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Reconciliaciones tardías

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 05/01/2021

A Jerónimo ya viejo, la vida le dio tiempo de reconciliarse no sólo con ella, sino con su hermano y a través de un rito, con Juana su propia hija, a quien había perdido hacía varios años y ahora se enfrentaba ante la realidad de su desaparición en un accidente aéreo, de un avión en el cual, le aseguran que también iba un hijo suyo, de quien además desconocía su existencia.

Es la historia que nos ofrece Marta Lucía Orrantia Sabaraín (Bogotá, 1970), periodista y escritora colombiana, quien ya había publicado Orejas de pescado (2009), y Mañana no te presentes (2016). Ha sido editora de la revistas Gatopardo y SoHo. Además fundó y dirigió la revista Rolling Stone en su versión para la zona andina y Panamá. Se ha desempeñado como catedrática en la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia.

Estamos ante una conmovedora historia del mundo de dos viejos que se criaron juntos, jugaron, crecieron, se complementaron, compitieron, se querían, se pelearon, se odiaron y hoy ya viejos, buscan comprenderse, ayudarse y perdonarse. Es todo el ciclo de vida que casi está terminando, de dos hermanos que han afrontado muchas dificultades y ahora más que nunca se acompañan y se necesitan, como ayer. Aparece el miedo a envejecer y el proceso de aceptación de la realidad. De todas maneras, envejecer termina siendo un privilegio, cuando vemos la desaparición de los otros.

También es la historia de un gran amor de un padre y su hija, él es su ídolo, ella su admiración, ellos, cómplices. Pero también así como se quieren, terminan bruscamente, con gran dolor para ambos, pues así es el amor, no importa el tipo, sea filial, maternal, conyugal, espiritual, platónico o de otra índole.

Otra mirada la constituye la vida de un viudo que se cansó de buscar el amor o, en la mayoría de los casos, darle rienda suelta a la pasión, terminó,  después de infinidad de aventuras, casándose con quien creyó reuniría todo lo buscado en una mujer con la esperanza de que con el tiempo, llegaría a amarla. Es una exploración del machismo, pero también una mirada al comportamiento de la psiquis del hombre, frente a la cosificación de la mujer, ella sólo como objeto de seducción o como instrumento de placer, en una postura egoísta. Un análisis del alma masculina.

Adicionalmente tenemos una búsqueda insaciable de la verdad que los llevará a escrutar el pasado, reviviendo mucho de lo ya olvidado y creando una atmosfera de culpa que perseguirá a uno de nuestros personajes, quien para buscar la calma, deberá sufrir mucho, hasta tener el coraje de reconocer sus abusos y pedir con sinceridad perdón a quien aun puede concedérselo, y confiar en que otras personas que ya no están, lo hubieran perdonado.

Con respecto a su hija, dice su padre: Juana fue única hija, para bien y para mal, porque nunca tuvo quien la escuchara en las noches cuando terminaba con sus novios, nunca tuvo con quien pelear o a quien pedirle ropa prestada, nunca tuvo confidentes en su mismo techo ni con quien compartir sus juguetes. Ella creció sola y se aisló, se fue y terminó odiándome, tal vez con razón, pero en todo caso era ella, ella y nadie más.

Ahora que no le quedan ni los recuerdos, pues el aislamiento fue definitivo, ensaya a recuperar al menos las razones no solo de la ruptura, sino de no haber hecho nada para recuperarla, creyendo que había mucho tiempo por delante, o que a lo mejor ella tomaría la iniciativa, por eso con congoja  piensa: Pero el castigo más doloroso fue que, desde ese momento, Juana dejó de pedir permiso para salir en las noches, dejó de avisarle cuando llegaba y dejó de contarle sus problemas más secretos. Juana dejó de ser su  amiga y Cipriano no dijo nada porque sintió que había sido él quien había traicionado primero esa complicidad.

Respecto de su hermano, las relaciones actuales muchas veces los llevan a recriminaciones que conducen a reproches mutuos, no solo por lo hecho, sino por lo dejado de hacer. Beatriz, la esposa de Cipriano, muere y Alicia, la mujer de Néstor, quien tampoco escapó al seductor, ahora sufre alzhéimer y ellos, se engarzan en una pelea hiriente:

 –Usted es el que no tuvo corazón, Cipriano. Para usted las mujeres eran cosas, un pelo, unos ojos, unas tetas. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que ninguna es prohibida, porque su egoísmo no tiene límites. / –No empiece se lo ruego. Este no es el momento. / –¿Entonces cuando era el momento? ¿Hace treinta años? ¿Hace cuarenta? / Cipriano se puso de pie, rojo de ira con los puños apretados. / –Usted dice que Beatriz murió de cáncer porque reprimía sus emociones ¿No se ha preguntado por qué tiene alzhéimer Alicia?

 …Usted es mi hermano, pero lleva años sin ser mi amigo. / Esa frase le dolió a Cipriano más que todo lo que había escuchado en su vida. Le dolieron los recuerdos, los juegos infantiles, las travesuras, las conversaciones en la oscuridad de la casa de sus padres. Le dolieron las navidades, los entierros, los cumpleaños. Le dolió la vida y lo único que pudo hacer fue irse…

Cipriano se prendó de los ojos negros de Beatriz, que le auguraban tormentas que se quedó esperando. Él, tan buen conocedor que creía ser de las mujeres, creyó que ella era la ideal y resultó un espejismo, pero la esperanza era que con el tiempo él la amaría, pero ella se convirtió en los celos personificados, en dominadora y perfeccionista, que no encajaba en el prototipo que buscaba su marido. Desgració su vida y la de los suyos.

La doble tragedia que se le vino encima a Cipriano con el accidente que ocasionó las muertes de su hija y de su hijo, lo obligaron a buscar la verdad y a través de esa búsqueda, recuperar la vida con sus recuerdos y la ayuda de su incondicional hermano. También tuvo oportunidad de conocer el medio en que se desenvolvía su hija y logra a través de las amigas de ella, saber algo que lo alegró: –No se ponga triste don Cipriano. Ella todo el día hablaba de usted…/ La otra asintió y empezó a hablar de las veces que Juana citaba a su padre y algunas enseñanzas que él no recordaba haberle dado pero que lo llenaron de orgullo. Así que Juana no me odiaba, se dijo…

Esta constatación de la realidad le dio el suficiente valor para pedir perdón, le ablandó el corazón y lo predispuso aunque póstumamente, a hablar con su hija en un rito de sanación organizado en el campo, por sus compañeras y así se expresó:

 –Lo único que puedo hacer es pedirte perdón. Por todo el sufrimiento del que no te pude proteger. Por todas las lagrimas que no pude evitar que derramaras. Por todas las pesadillas que tuviste y todos los monstruos que debiste matar sola. Sé que esta ceremonia es para despedirte, pero yo no quisiera que te fueras. Quiero que te quedes a mi lado, que te extravíes en ese camino hacia el más allá y termines en mi casa, junto a mí, escuchándome pedirte perdón.

Con Néstor la reconciliación fue muy sincera y Cipriano en medio de su soledad, y sabiendo que los viejos lo único que saben hacer es estorbar, sintió que ya no tenía a quien estorbar y que era mejor estar reconciliado con los suyos y consigo mismo. Con ello logró la catarsis enunciada por los griegos después de presenciar los horrores, una purificación de las pasiones, provocada por la contemplación de algo trágico, en este caso la muerte violenta de su hija y la súbita aparición y al mismo tiempo desaparición de un hijo fruto de su irresponsabilidad, que solo después de casi cinco décadas vino a enterarse de su existencia sin siquiera saber quién era su madre.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas

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