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Reír para no llorar

Por: Andrés Rodelo*

Fecha de publicación: 03/07/2019

La retrospectiva Hitchcock/Kubrick: Clásicos para Obsesivos Compulsivos de Cine Colombia vuelve este 9 de julio. Dr. Strangelove (1964), el séptimo largometraje de Stanley Kubrick, inaugurará la segunda parte del ciclo, dedicada al director neoyorkino. 

En 22/11/63, novela de ciencia ficción firmada por Stephen King, un profesor de secundaria, Jake Epping, viaja desde 2011 a 1958 con una importante misión: frustrar el asesinato de John F. Kennedy. Transcurre la época del rockabilly, la fiebre del tupé y la bonanza de la posguerra, así como de la amenaza nuclear de la Guerra Fría y el sentimiento anticomunista.

Epping, desconocedor de la historia, corrobora ‘in situ’ el alcance de la situación política estadounidense de finales de los 50 y reconoce: “Había cometido la estupidez de dar por supuesto que la gente iba a vivir la crisis de los misiles de Cuba como cualquier otro incidente internacional pasajero, porque cuando yo estudiaba no era más que otro cruce de nombres y fechas que debía memorizar para el siguiente parcial. Así es como se ven las cosas desde el futuro. Para la gente del valle (el oscuro valle) del presente tienen otro aspecto”[i].

Quienes se sientan familiarizados con las palabras de Epping sepan que la repercusión del momento era tal que hasta el cine tomó precauciones al abordar el tema, en aras de no levantar alguna polvareda. Fue así como Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, séptimo largometraje de Stanley Kubrick, una afilada sátira política inspirada en el libro Red Alert, de Peter George, se estrenaba al público el 29 de enero de 1964 con una declaración al inicio de su metraje. Advertía que nada de lo narrado estaba en riesgo de suceder, merced del férreo compromiso de las fuerzas militares de Estados Unidos por evitarlo.

El argumento de la película gira en torno al desesperado intento de líderes políticos y militares estadounidenses (reunidos en la ya legendaria sala de guerra) por interrumpir un ataque nuclear ordenado por un maníaco general gringo contra varios objetivos militares rusos, que de suceder pondría en jaque cualquier forma de vida sobre la faz de la Tierra.

Kubrick alertó que su historia no era más que un producto de la imaginación, que no podría tener lugar en los márgenes de lo real. Invitaba a no tomarse en serio la película y se curaba en salud para sortear cualquier revuelo social e intento de censura. Recordemos que el cineasta venía bastante disgustado: varios momentos de su cinta anterior, Lolita (1962), fueron víctimas de la tijera de los censores, lo cual lo llevó a asegurar que habría preferido no hacerla, como recoge el documental Stanley Kubrick: A life in Pictures (2001).

Sin embargo, la aclaración del director ha adquirido con el paso del tiempo la forma de una brillante coartada. En lo que parecía ser una comedia bélica indiferente e inofensiva se agazapaba una crónica descarada de su tiempo, tan contundente y más perdurable que otras películas de aquel año que se aproximaron al tema desde una óptica naturalista como Punto Límite, de Sidney Lumet, y Siete días de mayo, de John Frankenheimer.

El resultado: una histriónica parábola acerca de los hilos del poder en tiempos de tensión, mediada por la megalomanía e inconsciencia de los dirigentes de una nación al afrontar decisiones de trascendencia social, tomadas siempre en detrimento de cualquier principio ético o sentido de la responsabilidad. Una historia sin mira de sutilezas que confronta a la sensatez e insensatez con personajes que se debaten en hacer lo mejor para su país desde puntos de vista peculiares (unos más cuerdos que otros) para así invitar al espectador a que la única forma de sobrellevar el absurdo de aquellos días era reír para no llorar.

El llamado a la subestimación hecho por Kubrick se basaba en la poca correspondencia que tenían los hechos de la película, en teoría, con lo sucedido, más allá de que la narración tomara como punto de partida la crisis de los misiles. ¿Quién podía creerse a un general que encontraba en la fluorización del agua un motivo para atacar a los rusos o la ineptitud de la cual hacían gala sus protagonistas? ¡Hablamos de los líderes de Estados Unidos, por Dios!, lo que hizo que muchos se sintieran aludidos por la “mala imagen” que se ofrecía de estos, mientras que otros no se la tomaron a pecho al considerarla un fruto de la caricatura y la tergiversación.

No obstante, treinta años después de su estreno, Paul Lashmar, escritor y documentalista, se tomó el trabajo de investigar aspectos de la cinta por dos años. Vaya sorpresa se llevó al hablar con varios antiguos diputados estadounidenses, quienes admitieron que Thomas S. Power, general de las fuerzas aéreas durante la Guerra Fría, se comportaba de manera psicótica, algo que lo emparentaba (contra el pronóstico de los incrédulos) con un personaje de la película: el lunático general Jack Ripper (Sterling Hayden).

“Este fue el hombre que realmente tuvo el dedo en el gatillo nuclear durante muchos años. Kubrick capturó ese mundo de destrucción y locura con la mezcla de investigación y sátira precisa”[ii], reconoce Lashmar. Dicen que los grandes cineastas de Hollywood logran expresarse libremente, a pesar de las imposiciones del sistema. Kubrick fue uno de ellos.

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Notas:

[1] Stephen King, 22/11/63, Barcelona, Plaza & Janés Editores, 2012, p. 535.

[1]  “Dr. Strangelove and the Cold War Context”, sitio web: University of the Arts London, disponible en: http://newsevents.arts.ac.uk/40230/dr-strangelove-and-the-cold-war-context/

*Crítico de cine.