civilidad. La función del hombre de letras en esa sociedad teocrática del Medioevo era servir a dos señores: al terrenal rey y al espiritual Papa. El rey lo ocupaba en su cancillería redactando leyes o decretos y despachando una correspondencia con los vecinos tronos, y el Papa lo empleaba multiplicando los textos sagrados básicos para fijar y difundir un dogma. Acordémonos que Carlos Magno, aquel prohombre del siglo IX, aprendió a escribir siendo viejo ya.

A pesar de usar el mismo alfabeto, casi la misma lengua que nosotros, todavía no hemos encontrado un escritor.

Es con un monje rebelde que se da el cambio. Fue el polémico Martín Lutero, en Alemania, el que usó a fondo una nueva tecnología creada por su paisano Gutenberg; es con la imprenta que se da la diferencia. Aquí, con la mecanización de la reproducción de los escritos es que sucede la ruptura. Es aquí donde se da un antes y después de la fijación de los 95 argumentos en Wittenberg en el año 1517.

La eclosión de, ahora sí, escritores independientes que produce la imprenta es enorme. Erasmo, Melanchton y todos ellos inundaron a Europa con sus escritos que preferiblemente polemizaban sobre religión, tema de alto impacto en esos días, y a la vez surgen los lectores que pueden acceder a esos escritos que no requieren de una vida para ser pasados a mano por un monje, sino que una maquina los re-produce sin mayor esfuerzo y mayor costo económico.

¿Cuál fue el primer escritor que pudo vivir de las regalías que le pagaban los ávidos impresores de Basilea, Ámsterdam o de Frankfort? Es difícil de determinar este asunto, tal vez lo fue el mismo Erasmo o tal vez lo fue Sebastián Brant, autor de “La Embarcación de los Locos”, aquella obra satírica, un  bestseller, que captó la atención de un amplio público, como lo comprueban las traducciones de este texto a todos los idiomas corrientes de la Europa cada vez más renacentista.

Para el escritor ahora es indispensable el libro, sobre este objeto se apoyará para imprimir su huella intelectual y desde allí desafiará a reyes, dogmas y dioses, sus históricos amos. Sin libro no hay escritor, esa es la esencia de esta evolución que partió de la invención del alfabeto. No es equívoco decir que autores lo somos todos los seres humanos alfabetos que escribimos, pero escritores lo somos aquellos que hemos producido un libro.

Surge con la imprenta una nueva y fértil constelación dentro de la cultura: escritor, libro y lector, esencia de la nueva sociedad que cada vez le da más espacio al individuo. Escribir nutre y exalta la conciencia y será la Revolución Francesa la que convertirá estas ideas en dogmas políticos, dándole un nuevo realce al tema de la democracia y la autodeterminación del hombre.

Surgen cada vez más géneros y medios de difusión. Periódicos, revistas y por supuesto libros que son llenados con ensayos, novelas, dramas y poemas y el escritor se profesionaliza. La ley de la oferta y la demanda, al ser el libro un producto, se hace notar en el mundo de las letras; es el lector comprador el que asume el patronato.

Volvamos al evento y a la pregunta. Para nosotros hoy ¿qué es entonces un escritor? Construiremos la respuesta usando la constelación que causó la imprenta: escritor, libro y lector. Obviamente que en una sociedad de masas, así como la describe Adorno, esta triada es peligrosamente potencializada.

Vemos que el individualismo sigue siendo el denominador común de nuestra civilización. Así que todas las ideas, emociones, miedos y anhelos, por subjetivas que sean, serán con gusto leídos por nuestra sociedad. Cambia si el libro que está expuesto a los avances de lo digital que ataca al libro en papel como tal, que induce a los editores en insistir aún más en el libro mercancía. Por último se debe decir que el lector está sujeto, casi que en mayor grado que el mismo escritor, a las leyes de la sociedad de consumo, así que el escritor corre riesgo de degenerar en un simple proveedor de emociones para un lector orientado por los grandes intereses mercantiles. Difundir un libro es vender un libro y esto sucede a muy bajo esfuerzo si esto se articula con una moda o tendencia. Es entonces el escritor un miembro de la sociedad expuesto a convertirse en la mejor marioneta de un sistema, perdiendo su esencia. Prestigio, honestidad y originalidad son sustituidos por una inteligente campaña publicitaria y voila, tenemos otro genio de las letras premiado y coronado por la industria del libro. Del escritor que acusa y logra un impacto social en su sociedad, como en la decimonónica Francia, queda poco en este mundo presuntamente global.

*Escritor e historiador. Palabras pronunciadas en la inauguración del XXI Encuentro de Escritores de Filadelfia en el mes de mayo de 2018.